Fraude o cómo convertir un asunto en baladí
También se refieren a una “trama con afanes desestabilizadores”, que buscaba boicotear la reelección de Luis Almagro como secretario General de la OEA. Incluso lograron que el MIT aclarase no haber realizado el mencionado estudio.

“La verdad se alcanza a partir de un malentendido”, dice Lacan; pero hay quienes cultivan el malentendido para vedar la verdad. Veamos. Habiendo trascendido la publicación del artículo de Jack Williams y John Curiel, investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), quienes no encuentran evidencia estadística que apoye la idea de que en Bolivia hubo fraude electoral en las elecciones de octubre, medios de comunicación, intelectuales, opinólogos adscritos a la narrativa oficialista y personeros del Gobierno se dieron a la tarea de desacreditar dicha aportación con argumentos de forma más que de contenido.
Por un lado, en su ya acostumbrada actitud persecutoria, se dieron a la tarea de identificar quién estaba detrás de aquel “informe”, con el fin de identificar al culpable y cortarle la cabeza. La pista la proporcionaron los mismos autores en un segundo artículo de tono más científico, publicado en counterpunch.org, en el que se menciona a pie de página que el análisis originalmente apareció en el Centro de Investigación en Economía y Política (CPER). Con ello, cual si desvelaran una conspiración comunista, presentan una red de vínculos integrada por personajes y organismos ligados al expresidente de Ecuador Rafael Correa y al “socialismo bolivariano”, a quienes identifican como “amigos de Evo”. También se refieren a una “trama con afanes desestabilizadores”, que buscaba boicotear la reelección de Luis Almagro como secretario General de la OEA. Incluso lograron que el MIT aclarase no haber realizado el mencionado estudio. Aclaración que les permitió enterarse que en las universidades existe algo que se llama “libertad académica”, lo cual hacía innecesaria tal excusa.
Por otro lado, los aludidos echaron por tierra el trabajo de Williams y Curiel con base en descalificaciones, de las que no se eximieron ni un par de opinólogos más serios. Pusieron en duda su categoría de “investigadores”, los señalaron como “marginales”; despreciaron el análisis porque, según ellos, “ni a eso llega”; lo catalogaron como “obvio”, “tendencioso”, “vendido” y como un “penoso e intrascendental ejercicio estadístico” que “había que echar a la basura”. Finalmente, comparándolo con la extensión del análisis de integridad electoral que realizó la OEA, demeritaron el trabajo por “no llegar ni a cuatro páginas”, reproduciendo aquel viejo defecto académico local que valora más un trabajo por su extensión.
La propia réplica de la OEA no reparó en adjetivos. Y señalando que “el documento contiene falsedades, inexactitudes y omisiones”, defendió su informe, calificándolo como más vigoroso por el número de investigadores que participaron en él, por los análisis que llevaron a cabo, y por el trabajo en campo que realizaron; pues los investigadores del MIT no se habían dado ni el gusto de visitar Bolivia y pretendieron la valía de un “trabajo de escritorio”. Sin embargo, esta última afirmación resulta curiosa, porque en las páginas 88-89 de su informe la OEA asevera que “en el umbral del 95% (del conteo oficial), se observa una clara ruptura en la tendencia de votación, que requiere un mayor análisis”. Análisis que no realizan y al que aporta justamente el trabajo de Williams y Curiel.
Pero cuando los “narradores tradicionales de la verdad” vetan su disputa, la disonancia sabe mal. Si no fuera así, sería interesante analizar por ejemplo el hecho con base en las encuestas de intención de voto que mostraban tendencias parecidas a las actuales, de no ser porque desaparecieron. Ya en el fondo, uno se pregunta por qué la sinrazón se impone tan fácilmente. Y la respuesta parece radicar en el anticientificismo de nuestro contexto, que hace de la doxa, el rumor (como el que motivó la intifada de octubre), la base del poder.
Carlos Ernesto Ichuta Nina, doctor en sociología,
docente de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de México.