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Adiós a la ‘dolce vitta’

Nadie imaginó que un enemigo microscópico pero poderoso terminaría con el planeta edificado por varias generaciones para el goce material de sus habitantes más afortunados, cuya felicidad era una obscena afrenta a la desgracia que padecía la mayoría de los terrícolas. Se ha ido el mundo en el que los más fuertes física, intelectual, política o económicamente se imponían a los débiles, y los sometían en uno y otro escenario.

La arrogancia de aquellos los hacía presumir de ser inmunes ante la ley; y su dinero les permitía costearse los servicios de salud más caros y sofisticados. No había escollo para el disfrute total de la vida. En menor escala, ululaban los menos ricos pero igualmente beneficiarios del sistema, sea este capitalista o comunista.

Hasta que apareció ese guerrero invisible apodado coronavirus COVID-19 en el confín de la China milenaria para difundirse primero allí y poco más tarde en el resto de Asia, Europa y en las Américas. Curiosamente África, el continente más pobre y relegado del planeta, es el menos afectado hasta hoy, aunque los africanos han sido castigados en el pasado por otras mortíferas epidemias.

Ante el nefario flagelo, han quedado inermes no solo los líderes políticos del momento, sino también los hombres de ciencia más reputados, incapaces de reaccionar prontamente.

El avance imparable del virus también ha comprometido seriamente los cimientos de la estructura financiera mundial.

El comercio internacional y los intercambios locales han sido golpeados fatalmente. Y quedó como única solución paralizar el mundo: todos encerrados en sus propias casas, bajo cuarentenas forzadas, porque los hospitales colapsaron por falta de camas disponibles, de respiraderos artificiales y, sobre todo, de personal médico idóneo y de enfermería básica.

Confrontados al ataque masivo que cobraba vidas por miles, la ciudadanía ha comenzado a cuestionar la eficacia de sus respectivos gobiernos. ¿Mejor valía una férrea dictadura como la de Xi Jinping o una democracia abierta como la italiana? Las comparaciones se apoyaban en uno y otro bando en estadísticas que variaban día a día.

Mientras en Estados Unidos la errática posición del presidente Trump era acremente criticada, no lo era menos en América Latina, con el mexicano Manuel López Obrador, cuya defensa ante el embate del COVID-19 era un amuleto religioso.

Esta catástrofe planetaria con sus cuarentenas militarizadas ha provocado escenas espeluznantes propias de una película terrorífica de ciencia ficción: calles, avenidas y parques desiertos; filas de camiones cargando cadáveres hacia fosas comunes, etc. La calamidad ha despertado los sentimientos más crueles, al autorizar en algunos nosocomios la admisión selectiva de pacientes, rechazando a los mayores de 80 años, a quienes, por vulnerables, les esperaba una muerte segura.

Al escribir estas líneas aún no hay señales de soluciones viables para detener la propagación de la pandemia, ni tampoco de tratamientos seguros y contundentes.

Entretanto, las redes sociales se llenan de fake news y hasta de propaganda política que inventa curas milagrosas, o galenos que, cual samaritanos medioevales, ofrecen sus servicios a ciertas naciones afectadas. Todo ello nos hace aguardar lo mejor, pero estar preparados para lo peor.

Carlos Antonio Carrasco es doctor ciencias políticas, miembro de la academia de ciencias de ultramar de Francia.