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Sin privilegios, pero con orgullo

El beso de Barbarella en la mejilla a Hugo Banzer Suarez en 1974 fue un acto político, cuestionador y, sobre todo, provocador contra el entonces mandatario que había llegado al poder a través de un golpe de Estado. Con el afán de borrar aquel gesto, todo hecho noticioso escrito en el país al respecto fue removido; pero no se pudo con la memoria oral del pueblo, de tal manera que ese momento quedó marcado en el imaginario popular del país.

Barbarella y otras travestis fueron las creadoras y gestoras de la china morena, una de las bailarinas de la morenada, en entradas como el Gran Poder paceño o en el Carnaval de Oruro y en poblaciones rurales. A Barbarella se la conocía no tanto por su gran simpatía, sino sobre todo por su fuerte oposición contra la violencia y la discriminación que se vivían en los años setenta. Si en ese tiempo las rebeldías se fortalecían, hoy seguimos construyendo diálogos en torno a la violencia, la homofobia y otras formas de discriminación.

Ante la opinión pública, nos mostramos fuertes y seguros sobre nuestras propuestas. Esta actitud, así como el lugar que hemos alcanzado en la lucha en favor de los derechos de la comunidad LGBT, son el resultado de un trabajo construido con gran esfuerzo, tiempo y compromiso sobre el respeto a lo que sentimos, pensamos y actuamos. Como el mismo beso de Barbarella, hemos tenido que trasgredir y aceptar que nuestros rostros, nombres y vidas sean visibles ante la sociedad. 

Pero todavía continúa nuestra lucha para alcanzar el reconocimiento del matrimonio igualitario, la revisión de la Ley de Identidad de Género y otros temas prioritarios en educación, salud, trabajo y violencia. Estos asuntos, trabajados en los últimos años como agendas por las mismas poblaciones LGBT, se encuentran detenidos, y esperamos que sean tomados en cuenta luego de las elecciones, pese a que ninguna organización o partido político los ha mencionado en su agenda, ni siquiera como temática “marginal”. Temática que va más allá del sexo con el cual hemos nacido, con la manera de vestir, de vivir o el tipo de educación que hemos recibido; pues también está vinculada con las otras formas de vida heterosexuales normadas por la sociedad y que se perpetuán de generación en generación.

Muchos grupos fundamentalistas se imaginan que al visibilizarnos en medios de comunicación, en artículos de opinión, cargos públicos y otros espacios gozamos de privilegios. Sin embargo, muchas veces los medios de comunicación visibilizan a nuestras poblaciones como parte de la crónica amarillista, cosificando los cuerpos y pensamientos de los transformistas, travestis, transgéneros y transexuales en tono de burla. De igual manera, los asesinatos de travestis o transexuales suelen ser mostrados como “crímenes pasionales” o actos de transfobia. Aunque en los medios de comunicación se ha recorrido un cambio importante en esta materia, todavía queda trabajo pendiente en esta materia.

Por otra parte, según un diagnóstico desarrollado por varias instituciones con la participación de las poblaciones LGBT, con énfasis en mujeres trans y lesbianas, en los centros de salud somos recibidos con maltrato y discriminación. Y peor aún si alguno informa ser portador de VIH, inmediatamente es estigmatizado, primero por ser seropositivo, y luego por tener una orientación sexual o una identidad de género diferente a la “normal”.

En cuanto a la educación, hay un compromiso social de cambiar el sistema de violencia encubierto que las niñas y niños con una orientación sexual diferente padecen, en primera instancia, en la familia conservadora, y luego, en los centros de formación, donde los estigmatizan.

Podría seguir describiendo la discriminación y la violación de los derechos humanos que sufren los colectivos LGBT en los diferentes espacios sociales, pero deseo enfatizar que, a pesar de ello, el orgullo de nuestras poblaciones ha superado todo discurso victimizador, porque todavía hay mujeres y hombres audaces y comprometidos en seguir amando sin medida, brillando con los colores del arcoíris, un emblema que nos une. No tenemos privilegios, tenemos orgullo.

Andrés Mallo, activista por la defensa de los derechos humanos.