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¿Cuál es la salida?

Calles desiertas en casi todo el mundo. Aeropuertos desiertos. Plazas desiertas, oficinas desiertas. Nuestras ciudades desiertas. Eso ya es mucho decir. Y un silencio que lo invade todo y que cada día amenaza con estallar. ¿Cuánto tiempo más aguantarán estar encerrados quienes viven en nuestras urbes? No hay un dato claro, pero lo que se ve en las calles es que cada mañana hay más vendedores de frutas y verduras. Las filas en las puertas de los bancos se hacen más largas, aunque la gente use barbijos, guantes quirúrgicos, se deje tomar la temperatura, poner alcohol en las manos y pasar los zapatos por agua con cloro; en los establecimientos en los que se toman estas precauciones, claro está.

Los días urgen porque hay quienes empujan, son los que viven día a día, los vendedores callejeros, los que lustran zapatos, las que hacen jugos en carritos de hechura casera. Está también la ayudante de peluquería que recién fue contratada, el mesero que trabaja solo los fines de semana o en eventos sociales, y un larguísimo etcétera en este país donde el 70% de los trabajadores se desenvuelven en la informalidad, es decir, en el trabajo más precario que colinda con la pobreza.

¿Cómo vamos a salir de todo esto?, es la pregunta que se están haciendo en algunos países donde sus expertos han encontrado salidas paulatinas. Por supuesto que en esos lugares previamente afrontaron la pandemia de forma más airosa, con más recursos médicos, con una sociedad más organizada y sin carencias económicas. Sus gobiernos tomaron medidas para continuar sosteniendo sus industrias y mantener sus índices de desarrollo económico y social. No es nuestro caso, por eso la interrogante: ¿cómo vamos a salir de ésta?

Por supuesto que los bonos sirven, y mucho. No hay nada mejor que poner dinero en el bolsillo de la gente para reactivar la economía. Sin embargo, hay que buscar medidas que revitalicen  los pequeños y medianos emprendimientos, que son los que quedaron cerrados y sufren la crisis desde noviembre pasado. Los economistas y los entendidos en el tema tendrán la gran oportunidad de poner en práctica las fórmulas que durante años debatieron primero en las universidades y luego en las charlas de amigos. Para el común de las personas, queda el desafío de pensar cómo recomponer el tejido social boliviano que no encuentra su reconfiguración desde hace seis meses. Esta es una sociedad desigual, en la que una ínfima minoría vive muy bien y cree a pie juntillas que los pobres están en esa condición por mandato divino. Aunque la realidad todos los días se encargue de advertir que mientras la gran mayoría no viva en igualdad y calidad de vida, el abismo nos arrastrará a todos, sin importar nuestro origen, título, profesión u ocupación. En esa caída no habrá distinción ni número de carnet que valga.

Lucía Sauma, periodista