Voces

Wednesday 6 Dec 2023 | Actualizado a 21:18 PM

Pandemia, política y sociedad

Ciertos acuerdos políticos, así sean procedimentales, son imprescindibles para enfrentar la coyuntura y el futuro inmediato

/ 12 de abril de 2020 / 07:48

El distanciamiento social y la solidaridad marcan esta época de pandemia. El miedo provoca un rechazo racional al contacto físico, a la presencia cercana del prójimo, quien es percibido como un factor de riesgo; induce al enmascaramiento parcial del rostro, borrando una seña de identidad. La intersubjetividad se disuelve porque lo colectivo se subordina al egoísmo individual. Su contracara es la solidaridad, aquella que surge ante la desgracia ajena, ante la necesidad o el dolor de los familiares, las amistades, los vecinos. También ante la desgracia que viven personas ajenas y lejanas que necesitan respaldo: los marginados, los pobres, los repatriados, discriminados y maltratados, con mujeres y sus hijos/as como principales víctimas.

Si estos son los efectos en conductas y emociones, ¿cuáles son las condiciones sociológicas y políticas que inciden en la respuesta a la pandemia? El primer aspecto a destacar es la debilidad estatal, a pesar de que en la última década el Estado amplió su capacidad, merced a la estabilidad económica y las políticas distributivas y redistributivas. Caso contrario, la pandemia hubiera sido catastrófica. Un segundo elemento tiene que ver con el talante ilegítimo del Gobierno, que encaró la gestión de la crisis mediante un plan basado en el amedrentamiento, mediante decretos que limitan la libertad de expresión y el uso de la fuerza policial y militar, con una represión selectiva concentrada en los bolsones electorales del MAS.

Estas condiciones no son proclives para una necesidad que irá creciendo. Me refiero al establecimiento de una instancia de diálogo entre las principales organizaciones políticas, ya sea para enfrentar una posible debacle estatal, encarar la inevitable crisis económica y encauzar el proceso electoral. Ciertos acuerdos políticos, así sean procedimentales, son imprescindibles para enfrentar la coyuntura y el futuro inmediato.

La decisión gubernamental de decretar la cuarentena fue acertada. Empero, era indispensable realizar una tarea coordinada con los gobiernos subnacionales. Asimismo era imprescindible propiciar acuerdos con la sociedad, habida cuenta de la vasta red de organizaciones que son los medios que usan los sectores populares para canalizar sus demandas y plantear alternativas. Hace días, las federaciones campesinas del Chapare distribuyeron víveres en los barrios de Cochabamba, en una muestra de la eficacia de la acción sindical para fines solidarios. Es un ejemplo de la enorme capacidad organizativa de la sociedad formalizada en sindicatos, comunidades y juntas de vecinos, que puede ser utilizada como un tejido apto para mejorar la gestión de la crisis sanitaria y resolver problemas de abastecimiento; pero no existen señales de acercamiento por parte del Gobierno.

Al contrario, su respuesta es el silencio o la amenaza. El Gobierno tampoco apela a la base social que se articuló en las ciudades mediante plataformas ciudadanas, sobre todo en zonas de clase media, y que tuvieron una fuerte capacidad movilizadora en octubre y noviembre del año pasado. Estos días no existen señales de su existencia denotando el carácter episódico e instrumental de un accionar motivado por objetivos políticos. No fueron impulsadas por la solidaridad ni el bien común, sino por el revanchismo y la polarización. Por eso, no se transformaron en capital social, algo que hubiera sido muy útil en estos días de pandemia. Como siempre, la esperanza sigue radicando en lo nacional-popular, a pesar de la bruma que, desde hace cinco meses, impide vislumbrar el derrotero de nuestro país.

Fernando Mayorga, sociólogo.

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Desorden y desconcierto

/ 19 de noviembre de 2023 / 00:54

El campo político se tornó más complejo en los últimos meses porque se han producido mutaciones en sus unidades constitutivas y en las interacciones partidistas. Fisuras, divisiones y disyunciones caracterizan el funcionamiento y desempeño de sus protagonistas. Fractura en las filas del MAS-IPSP, ruptura en Creemos —aparte de la cisura inicial con la bancada de UCS— y quiebre en Comunidad Ciudadana que incluye expulsiones de diputados/as. Una consecuencia de este desbarajuste se puso en evidencia en la elección de las directivas camarales puesto que se produjeron distintas composiciones del voto a la hora de ratificar los nombres propuestos por las jefaturas de las bancadas. Ese comportamiento no fue producto de la clásica antinomia entre oficialismo/ oposición, sino de una convergencia episódica y circunstancial entre fracciones del oficialismo y de la oposición. Y aconteció de una manera en la Cámara de Diputados y de otro modo en la de Senadores. En ambos casos, la oposición tuvo mayor incidencia que en años anteriores merced a la fractura en la bancada oficialista entre “radicales” y “renovadores”, una curiosa distinción que no se sabe qué denota.

Es necesario destacar lo acontecido en la Cámara Alta. Las dos fuerzas de oposición intentaron condicionar su voto ratificatorio de las listas partidistas a la aceptación de una propuesta de agenda legislativa. Esta propuesta contenía —entre nueve temas— algunos tópicos que no corresponden a esa instancia (por ejemplo, “presos políticos”, “primarias abiertas” y “padrón electoral”). Esa iniciativa opositora quiso aprovechar la división en la bancada del MAS-IPSP puesto que una fracción minoritaria cuestionó la reelección de Andrónico Rodríguez como presidente del Senado y pretendió presentar una lista alternativa —un acto antirreglamentario— y conseguir la conducción de la directiva camaral con apoyo opositor. Ese diferendo en la bancada oficialista se convirtió en una oportunidad para la oposición que optó por presentar una suerte de “pliego político petitorio” que, sin embargo, resulta más interesante que la mera distribución de cargos y espacios de poder.

Largo debate de por medio se impuso el prestigio y liderazgo de Andrónico Rodríguez, que se yergue como un actor situado al margen —¿por encima?— de la pugna entre “arcistas” y “evistas”, es decir, entre gobierno y partido e invoca la unidad, aunque esta palabra cada vez más carece de sentido en las filas de esa organización política. Un prestigio que se reforzó con el respeto de sus colegas opositores/ as por su conducción del Senado durante tres gestiones, promoviendo un diálogo sin la polarización imperante en otros ámbitos político-institucionales.

Por eso, su respuesta a la propuesta opositora fue una invitación a iniciar un debate que concluya, precisamente, con la confección de una agenda legislativa que sea resultado de una deliberación democrática. Algo tan difícil de conseguir, como la unidad, pero igualmente necesaria en esta época plagada de desaciertos y desconcierto. Ojalá esa cámara legislativa se convierta en un espacio de convergencia que proporcione cierta racionalidad al proceso político.

Ahora bien, otro efecto de la desagregación en las organizaciones políticas —sobre todo en el MAS-IPSP— es la configuración de un esquema de “gobierno dividido”. Esto significa que el presidente Arce no tiene respaldo de una mayoría parlamentaria y, en consecuencia, su capacidad decisoria está mermada. No es poca cosa puesto que una relación conflictiva entre el Órgano Ejecutivo y el Órgano Legislativo conduce a la parálisis, preámbulo de la inestabilidad que puede poner en cuestión la gobernabilidad.

Fernando Mayorga es sociólogo. 

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A la muerte y sus alrededores

/ 5 de noviembre de 2023 / 00:41

Existen diversas maneras de enfrentar la muerte. En los tiempos del Terror de la revolución francesa, cuando Robespierre mandaba a punta de guillotina, un escritor fue sentenciado a muerte. El día de su ejecución, la víctima se dirigió al cadalso a paso lento y con la mirada clavada en la página del libro que estaba leyendo en las últimas noches, se paró frente al verdugo, quien con un gesto le dijo que basta de lectura y que a otra cosa. El condenado humedeció con sus labios la punta de su dedo índice y dobló la última página que habían visto sus ojos. Puso el libro a un costado de la guillotina con un aire de desaliento, escuchó un redoble de tambor cuando apoyó la cabeza en la madera y… la cuchilla hizo el resto. No sabemos cuándo este personaje volvió a abrir su libro para retomar su hábito de lectura interrumpido por un detalle intrascendente.

De muchas maneras se celebra la muerte. En México, ni hablar. No por nada, la jefa máxima es la Catrina, la mera personificación de la muerte esbozada en los grabados de José Guadalupe Posadas y, también, en las calaveritas de dulce que chupan niños y niñas en el Día de los Muertos celebrando su celebración mientras consumen la golosina que lleva su nombre grabado en la frente. También se puede jugar con ella de múltiples maneras. Así lo hizo, hace casi dos siglos, José Santos Vargas —el tambor Vargas— que, en su memorable Diario de un Comandante de la Guerra de la Independencia, sentenció: “moriremos si somos zonzos” cuando enfrentaba al colonialismo español en Sica Sica y Ayopaya.

Existen variados modos de irse de la vida y quedarse sin la muerte. Antes de fallecer, Luis Buñuel —cuyas películas surrealistas desbordan ironía y sarcasmo— dictó su testamento dejando toda “su fortuna”… a Rockefeller y se confesó a un cura por los pecados y herejías que había cometido contra… la Iglesia. Por estos lares, Jaime Sáenz siempre citaba la frase de Cristóbal Colón: “vivir no es necesario, navegar es necesario”, antes de sumergirnos en los laberintos de su narrativa que transita entre el más allá y el más acá.

Varias son las maneras de arrinconarse ante la vida, de enfrentarse con los muertos. Si no, hay que preguntarle a Ingmar Bergman (seguro que el cineasta no se hará al sueco), a la niña de Guatemala (la que se murió de amor), a Jesús Urzagasti (te hablará desde su ventana que da al parque) o al fantasma de Canterville (en versión de Charly García: “he muerto muchas veces, acribillado en esta ciudad”). Y aunque, aparentemente, sufro de la pesadumbre necesaria para producir una prosa fatalista, prefiero derivar mi difusa congoja y mi amorfo sentido trágico de la vida a un silencio dubitativo y escuchar, simplemente escuchar, el Terremoto del Sipe Sipe, ese bolero de caballería que nuestros antepasados nos hicieron creer que solo sirve para acompañar procesiones religiosas y entierros fúnebres y no para celebrar la vida de los muertos.

En fin, existen varias maneras de enfrentarse a la muerte. A veces, en estas fechas, me sucede de una manera curiosa porque no me acuerdo de mis muertos (pocos, pero tan ciertos), más bien juego con la muerte de los vivos escribiendo irónicos epitafios dedicados a vivos y vivillos. Este año no pude esbozar alguno. No quise. Escribo estas líneas antes de ir a Huayllani para poner velas blancas por las víctimas de las masacres en Sacaba y Senkata. Otro momento esbozaré un par de epitafios dedicados a aquellos vivillos que siguen negando esas masacres de manera cínica desde noviembre de 2019.

 Fernando Mayorga es sociólogo. 

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Cochabambinidad

/ 24 de septiembre de 2023 / 01:36

Una vez publiqué un artículo dedicado a las fiestas de septiembre, mes aniversario de Cochabamba, bajo el sugestivo título de El laberinto de la vanidad. Era una adaptación simplona del estupendo ensayo de Octavio Paz sobre el ajayu mexicano: El laberinto de la soledad. Mucha gente se indignó al mejor estilo orureño, la mayoría habló mal de mí, como corresponde. No pretendía especular sobre el élan cochala, hice una simple sumatoria de especulaciones sobre la identidad cochabambina, anatematizada por los/las demás compatriotas y que se traduce en comentarios crueles e irónicos sobre el ser nacido en este valle. Uso, a propósito, el género masculino porque la cochabambinidad, en su faceta deleznable, tiene ese perfil, y estas líneas pretenden reivindicar a las mujeres de la Llajta, a las valerosas mujeres que el 27 de mayo de 1821 se enfrentaron a las huestes del imperio español y cuando un militar les preguntó si “todas ellas sí querían rendirse, dijeron que no, que más bien tendrían la gloria de morir matando”.

Ahora bien, se ha producido un desplazamiento en la simbología local, aquella que resume la historia —o la anula, transformándola—, y que es el basamento de la identidad regional. Me refiero a la creciente pérdida de la importancia de la imagen y significado de Las Heroínas de la Coronilla como ícono identitario —a las “valerosas cochabambinas” que enfrentaron al ejército colonial en la Colina de San Sebastián— y que hasta los años 90 del siglo pasado ilustraban las tarjetas postales. Además, por ese acontecimiento histórico se conmemora en nuestro país, a fines de mayo, el Día de la Madre. Y esa gesta es recordada y homenajeada por el ejército argentino que les brinda honores cuando izan su bandera albiceleste mientras una diana inaugura el lunes de cada semana. Y por tal motivo, alguien compuso, antaño, una ópera sobre ese hecho aunque solamente una vez se escenificó en alguna ciudad de Europa o en Buenos Aires. Y es seguro que por esa razón también, en el barrio de San Telmo, existe la avenida Cochabamba, por cuyas aceras caminaba la Maga, entrañable personaje de la Rayuela de Julio Cortázar. Seguramente recorría sus meandros los 21 de septiembre, por pura magia, buscando sombra bajo un jacarandá.

Resulta que el monumento a Las Heroínas de la Coronilla ha sido relegado por El Cristo de la Concordia como imagen representativa de la urbe cochala, como ícono turístico de Cochabamba. Una estatua construida en los años 80 en la cima del cerro de San Pedro —y 10 centímetros más grande que el Cristo del Corcovado, se afirma de manera orgullosa— que abraza, es un decir, la ciudad contaminada, nos representa en las postales. Como dijo un historiador: “las tradiciones se inventan” pero ésta no tiene arraigo, hubiera preferido, tratándose de íconos religiosos, que sea la Virgen de Urkupiña, al fin y al cabo es la Pachamama y así estaríamos, por lo menos, en modo plurinacional.

No deja de ser paradójico que, en esta época de reivindicación de los derechos de las mujeres y de la equidad de género, se haya producido la depauperación simbólica de Las Heroínas de la Coronilla que representan el valor de las mujeres en los albores del nacimiento del país. Al fragor de la batalla, nada menos, poniendo el cuerpo, como se dice ahora. ¿Será posible retornar al pasado? Creo que es justo y necesario para restituir la identidad cochabambina recuperando la memoria histórica.

Fernando Mayorga es sociólogo. 

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Los caminos del progresismo

/ 13 de agosto de 2023 / 01:25

Hace un par de meses, salió un número de la revista Nueva Sociedad, publicación de amplia difusión en la región y enfocada en temas de política y democracia, dedicado a los gobiernos de Gustavo Petro, Gabriel Boric y Lula da Silva bajo el sugerente título de “los márgenes del cambio” y se refiere al debate acerca de una segunda ola de gobiernos progresistas en Latinoamérica. Algunos le llaman “marea rosa”, otros le dicen (nuevo) “giro a la izquierda”. No me referiré a Colombia, Chile y Brasil, aunque un balance de esos casos es útil para reflexionar sobre el proceso político en la región y los retos que enfrenta el progresismo, término que denota una búsqueda de sentido, de identidad, de proyecto. Estas líneas van en esa dirección.

En esta fase del proceso político en la región, las fuerzas y partidos progresistas deben adoptar un formato de coalición flexible mediante alianzas electorales y acuerdos sustantivos con movimientos sociales y actores colectivos —portadores de nuevas demandas y propuestas alternativas— con la finalidad de realizar ajustes programáticos para impulsar un modelo de desarrollo ajeno al “extractivismo” y un esquema político distinto al “populista”. En términos organizativos es necesario que adopten un modelo decisorio de carácter colegiado y sin dependencia de liderazgos carismáticos para reforzar su adscripción a la institucionalidad democrática.

Es preciso que las fuerzas progresistas desplieguen una estrategia discursiva dirigida a ampliar su radio de convocatoria política adoptando una posición centrista para atenuar la polarización ideológica que actualmente predomina en la sociedad y se expresa en la irrupción de fuerzas políticas de carácter ultraconservador. La derecha ha ingresado a la disputa por la conducción cultural de la sociedad y dispone de apoyo social porque representa posiciones conservadoras asentadas en prejuicios y creencias religiosas. Así, invoca la defensa de la propiedad privada contra el “comunismo”, combate la “ideología de género” y el reconocimiento de las diversidades sexuales. Las fuerzas progresistas deben ingresar en esa disputa por la ciudadanía como sistema de derechos para resguardarlo y ampliarlo mediante una articulación con los actores colectivos movilizados a partir de sus códigos identitarios y demandas temáticas.

En el pasado, la centralidad del clivaje Estado/ mercado provocó que la lucha contra el neoliberalismo sea el principio dominante en el discurso de las fuerzas progresistas y se expresó en el impulso a patrones de desarrollo con centralidad estatal y basados en la generación de excedente económico a través de exportaciones. Este modelo es acusado de extractivista y, ante su persistencia, perdieron impulso aquellas alternativas de desarrollo basadas en los derechos colectivos de los pueblos indígenas (Vivir bien). En esa medida, las fuerzas progresistas perdieron la capacidad para seducir a movimientos ecologistas, movilizar a sectores juveniles, incluso, mantener el apoyo del movimiento indígena.

Por otra parte, las fuerzas y los partidos de izquierda son anatemizados como “populistas” por su débil apego a la institucionalidad democrática. Principios como alternancia, pluralismo y Estado de derecho son esgrimidos por sus rivales para debilitar la imagen democrática de las fuerzas progresistas que se caracterizaron por impulsar la ampliación de la representación y participación de sectores subalternos. Esa caracterización se sustenta en la distinción entre democracia como igualdad, impulsada por los gobiernos progresistas, y democracia como libertad, esgrimida por sus detractores. Es importante evitar ese dualismo y percibir la relación entre libertad e igualdad como una dualidad, por ende, debe darse similar importancia a ambos sentidos de la democracia.

Fernando Mayorga es sociólogo. www.pieb.com bo/blogs/ mayorga/ mayorga

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Sin sindéresis

/ 18 de junio de 2023 / 00:57

En los últimos tiempos, la literalidad se ha convertido en un rasgo predominante en nuestra cultura política. No es un defecto, o no debería serlo, habida cuenta que la literalidad se refiere a seguir fielmente el significado exacto de las palabras, sin embargo, en estos tiempos, en vez de aclarar las cosas, la literalidad las enreda, las va enredando (más grave aún puesto que circula en las redes). Curiosa paradoja, como toda paradoja. Lo que sucede es que se trata de una literalidad sin sindéresis y no es poca cosa, porque la sindéresis se refiere al uso de la discreción y la sensatez para juzgar los hechos de una manera correcta y para emitir juicios en un momento determinado. Y si algo falta en estos tiempos es cordura, tino y mesura en los meandros de la política, en los pasillos partidistas. Y ni hablar de la mayoría de periodistas, sobre todo aquellos que armaron un cerco mediático en 2019 con falacias que siguen repitiendo (pero de mentiras, fake news y manipulación mediática me encargaré otro día).

Existe falta de sindéresis, sin duda, cuando un diputado enarbola un letrero que dice: “Yo no me quiero suicidar” y uno no sabe si se trata del uso de una figura retórica —ironía o sarcasmo— para denotar astucia o es simplemente un desliz argumentativo que deriva en una hipérbole —otra figura retórica— porque, dizqué, “en Bolivia ya no existe derecho y justicia que nos ampare”. A ver. Y lo declaran unos parlamentarios que forman parte de la bancada oficialista y no de la oposición, aquella que anda prediciendo catástrofes desde ha y como siempre anda envuelta en el papel celofán de la ins/ti/tu/cio/na/li/dad aunque no se despeina para expulsar de su bancada a una senadora porque votó en sentido contrario a la orden de su agrupación. Ante tal hecho y para contrariar a sus detractores, la desterrada legisladora decidió fragmentar aún más a la oposición: “como tan preocupados están todos, entonces es posible que una vez que concluya mi mandato yo me presente para presidenta o para vicepresidenta”. Eso es salirse por la tangente, con estilo.

Sin estilo, en las filas de la bancada oficialista resaltan algunos personajes por su histrionismo, cuyas declaraciones no consignaré por falta de espacio y porque son de dominio público y de escarnio privado.

Mi atención apunta a la literalidad cada vez más frecuente en el seno del partido de gobierno; en el partido y en el Gobierno; así, por separado, puesto que a veces el MAS-IPSP es una sola entidad, a veces dos, y otras tantas, es ninguna, porque da la impresión de que el significante “se ha estido”. Sin medias tintas, el jefe del partido de gobierno declaró que el partido no forma parte del Gobierno y otro alto dirigente señaló que el Presidente del Estado es enemigo del presidente del partido y así sucesivamente. Literal, a lo Marx, en modo Groucho.

Hace años, el relato épico predominaba en la discursividad política del “proceso de cambio” y, a tono con ese tenor, la oposición era altisonante y creativa (remember “la media luna”). Estos días no hay pistas para encontrar alguna elaboración discursiva asentada en argumentos y potentes interpelaciones, ojalá no sea un signo de los tiempos sino cuestión del frio invernal, para terminar con un pleonasmo.

Fernando Mayorga es sociólogo.

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