Bolivia y México, política anticrisis
Aun bajo la misma condición, el miedo-pánico también ha sido utilizado como dispositivo de modo distinto
En un influyente artículo, John Loannidis afirma que las decisiones que están tomando los gobiernos en respuesta a la pandemia provocada por el nuevo coronavirus no dependen de datos fiables, porque los países carecen de evidencia sobre cuántas personas han sido y están siendo realmente infectadas, por lo que si bien en el corto plazo esas decisiones pueden ser soportables, en el largo plazo sus consecuencias son impredecibles.
Bolivia y México se encuentran en la antípoda de ese escenario, no sin cierto sentido contradictorio, porque mientras en el primer país aquellos que se abalanzaron sobre el poder, haciéndonos creer que recuperarían la democracia, impusieron un virtual Estado de excepción; en cambio en la nación azteca, aquellos que fueron tildados de populistas y resabios de un viejo autoritarismo han optado por medidas más “humanistas”. Aun bajo la misma condición, el miedo-pánico también ha sido utilizado como dispositivo de modo distinto. En México, por medios de oposición que desataron un contagio psíquico en la sociedad y que superó al propio Gobierno en acciones de prevención. Y en Bolivia, por el propio Gobierno, que desplegó el discurso del miedo para, en palabras de Giorgio Agambem, “limitar la libertad en nombre de un deseo de seguridad inducido por el mismo Gobierno”. “Vendrán días tristes para Bolivia”, anunciaba la Presidenta provisoria, y su coro de allegados no se detuvo en generar paranoia.
Por eso, el Gobierno mexicano declaró inicialmente su lucha en contra del pánico y la desinformación; mientras que la ironía de los hechos obligó al Gobierno boliviano a cuidar vidas humanas habiendo operado previamente dos masacres. Así, mientras en México las acciones se desplegaron desde una matriz discursiva ceñida al respeto de los derechos humanos y al cuidado de la vida pública, en Bolivia el discurso del miedo derivó en cárcel y castigo. El Ejecutivo mexicano encargó la política anticrisis a un grupo de especialistas, cuya tarea técnica se transparenta y rinde cuentas todos los días a las 19.00. En cambio en Bolivia parece haberse instalado en el Ejecutivo una suerte de triunvirato integrado por los ministros de Gobierno, de Defensa, y de Obras Públicas.
De allí que en el país el Gobierno refleja una falta de coordinación no solo por su desesperada manera de tomar medidas en función del número de muertos e infectados, sino también por su forma de gobernar por decreto. En cambio en México las medidas se han tomando pausada y sucesivamente, según transcurrieron las etapas de contención y mitigación, las cuales por cierto en Bolivia se definen arbitrariamente. Parte de lo dicho se refleja, además, en la odisea que viven más de 500 bolivianos en la frontera con Chile, impedidos de entrar a su propio país. Lo cual contrasta con los más de 8.000 mexicanos repatriados, sin distinción del color piel ni de su partido. El Gobierno mexicano se resistió a tomar medidas drásticas en esta materia porque, a decir de su Presidente, ellas exacerban el racismo, el odio y la discriminación; sentimientos que parece hacer sentido el Director de Migración boliviano.
Y para terminar de marcar diferencias, en la tarea de mitigación de la pandemia México optó por concientizar amigable y didácticamente a la gente, a través de “Su-sana Distancia”, una súper heroína (un personaje animado) que, identificada con los niños, exhorta a quedarse en casa en nombre del bienestar común. Todo lo opuesto a la forma en la que el mencionado triunvirato se confronta con la gente a punta de amenazas, y la aparición nocturna del Ministro de Salud como un “ángel de mandil blanco” de la muerte. En el razonamiento de Loannidis, ¿cuál será la consecuencia de esta disimilitud?
Carlos Ernesto Ichuta Nina, doctor en sociología.