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Tuesday 19 Mar 2024 | Actualizado a 00:10 AM

Alfa y omega

En miles de años de civilización no hemos comprendido que los más afectados por este tipo de acciones somos nosotros, los humanos

/ 14 de abril de 2020 / 06:31

¿Quién pensó que el mundo luciría como hoy? ¿Los sucesos que hoy transcurren en nuestras vidas se vislumbran como el principio o final? La vida no volverá a ser igual tras la crisis global desatada por el COVID-19. Al parecer es el fin de una era económica altamente dependiente de la globalización para los países industrializados. Y para países como el nuestro, quizás represente la culminación de la explotación de las materias primas. Bolivia, como otros países en vías de desarrollo, se enfocó en la explotación de sus recursos naturales, relegando el conocimiento y la investigación por otras prioridades. Hoy el mundo ha puesto su esperanza en la ciencia para afrontar la pandemia.

Nos encontramos en una suerte de “arresto domiciliario” por maltratar a la Madre Tierra. Hemos exterminado bosques tropicales (los más biodiversos) a un ritmo sin precedentes: 12 millones de hectáreas (30 canchas de fútbol por minuto) deforestadas a nivel global en un solo año (2018), según estimaciones de World Resources Institute (WRI). A ello se suma la tragedia de los incendios forestales (cada vez más severos), el tráfico de especies, la contaminación y una larga lista de acciones que generamos en contra de nuestro propio hogar.

En miles de años de civilización no hemos comprendido que los más afectados por este tipo de acciones somos nosotros, los humanos. Carlos Zambrana-Torrelio, científico boliviano que monitorea epidemias relacionadas con la vida silvestre (EcoHealth Alliance), indica que hemos destapado la Caja de Pandora, pues las alteraciones de los ecosistemas estarían propiciando el brote de nuevos virus que se escapan al control humano.

Parece que estamos en el omega (final) de nuestra habitual forma de vida: miles de extranjeros repatriados, abordando su última oportunidad para llegar a casa. Millones de personas confinadas, esperando que la tempestad pase para retomar la normalidad. El dinero es inútil frente al COVID-19. Este coronavirus ataca sin discriminar y nos quita lo fundamental: el aire. Sin tiempo definido, la espera de una vacuna se torna tensa e incierta. Mientras tanto, los ecosistemas se recuperan, la biodiversidad retoma lo que es suyo, y nos corrobora que la naturaleza no necesita a las personas, que está preparada para evolucionar…

Entonces, será qué necesitamos trazar un plan B para este principio, o inicio (alfa), en el que trascurrirán nuevas formas de encarar la educación, la salud, la vida familiar, nuestras fuentes laborales (cada vez más digitales y virtuales), el transporte (hoy la bicicleta se ha vuelto indispensable). Quizás es el momento de ser más amigos de nuestro planeta.

Marlene Quintanilla, directora de Investigación y Gestión del Conocimiento de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN)

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Bosques en pie

Marlene Quintanilla

/ 2 de agosto de 2023 / 08:31

¿Cómo definirías al bosque o cómo piensas que es? Desde una óptica global, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) define al bosque como tierras de más de media hectárea (5.000 m2), con árboles superiores a 5 metros y cubierta forestal de más del 10%, sin uso predominante agrícola o urbano. Sin embargo, esta definición no satisface exigencias técnicas o jurídicas. El bosque es mucho más que árboles. Comprende una diversidad de animales que interactúan y cumplen funciones ambientales, protectoras, culturales, paisajísticas o recreativas.

En un país heterogéneo y megadiverso como Bolivia, la definición de bosque es compleja. Desde la óptica de funcionalidad de la cubierta forestal, la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN) mapea los bosques y sus cambios en cada píxel o celda de 900 m2 (30×30 m), utilizando imágenes satelitales Landsat y algoritmos perfeccionados con tecnología avanzada (machine learning) para detectar: ¿cuánto bosque tenemos hoy?, y ¿Cuánto se perdió cada año desde 1985 hasta 2022? Este mapeo contabiliza todo tipo de bosque detectado en un píxel, mejorando el conocimiento de la extensión de los bosques andinos, aquellos de sabana y del Chaco.

Lea también: Déficit de Naturaleza

Hace poco Global Forest Watch (GFW) publicó la pérdida global de bosque para 2022, lamentablemente Bolivia aparece entre los primeros países. En abril de este año, FAN lanzó la plataforma MapBiomas Bolivia y publicó cifras sobre el estado de los bosques. El país contaba con 63 millones de hectáreas (58% del país) de bosque original y para 2022 alcanza a 55 millones de hectáreas (50% del país). En 2022, el país batió récord histórico en deforestación, jamás se habían registrado 429.000 hectáreas en un solo año. Si bien el epicentro ocurre en Santa Cruz, respecto a 2021, la deforestación creció un 15% en este departamento, de forma similar Beni aumentó un 14%, mientras que Chuquisaca y Tarija alarman con el 104% y 192% de incremento, respectivamente.

“La tierra es para quien la trabaja”, este ha sido y es uno de los importantes avances en materia de derechos y distribución de tierras en el país. Sin embargo, para que prevalezca este derecho, muchas veces se aplica un modelo agrarista en áreas donde siempre permanecieron los bosques, vulnerando su sobrevivencia en pie porque se las confunde con tierra floja. En esta ecuación agraria falta avanzar en modelos modernos y resilientes al cambio climático, el bosque en pie requiere más seguridad jurídica. La sostenibilidad agropecuaria necesita del bosque. Los suelos son más de aptitud forestal que agrícola; su fertilidad termina cuando el bosque muere, las reservas de agua y la estabilidad climática tambalean provocando pérdidas millonarias por sequías muy intensas o inundaciones que arrasan con todo sin discriminar quién lo hizo bien o mal.

Las cifras globales ponen en el ojo a Bolivia, Brasil y a otros países, denotando que avanzamos muy poco en la seguridad jurídica para mantener los bosques en pie. El mundo cada año sacrifica más de 4 millones de hectáreas de bosque para el ansiado desarrollo, mientras el cambio climático nos lleva a un territorio desconocido. Los impactos son cada vez más latentes; en Bolivia se redujeron a la mitad los glaciares, los acuíferos disminuyen su capacidad rápidamente y la ONU advierte que entramos a la era de la ebullición del planeta. Los bosques en pie son nuestro escudo para afrontar esta nueva realidad.

(*) Marlene Quintanilla es directora de Investigación & Gestión del Conocimiento de la FAN

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Déficit de Naturaleza

/ 15 de febrero de 2023 / 01:28

Alguna vez pensaste en tomar un ¿Baño de Bosque?… pues sí, la inmersión en el bosque es una práctica recomendada para el estrés y otras enfermedades. Conocida como “ShinrinYoku” en Japón, consiste en un paseo estructurado y planificado que recorre menos de un kilómetro por un paisaje sonoro limpio para conectar a las personas con la naturaleza.

Estar separados de la naturaleza perjudica la salud física y psicológica, así lo confirman varias investigaciones. El mundo moderno nos sumerge entre el 70% y 80% de nuestro tiempo dentro de habitaciones (muros), donde los únicos momentos de contacto con la naturaleza ocurren cuando nos trasladamos al trabajo o a la escuela. Por otro lado, la vida digital, hoy necesaria para la interacción socio-virtual, también ha limitado nuestras actividades al aire libre.

La persistente desconexión de la naturaleza está provocando un trastorno denominado Déficit de Naturaleza. Tanto niños como adultos experimentan una disminución del uso de los sentidos, problemas de atención y enfermedades físicas y emocionales (R. Louv, 2005). Los seres humanos, sobre todo los niños, cuanto mayor acceso tengan a las áreas naturales cercanas, mayor será su capacidad para sobrellevar situaciones adversas y de estrés (TELVA, 2020).

Una investigación realizada en los años 80, en un hospital de Pensilvania, determinó que los pacientes en habitaciones con vistas al bosque se recuperaban más pronto que aquellos que solo veían un paisaje urbano. Los árboles segregan sustancias químicas para protegerse de las plagas, estos compuestos antimicrobianos tienen propiedades terapéuticas para el ser humano. Caminar descalzo (grounding) sobre pasto, arena, o piedra, libera campos electromagnéticos con los cuales convivimos a diario, podría aliviar dolores crónicos, y mejorar el sueño entre otros beneficios.

Conservar la naturaleza no es solo una acción ambiental, es cuidar de nuestro bienestar humano. Si bien en esta columna hago referencia al Déficit de Naturaleza como una patología vinculada a la salud humana, quiero destacar que diversos ecosistemas de la Amazonía y la Chiquitanía atraviesan una etapa de Déficit de Naturaleza. Los bosques y humedales transformados a campos agropecuarios cada año cobran factura. El estrés hídrico y las crecidas de ríos seguirán siendo realidades si no mantenemos el bosque en pie para contener estos fenómenos.

Las sequías y las inundaciones ya generaron más de $us 40 millones de pérdidas en los municipios de mayor producción del departamento de Santa Cruz. ¿Por qué ocurren estos fenómenos?, la respuesta es simple, venimos agotando a la naturaleza, estamos alterando la funcionalidad hidrológica de las cuencas, la deforestación cambia el flujo superficial y subterráneo del agua.

En medio de una metamorfosis climática global, conservar la naturaleza es una de las acciones indispensables para mitigar los fenómenos climáticos. Cada acción tuya y mía es fundamental para contrarrestar el Déficit de Naturaleza.

Marlene Quintanilla es directora de Investigación y Gestión del Conocimiento de la FAN.

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Menos árboles, menos lluvias…

/ 23 de noviembre de 2022 / 01:57

La naturaleza es un sistema perfecto y balanceado, genera vida con cada elemento y proceso ecológico. Erróneamente asumimos que la naturaleza es… y que nosotros somos, pero es lo contrario; “somos naturaleza”. El hecho de utilizarla para nuestro servicio nos ha desconectado más de ella, cada impacto en la naturaleza coloca en riesgo la estabilidad climática del planeta, la seguridad alimentaria e hídrica de millones de personas.

La deforestación y los incendios están generando una inesperada metamorfosis en áreas tan vitales como la Amazonía. Los extensos bosques amazónicos en el sureste de Brasil están dejando de contrarrestar los efectos del cambio climático. Hoy emiten más dióxido de carbono de lo que habitualmente absorbían (Revista Nature, 2021). La reducción del bosque está provocando sequías más intensas, favoreciendo un clima propicio para más incendios y más degradación.

El estrés que sufren los ecosistemas con cada evento de incendios y sequías aumentan la mortalidad de los árboles (Brienen et al. 2015), provocando mayores emisiones de carbono. Menos árboles significan menos lluvia y temperaturas más altas, la estación seca se hace cada vez peor y nos impacta cada vez más.

Atravesamos un ciclo muy negativo, la reducción y degradación de los bosques nos cobran factura. En la Amazonía boliviana, municipios como Ascención de Guarayos se declaran en emergencia ante la falta de agua. La deforestación en este municipio eliminó el 23% de sus bosques, las lluvias se redujeron en -11% en los últimos 10 años y la sequía extrema se prolongó a más de cuatro meses.

La escasa humedad en la tierra retrasa la siembra de cultivos como el maíz y sorgo en el Chaco boliviano, quedando incierta la campaña de verano por la falta de lluvias. La desesperación por el agua no es ajena en las ciudades de Potosí y Sucre. Los Andes experimentan un acelerado retroceso de glaciares, se ha perdido más del 40% de su cobertura en los últimos años (RAISG, 2021) e impacta directamente en la recarga hídrica en las cuencas.

El mundo atraviesa una escalada de impactos climáticos. Este fin de semana la COP27 celebrada en Sharm el Sheikh (Egipto) dejó sabor a poco porque no se cumplió lo establecido en Glasgow (COP 26), aunque ocurrió un acuerdo histórico con la creación de un fondo que compensará a los países en vías de desarrollo por pérdidas y daños sufridos por el cambio climático. Si bien se priorizará a países vulnerables como receptores del fondo, no queda claro quién recibe la ayuda y quiénes son los que pagan.

Lo cierto es que la crisis del agua es más palpable en nuestro país, mientras continúe avanzando la deforestación y los incendios. El tiempo es muy valioso para evitar más impactos. Debemos crear planes y acciones que mejoren nuestra capacidad para adaptarnos a los efectos climáticos. Cada árbol juega un rol clave para enfrentar al cambio climático, cuidarlos es cuidar de nosotros.

Marlene Quintanilla es directora de Investigación y Gestión del Conocimiento de la Fundación Amigos de la Naturaleza.

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Una sola Tierra

/ 8 de junio de 2022 / 01:09

A cinco décadas de que en Estocolmo la comunidad científica ya solicitaba a los gobiernos una política ambiental internacional, se puede afirmar que los avances están en mayor retroceso. Para esa época (1972), Bolivia y Sudamérica no se encontraban en el ojo público por sus acciones ambientales.

Hoy la Amazonía sufre una grave transformación por la deforestación y los incendios. El 26% de su territorio está convertido en campos agropecuarios y con áreas altamente degradadas. El 90% de estas afectaciones son causadas en Brasil y Bolivia. Ninguna civilización como la nuestra afectó tanto a la Amazonía. Cada año eliminamos 1,5 millones hectáreas de bosque amazónico; la deforestación total (2020) es más extensa que toda España.

Las cifras son de terror porque se pierde mucho más que árboles. La Tierra está interconectada y funciona como un todo. El efecto esponja de la Amazonía almacena agua para las ciudades, sus frondosos árboles además de alimentar a los acuíferos devuelven la humedad capturada por sus hojas a la atmósfera para producir lluvias, generando vida y productividad todo el tiempo. La biodiversidad que habita en la Amazonía es la arquitecta de todo este proceso, diseña su funcionalidad, sin ella se rompe este ciclo.

La conectividad ecológica para el desplazamiento de miles de especies está fragmentada, muchas especies están en peligro crítico y al borde de la extinción. El mayor detonante es la deforestación, y junto a los incendios se acelera una era de cambios en la Amazonía.

La crisis climática que atravesamos nos afecta más a los humanos; sin agua y clima estable será difícil lograr el desarrollo que anhela Latinoamérica. La naturaleza ha demostrado siempre su capacidad de adaptarse a los cambios y es testigo de la extinción de especies desde hace millones de años.

Quizás debamos mirar un poco más hacia el pasado para aprender de la forma de convivencia que tenían nuestros abuelos con la naturaleza. Está claro que ellos fueron más responsables y cuidadosos con el medio ambiente. Hoy los territorios indígenas de la Amazonía conservan y respetan mucho mejor que cualquier otra figura de protección, se han convertido en custodios de los bosques, sus áreas son escudos contra la deforestación.

El cambio climático no discrimina, impacta a todos. Los pueblos indígenas afrontan mayores desafíos; mientras sufren los impactos de las extremas sequías e inundaciones, varios líderes indígenas pierden la vida por disputas de tierra y recursos naturales. Según la FAO (2021), entre 2015 y 2019 más de 200 líderes indígenas fueron asesinados. La defensa del medio ambiente ha quedado más en manos de los pueblos indígenas que de los que habitamos las ciudades. Este rol debería ser a la inversa.

Tenemos “Una sola Tierra”; si lo ambiental no es una prioridad, y la crisis climática se acelera, ¿cómo imaginas el medio ambiente de tus hijos y nietos para 2072? Podemos revertir el daño si actuamos hoy.

Marlene Quintanilla es directora de Investigación & Gestión del Conocimiento de la FAN.

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Ama los bosques

/ 16 de marzo de 2022 / 03:24

En tiempos de pandemia, y en silencio, el mundo continúa perdiendo bosque. La deforestación arrasa con la vida de miles de especies; en un solo año, la humanidad pierde alrededor de 12 millones de hectáreas (23 canchas de futbol por segundo). La Amazonía, el bioma que produce más agua dulce para el planeta, está llegando al punto de inflexión. La deforestación y los incendios ganan terreno dejando suelos áridos, sequías, inundaciones y mayor pobreza en las comunidades que los habitan.

Pese a la recesión económica padecida por la pandemia, los bosques amazónicos incrementaron su pérdida en 40% más en 2020 respecto a 2019 (Raisg, 2021), está tendencia de alza parece continuar. Mientras no logremos mirar al bosque como nuestra fuente de producción de alimentos, agua, medicina, oxígeno, y fuente sustentable para mejorar la economía del país seguiremos cercenando nuestra única posibilidad de afrontar a los efectos del cambio climático.

Bolivia es un tesoro escondido en recursos forestales maderables y no maderables. En un fragmento del bosque chiquitano (FAN, 2018) podemos encontrar más de 114 plantas con valor alimenticio, 75 especies con uso medicinal, 44 especies usadas para construcción y manufactura, asimismo la regulación de temperatura en -8°C respecto a una zona agrícola, almacenamiento de agua y más lluvia, alrededor de 50 especies frugívoras e insectívoras que regeneran el bosque, controlan plagas y enfermedades; la lista de beneficios es interminable…

La heterogeneidad y diversidad de bosques en la Amazonía destacan a Bolivia y Venezuela por los Yungas, bosques de Várzea y Tepuyes (gigantescas mesetas), estos lugares además de su impresionante belleza escénica son la morada de muchas especies endémicas (distribución geográfica restringida), cuyo valor ecológico es intangible por su rol en la salud de los ecosistemas.

Nuestra cultura y relación con la vida siempre han estado influenciadas por la diversidad de árboles y plantas que formaron parte de nuestra niñez cuando los trepábamos, o cuando nos cobijamos del sol y la lluvia. Para los pueblos indígenas, los bosques son más que solo madera, sombra, alimentos, etc., significan su identidad y vinculación espiritual con la Madre Tierra. Tenemos mucho por aprender del conocimiento y relacionamiento de los pueblos indígenas con el bosque. La vida moderna requiere de más bosque para una mayor resiliencia climática.

América del Sur y África en las tres últimas décadas merman sus bosques entre 2,5 y 5 millones de hectáreas por año, debido al cambio de uso de suelo. En sentido contrario, la esperanza reside en que la tasa de pérdida de bosque está disminuyendo en Europa y Asia: en ambos continentes la cubierta forestal aumentó entre 0,5 y 2,5 millones de hectáreas por año (FAO, 2020). Son buenas señales para el planeta, si logramos disminuir la deforestación y apostamos por el manejo de los bosques junto a la restauración podríamos contribuir significativamente a disminuir el hambre, asegurar el agua y proteger el clima. Ama los bosques, ama la vida.

Marlene Quintanilla es directora de Investigación & Gestión del Conocimiento de la FAN.

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