Bienvenido, nuevo siglo
La historia siempre te espera a la vuelta de la esquina, te coge del cuello y te enfrenta a tu frágil humanidad
Tengo la certeza de que hasta hace pocos meses seguíamos viviendo con los miedos y las convicciones del siglo pasado. El siglo XX estuvo lleno de grandes transformaciones y un desarrollo que parecía ilimitado. El confort llenó nuestra vida cotidiana, y gracias a la infinita capacidad productiva asiática, nuestras casas se atestaron de pequeños juguetes que nos resuelven la vida. La ciencia, la tecnología y la cultura global nos encandilaron; y el consumo logró hipnotizarnos como bichos alrededor del alumbrado público.
En las ciudades nos tragamos la idea de la película “Parásitos”: si nos esforzamos lo suficiente, todos podríamos cumplir el sueño de una vida cómoda y segura, acceder a un auto propio y pagar la hipoteca de nuestra casita de barrio. Nuestros miedos eran pequeños, propios de la posguerra fría. Nos afanábamos por conseguir un buen empleo, y defendíamos nuestras libertades tan solo para expresarnos libremente en redes sociales. El único riesgo real era que un grupo de inadaptados nos asalte a la vuelta de la esquina. Las guerras, epidemias, migraciones masivas y el cambio climático estaban limitados a las pantallas de nuestros televisores, y siempre podíamos cambiar de canal.
Pero la historia siempre te espera a la vuelta de la esquina, te coge del cuello y te enfrenta a tu frágil humanidad. Como en una realidad paralela, impensada tan solo hace un par de meses, hoy nos acostamos todos los días contando muertos y observando cómo se desintegran nuestras certezas financieras. La tecnología y la ciencia, que hasta hace pocos días nos aseguraban la felicidad, hoy nos fallan, devolviéndonos al miedo más primitivo: la incertidumbre de nuestra propia supervivencia. Nadie sabe cuánto durará la pandemia, cuántas personas se enfermarán, ni cuántas vidas se cobrará el coronavirus COVID-19. Pero lo que ya se está viendo son las consecuencias económicas y políticas de un siglo marcado por la primera (de muchas) crisis global.
Hace apenas unos meses, en la Cumbre del Clima de la ONU (COP25) los representantes de 200 países señalaron que era imposible parar la producción y el crecimiento. Inesperadamente primero se detuvo China, y ahora lo hacen cada vez más países. Industrias imparables como el turismo y la gastronomía hoy podrían enfrentar una situación crítica y reducirse considerablemente. Los viajes internacionales hoy son tan complejos como en el siglo XVIII.
Se han cortado las cadenas de suministro mundiales. Las restricciones locales de movimiento, la suspensión de redes portuarias y logísticas clave provocan un efecto dominó a través de las cadenas mundiales. Privados de sus suministros, se tiene que detener la producción, y muchas industrias han comenzado a despedir a los trabajadores. Las políticas de cierre temporal han dejado a millones de trabajadores desempleados, sin otra opción que regresar a sus países de origen para sobrevivir. Y al hacerlo, aumentan el riesgo de propagación del virus. La caída de la demanda asiática sacudió los mercados de materias primas, y junto con las guerras de precios del petróleo, las preocupaciones por la recesión y las calamidades en los mercados financieros están contribuyendo a formar la tormenta perfecta. Al mismo tiempo, el colapso de la demanda de los consumidores ha hecho que las marcas mundiales cancelen sus pedidos, lo que ha afectado a los principales productores textiles. El temor al colapso de estas casas de naipes genera la fuga de los inversores. El único mineral que no para de subir de precio es el oro, único refugio seguro para los ahorristas temerosos.
Y los rasgos del nuevo siglo no se limitan de ninguna manera al ámbito de la economía. Se ponen a prueba los Estados y sus gobiernos para proteger las vidas de sus propios ciudadanos. Y allí surge aún mayor incertidumbre: ¿protección a cambio de obediencia? ¿Los poderes invocados por la declaración del estado de emergencia pueden también utilizarse para suprimir la disidencia pública? ¿Y quién nos asegura que las medidas draconianas introducidas hoy serán retiradas cuando la crisis haya terminado? Los Ejércitos, hoy en las calles, pueden sentirse muy a gusto, e imaginar que “la patria los convoca a dirigir el futuro”. En tiempos de crisis, la gente tiende a reunirse en torno al líder poco democrático. En muchos países, producto del miedo, la opinión pública se está volviendo en contra del respeto a las libertades individuales.
De la noche a la mañana un nuevo siglo toca nuestras puertas y nos deposita nuevas angustias y miedos. Las certezas que nos acompañaban se disuelven. De repente todo está sucediendo muy rápido. En cuestión de horas, promesas imposibles de los políticos populistas como el salario universal hoy se convierten en posibilidades reales. Lo que en el debate sobre el clima fue descartado por visiones románticas del mundo hoy puede ser una realidad. La primacía de los intereses del mercado sobre todos los demás intereses sociales está haciendo aguas, y seguro que, cuando el estado de excepción termine, ya no nos creeremos tan fácil la idea de que “eso es imposible”. Con esta crisis y el nuevo siglo, comenzó un nuevo ciclo de lo políticamente posible.
Lourdes Montero, cientista social