Voces

Wednesday 2 Oct 2024 | Actualizado a 06:57 AM

Crónica de un incidente: el infame test

‘No le podemos hacer la prueba’, respondieron, ‘no cumple los requisitos. Vaya a un laboratorio privado, fue la sugerencia’.

/ 23 de abril de 2020 / 08:51

Abrió los ojos, miró de un lado para el otro. Se levantó, aún era temprano, encendió el televisor, vio algo de noticias. Planchó la camisa blanca. Preparó un desayuno simple. Ya su vida era simple, en soledad, con los hijos grandes. Miró de reojo esa noticia que hablaba de una extraña enfermedad. Algo que viene de lejos. Pensó, como muchos, que esas cosas no pasan acá. En fin, se dispuso a consumir un día más. Salió a la calle, caminó entre la muchedumbre. De pronto el café de siempre frente a él. Ahí los amigos, también los de siempre. Saludó a todos y entregó un abrazo cálido. Hoy, ellos eran su familia. Rieron a momentos, carcajadas que movían sus dientes. Y de pronto serios, callados. Alguien dijo que parecía que iban a prohibir salir de casa, que la cosa se había puesto difícil. Se despidió de los amigos. “Adiós muchachos”, les dijo, “mañana los abrazo nuevamente”.

Caminó pensando ir a casa, como cada día, pero cambio de idea. Subió a un taxi. Habló con el chofer. Comentaron de política, pero más de fútbol. El conductor le preguntó si sabía de esa enfermedad de la que todos hablan. Dijo que no. Llegó a destino, pagó la tarifa del viaje. Entró a la casona vieja, varias de las mesas estaban ocupadas por turistas, encontró un espacio para él solo y se dispuso a almorzar en aquel lugar de viejos recuerdos. Desenterró algunos momentos, con ella comían ahí los domingos. Era su espacio y su momento. Para los dos solos, como él lo estaba ahora. Pensó en lo feliz que fueron. Comió. Aquella sopa estuvo mejor que nunca. Pensó en ella otra vez. En voz baja dijo para sí que la extrañaba, también que mantenía su amor por ella a pesar de su partida. Fue un día diferente, atípico. La ceremonia dominical pasó a miércoles, él no sabía por qué y tampoco le importaba.

Quiso volver a casa caminando, no hacía frio, lo acompañaba una sensación de tristeza y de extraño presentimiento. Se cansó, ya tenía algunos años encima, de esos que cansan por solo tenerlos. Pensó que la edad nos reduce a todos, pero no se sintió mal por ello. Hizo una pausa, volvió a emprender la caminata, ahora a un ritmo más lento, casi como un paseo matinal. Al fin en casa, subió las escaleras que lo conducían al primer piso, lo hizo apoyado en las barandas, con un pequeño descanso antes de llegar al último peldaño. Abrió la puerta, se fijó que una ventana estaba abierta, preparó en la cocina un café suave, buscó esas galletas a las que nunca renunció, encendió la radio, quiso fumar, prefirió que no. Escuchó una noticia infrecuente, impensada: desde mañana las personas de su edad no podrán salir a la calle. Una enfermedad extraña está matando gente, hay miedo y nadie sabe explicar qué pasa. Terminó el café, enfiló hacia el almacén, compró algunas cosas y se encerró en su casa, con la vista fija en el televisor y un temor que lo agitaba.

Pasaron los días, habló con su hijo y con su hija. Le dijeron que se cuide, que cuando todo sea normal, volverían al país a visitarlo. Quiso dormir, no podía, pensó que era insomnio. A última hora durmió un poco. La siguiente noche, menos. Las noticias solo hablaban de contagios y muertos. Cada día más estadísticas y más aterradoras. Pensó en sus amigos, hablaba con ellos, ya no los podía ver. Extrañaba los abrazos de cada mañana. “Las cosas están cada vez peor”, dijo.

Pasaba horas en la ventana. Una tos molesta hizo que prepare un té caliente y se recueste antes de lo habitual. Las noticias seguían dando reportes estadísticos de contagios y muertes. Otra vez sin dormir, la cama de siempre ahora le parecía incómoda, fue a buscar un vaso de agua, era media noche, traspiraba, había fiebre en su cuerpo. “¿Qué hago?”, pensó, “si no puedo salir”. Tomó un par de pastillas y tuvo unas cortas horas de sueño. Despertó inquieto, con el cuerpo mojado en sudor. Pensó en esa extraña enfermedad, vio el número de emergencia en el televisor. Llamó, le hicieron preguntas, se puso nervioso, respondió sin explicar bien lo que sentía. “Lo llamaremos”, le dijeron, “está usted bien, esto pasará pronto”.

Preguntó si podían hacerle la prueba de contagio, quería saber si la extraña enfermedad estaba en él. La tos constante lo perturbaba, la fiebre también. Pasaron unos días y nada cambió. No olvide tomar sus pastillas era los que siempre escuchaba. Su hijo lo llamaba, su hija también. No quiso alarmar a nadie. Volvió a contactarse con el número de emergencias. “No le podemos hacer la prueba”, respondieron, “no cumple los requisitos. Vaya a un laboratorio privado, fue la sugerencia”.

 Buscó un laboratorio, esperó su día de salida, la tos no lo dejaba respirar, pidió hacer la prueba de la extraña enfermedad. “Son mil pesos”, le dijo una señora seria. No tenía esa cantidad, volvió a casa sin el test. La fiebre marcó 38,4 en el termómetro. Ya no pudo pararse más en la ventana. Las fuerzas le alcanzaron apenas para llegar a la cocina. Preparó ese té caliente que necesitaba, se le cayó la taza, la angustia se instaló en su rostro. Sonó el teléfono, pudo atender, una voz le dijo que mañana lo buscarían para hacerle el test, que el señor ministro ya lo había autorizado. Intentó decir que ya era tarde, pero le salió un gracias. Se quedó en la sala sobre un sillón, pensaba en ella, los amigos y sus hijos. Dejó de toser, la fiebre se transformó en fría humedad. A la mañana siguiente, tocaron el timbre y ya nadie abrió. Le comunicaron al señor ministro que no utilizaron el test, que hallaron a la persona muerta en su casa. El ministro pensó: “En fin, tenemos una prueba más”.

Tenemos la premura de hacer tests masivos para los bolivianos. Es urgente que los laboratorios privados realicen pruebas de diagnóstico de contagio del COVID-19, y sea el Gobierno nacional el que asuma los costos de estas mediciones.

Jorge Richter Ramírez, politólogo

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Diálogos sin acuerdo nacional

La plática se detuvo en lo transitorio de la crisis, en una revisión de temáticas de preocupación coyuntural. Lo estructural no fue abordado.

Jorge Richter en una anterior entrevista en Piedra, Papel y Tinta

Por Jorge Richter Ramírez

/ 25 de agosto de 2024 / 06:13

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Existen palabras con cualidades sempiternas, esas que pareciese que no agotan, que se prueban para explicar todas las circunstancias y a las cuales se le extraen inacabadas extensiones de significación. Son palabras/conceptos de aceptación trascendida, aplicables a campos analíticos diversos, transversales a las especificidades de aquello que puede ser social como político o económico. Crisis, es uno de esos vocablos de asombrosa ductilidad.

Recurrida habitualmente, la palabra crisis caracteriza los tiempos más inveterados de la evolución de los Estados y de las sociedades. Ocurre lo propio en nuestro discurrir histórico. Cada inicio de año es un comenzar reflejando las crisis que nos gobiernan, un largo listado de lo que está en el hervidero cotidiano.

Crisis es una palabra que se inserta dentro de lo que hoy se denominan significantes vacíos; sin duda es un concepto clave, polisémico, que expresa una disparidad de ideas y asociaciones mentales que nos invaden la imaginación cuando alguien la pronuncia. En el pensamiento rápido del que habla Kahneman, ese que es intuitivo, súbito, precipitado y brusco, el eco de la voz crisis construye una imagen inmediata e inconsciente de un mal momento, de confusión y desconcierto, de inestabilidad, de crispaciones sociales y precaria o ninguna estabilidad política, económica o institucional, de intolerancias y polaridades. Crisis, que es una palabra inglesa que fue recogida del latín y a su vez del griego krisis, expresa una coyuntura de cambios, de incertidumbres, de reflexión, de juzgar, de decisiones y resoluciones también. Esto revela el porqué de forma constante e invariable, referimos que Bolivia está en crisis.

Bolivia es como un espacio habitual y normalizado de noticias y debates inaplazables, todos urgentes y todos necesarios, coligados a temáticas fundamentalísimas y propias de nuestra complejidad sociopolítica. Democracia, democracia intercultural, inclusiones de género, de representación política, de derechos, de participación y de voces que estaban apagadas. De políticas, de identidades, de pobreza, de igualdad y violencias diversas. De resistencias en los espacios patriarcales y oligárquicos, de reflexiones sobre el accionar del capitalismo, de ese capitalismo caníbal del que habla Nancy Fraser, y de estatismos y mercado.

Crisis es, entonces, un tiempo de reflexión para decidir qué hacer y hacia dónde ir. Cuando los Estados, sus sociedades y la política transitan un período de crisis que va asolando la esperanza popular y social, ya lejos de la mirada y del entendimiento de la necesaria reflexión, convocan a espacios de diálogo, de construcción de consensos. Sin avergonzamientos se dialoga cuando no se piensa igual. Es inútil forzar algo con afirmaciones como “tenemos muchas coincidencias” para después hablar sin escucharse, oír sin atender, o lo que es igual, dialogar sin resolver lo que nos separa y nos es urgente.

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El diálogo gobierno/empresarios fue necesario, pero estuvo acotado por lo reducido de los actores. Esta nuestra crisis se reflexiona y se soluciona con un número mayor de representantes. La puesta en escena del “Diálogo por la Economía” quedó incompleta pues faltaron los actores políticos que posibilitan se genere la gobernabilidad imprescindible en la Asamblea Legislativa. La empresa privada como gestor de créditos internacionales y operador político que persuada a asambleístas para la aprobación de créditos allí rezagados es un anuncio desesperanzador, pues no está en sus capacidades ni en sus facultades semejante cometido. Buena voluntad y ánimo de colaborar tienen, pero la política, siempre sinuosa, hace unos cálculos que ellos desentienden.

El diálogo se detuvo en lo transitorio de la crisis, en una revisión de temáticas de preocupación coyuntural. Lo estructural no fue abordado porque se entrecruza con lo electoral y las internas de poder partidario. Lo estructural es lograr que el Estado nuevamente disponga de un acceso normalizado a la divisa norteamericana para que, de esa forma, sea posible ordenar la provisión suficiente de diésel que el país requiere para su actividad industrial y productiva. Carestía de dólares e irregulares entregas de combustible prolongarán esa crisis interpretada como aquello que no consigue solucionarse.

Los resultados del diálogo expresados en 17 puntos/compromisos, a lo que se agrega el encuentro del gabinete agropecuario por la economía y la producción realizado en Santa Cruz con tres puntos comprometidos, aunque no publicitados en detalle, muestran que el diálogo no concluyó en aquello que hubiese convertido la iniciativa en algo trascendental para el momento de crisis: la voluntad de un Acuerdo Nacional amplio que reconstruya la legitimidad gubernamental y otorgue gobernabilidad legislativa, requisitos indispensables para reencauzar la economía en cada uno de sus componentes de criticidad.

En el balance último, todo lo ocurrido en la semana de los diálogos giró en torno a las sensaciones del tiempo: unos sienten que perdieron su tiempo, otros que ganaron algo de tiempo y el país, que aún no encuentra su tiempo. Cantaría La Lupe, esa cubana mágica, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro.

(*)Jorge Richter es politólogo

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Un nuevo tiempo bisagra

Bolivia se encuentra en pleno periodo de transición y la palabra crisis caracteriza el momento.

El otrora vocero presidencial Jorge Richter, en La Razón.

Por Jorge Richter Ramírez

/ 4 de agosto de 2024 / 06:08

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En cada cierre de ciclo hay un tiempo bisagra que señala el lapso de crisis entre una época que concluye y aquella que emerge sustitutivamente. Es lo viejo que muere y lo nuevo que va brotando hasta hacerse predominante. El tiempo que transcurre en esa bisagra es un periodo de caída y profundización de la crisis hasta que la conciencia social y política, extremada por las circunstancias, entiende la necesidad de encontrar los espacios de restablecimiento de la debida institucionalidad. En los últimos 50 años de historia de nuestro país, las bisagras de tiempo en los cierres de ciclo presentaron extensiones temporales desiguales y caracterizaciones propias, pero siempre gastaron meses y años signados por la incertidumbre y el intento de apropiación del poder político.

Situados en 2006, el nuevo tiempo que se inauguraba llegó cargado de simbologías de aquello que se disponía a establecerse históricamente: “En su gira por el mundo, luego de ser electo y antes de asumir el Gobierno, el tema de la diferencia fue parte de la sensación causada por Evo Morales cuando lució una chompa de lana de las que se venden en mercados populares de Bolivia, y que nadie asociaba con la investidura presidencial. Poco después asumía el mando ante los pueblos indígenas en las ruinas de Tiwanaku, con atuendos ceremoniales inspirados en ropas tradicionales de pueblos originarios. Y finalmente adoptaría como vestimenta oficial un traje diferente al del resto de las repúblicas democráticas de Occidente, con motivos andinos, pero confeccionado por una diseñadora de alta moda. Las tres vestimentas pueden servir de metáfora para comprender el proceso: la llegada del pueblo al Gobierno; con la ropa que el pueblo usa; el Pachacuty y retorno de Katari como la idea del poder de los indios y fin de la era colonial; o la incorporación de la cultura tradicional o indígena al Estado. Las tres tendencias, con sus combinaciones, y también el saco y la corbata (como la imagen de un gobierno de blancos y criollos) cruzarían la asamblea Constituyente y la política boliviana de esa época como índices del acontecimiento político entendido como llegada al Estado de quienes hasta entonces no estaban contemplados. Para algunos se trataría de cambios apenas estéticos, para otros sería el reflejo ceremonial de cambios más profundos”. La referencia etnográfica del texto de Salvador Schavelzon grafica el arribo del nuevo tiempo, pero también de lo que quedaba atrás, del cierre de todo lo anterior al tiempo que se fundaba.

Ese salto de momento histórico no sucede en un solo hecho o día específico; constituye un proceso de acumulación, de vigencias y agotamientos, de recambio de hegemonías, de sentidos comunes, de espacios elitarios y referencias políticas; es también un proceso que no suele ser amable y menos aún estable. En cada recambio, el tiempo bisagra descubre la magnitud de la crisis, expone su complejidad y profundidad, devela intenciones personalistas a la vez que encumbra a nuevos actores. La convivencia se deteriora, las expectativas sobre la economía, las instituciones y el futuro inmediato se desvanecen, es una sucesión de desencantos, molestia social y disgusto generalizado.

Bolivia cerró el ciclo del militarismo autoritario después de 18 años. Este había comenzado con el golpe de Estado del Gral. Barrientos a Paz Estenssoro en 1964 y se extendió hasta 1982, año en el cual el proyecto de los hombres de la democracia inició su consolidación. Sin embargo, el tiempo bisagra se había instalado ya desde 1978 con la salida de Banzer. En esos cuatro años, la crisis solo se fue ahondando. Las búsquedas por instalar la democracia eran frustradas por el desenfreno militar y las lógicas aún presentes de la entidad armada.

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Elecciones generales en 1978 que finalizan con el golpe de Estado de Juan Pereda Asbún, prontamente derrocado por otro militar, el Gral. David Padilla, quien inicia un nuevo periodo electoral que concluye eligiendo un presidente interno por falta de acuerdos. Asume Wálter Guevara Arze y tres meses después es depuesto por Alberto Natusch Busch. Luego, sigue la presidencia de Lidia Gueiler, el golpe de Estado de García Meza, el golpe de Celso Torrelio Villa y su reemplazo posterior por Guido Vildoso Calderón quien entrega el mando del país a los hombres de la democracia. Se inicia con ellos el nuevo tiempo de las libertades e institucionalidad democrática. El tiempo bisagra se extendió en este cierre de ciclo por un lapso de cuatro años.

Aquellos hombres cimentaron la democracia, la recuperación del imperio de la Constitución y las instituciones. En el final de su ciclo, también de 18 años, degeneraron sus estructuras partidarias, se apropiaron de la representación política malsanamente restringiéndola a grupos de poder y apellidos notables. El ciclo concluyó en 2003, pero el tiempo bisagra ya se había desabrochado en los primeros meses del inicio de siglo con la guerra del agua, la interpelación al modelo neoliberal y las primeras ideas de Asamblea Constituyente. La crisis ocupó los años 2000 al 2005. Lo que llegaba era el tiempo de lo social popular, aquel movimiento que transformado en movimiento político se inició en 2006.

Hoy, nuevamente llegamos a un final de ciclo, el que marcó los años del proceso de cambio, de lo social popular, de la creación del Estado Plurinacional. Lo que deje este período, lo que permanezca y aquello que se preserve y pueda ser reconducido y perfeccionado es algo aún incierto. La crisis se ha instalado. Lo económico como modelo conocido ya ha envejecido. La convivencia política al presente no encuentra espacio posible. La institucionalidad toda, a excepción del Tribunal Electoral, ya está devastada y atraviesa su decrepitud al ser continuamente interpelada. El Órgano Legislativo es la representación viva del descrédito y el Órgano Ejecutivo se muestra enmohecido e inconducente, quieto y hasta encorsetado por una cultura del interés personal y no de miradas colectivas.

El tiempo bisagra ya se abrió, la palabra crisis define y caracteriza el momento. Ante ello, es urgente que su espacio de permanencia sea lo menos extenso posible. Debe resolverse, en todos sus aspectos críticos, durante el 2025 e inexcusablemente dentro de los márgenes electoral y democráticos. Las palabras que reducen el entendimiento de la Policrisis actual solo conducirán a un diferimiento resolutivo, esto es, trasladar los momentos de reacomodo y solución para los años 26, 27 o 28, algo como una crisis extendida.

Con actores políticos tan ahistóricos y deshabitados del interés nacional avanzamos, aventureramente, hacia un tiempo bisagra abierto en exceso y altamente violento.

(*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

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Manual para urgencias políticas

La gestión de crisis requiere un análisis metódico de las causas y la implementación urgente de acciones, evitando el quietismo y la falta de liderazgo.

Jorge Richter en una anterior entrevista en Piedra, Papel y Tinta

Por Jorge Richter Ramírez

/ 7 de julio de 2024 / 06:11

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Si como Estado y sociedad nos acercamos a eso que desde la Ciencia Política, con carácter categorial, llamamos policrisis, sabemos que se debe optar por dos posibilidades: analizamos las causas y establecemos un diagnóstico -como suele ser lo esperado- o bien, en lógica compleja y subjetiva, listamos aquellas acciones que deben ser implementadas con urgencia desde los niveles de decisión de un gobierno. Si el quietismo controla al centro decisor, los problemas estructurales y cotidianos van creciendo corpóreamente, urge reconocerlo, comprender y extraer de esa realidad cada una de las consecuencias dables y tratar de restablecer el momento. Diríamos entonces, que la urgencia de hoy está en construir algo así como un Manual para Urgencias Políticas ante atmósferas de crisis.

En 1947, Albert Camus escribía en la revista Combat: “Demócrata, en definitiva, es aquel que admite que el adversario puede tener razón, que le permite, por consiguiente, expresarse y acepta reflexionar sobre sus argumentos. Cuando los partidos o los hombres están demasiado persuadidos de sus razones como para cerrar la boca de sus oponentes por la violencia, entonces la democracia no existe más.” Aún tiene, quien gobierna nuestro Estado, la posibilidad de ser un ejemplo. De ser amplio y receptar lo que desde la sociedad se sugiere. Aún puede, también, reconducir el tiempo de policrisis a nueva estabilidad; renunciando, por supuesto, a las verdades únicas, a los dolores de la confrontación y al desgarramiento de la democracia.

Oír escuchando, escuchar oyendo, reflexionar y emprender la acción, entonces:

Lo primero: no se gobierna sin método para el análisis y para la toma de decisiones. En situaciones complejas y procesos sociopolíticos la necesidad de elaborar conocimiento sobre la sociedad, la política, las lógicas de movilización y el poder, citando solo algunos campos, requiere un método de comprensión que posibilite analizar y construir el mapa de hechos para conseguir una decisión perfeccionada. Se pueden adscribir a métodos diferentes, bien Max Weber, Descartes u otros, pero el proceso de análisis, comprensión y causas debe ser sistemático e integral hasta abarcar todos los bordes del fenómeno instalado en el Estado y en la sociedad.

El quietismo y la ausencia de liderazgo son las primeras muestras de un gobierno que avanza imaginariamente y que en realidad se lo percibe desnortado y alejado de las conversaciones cotidianas de la sociedad. Entonces, en la urgencia, los hombres con responsabilidades encargadas y decisiones permanentes deben observar, analizar y sintetizar. El gobierno debe examinar, ejemplificando rápidamente, que la prórroga indefinida de magistrados en el Tribunal Constitucional ha irritado al país y que esta ya se ha asociado a una cuestión por la candidatura interna del MAS. Debe analizar el conflicto en todos sus elementos, a detalle, construyendo los escenarios posibles de conflictologías y dejar el uso intensivo del método intuitivo, que suele ser la vía fácil para evitar el trabajo metódico y reflexivo.

Segundo: todos somos artífices del destino común, pero ninguno es instrumento de la ambición de nadie. Juan Domingo Perón decía que esta afirmación era la base mayor sobre la cual debía asentarse la conducta de los militantes del Partido Justicialista: “el peronismo no es de nadie en particular, porque pertenece a todos los peronistas que lo formamos y defendemos. Dentro de él tenemos las mismas obligaciones y los mismos derechos, pero nadie que no cumpla bien con las primeras, puede invocar los segundos”. La policrisis actual tiene varias raíces, algunas ya vetustas y otras recientes. Entre las nuevas están las ambiciones personales que subyugan el proceso político a un personalismo ingobernado. El gobierno debe enfocarse en el destino común y dejar la lucha interna intrascendente para la sociedad boliviana.

Tercero: hay que distinguir siempre a “los buenos” de “los demás”. Ya lo decía el Martín Fierro: “nace el hombre con la astucia que ha de servirle de guía. Sin ella sucumbiría; pero según mi experiencia, se vuelve en unos prudencia y en los otros picardía”. Los demás son la especie abundante, los que inducen al error por medio del engreimiento. Fomentan la vanidad hasta endiosar. El cultivar la vanidad y no la tolerancia sólo construye derrotas y finales entristecidos. Se está avanzando hacia un final pesaroso.

Cuarto: son tres los principios que no pueden olvidarse, pues son puntos de partida. No dejar de estar bien informado, contener y guardar el secreto del designio de nuestra voluntad, la que define hacia dónde vamos y accionar siempre toda decisión reservando el factor sorpresa. Sorpresa es un factor que evita ser predecible, que invalida el perfilamiento que hacen los adversarios sobre quien gobierna. La sorpresa/iniciativa es aquello que los rescatará del quietismo.

Quinto: la gobernabilidad es algo que se reconstruye permanentemente. Se la rehace con un trabajo incansable de persuasión. Hoy está quebrada. La Asamblea Legislativa es contraria a quien requiere de gobernabilidad, deben avanzar operando un arco extenso de acuerdos sectoriales e integrales. Compromisos que deben dejar de lado los preconceptos y abrirse en grandeza complementaria e inclusiva. La palabra crisis sobre la economía se soluciona con la palabra política. La solución es política, antes que conversar de economía.

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Sexto: abandonar el reeleccionismo. Allí está instalada la pulsión política. Deben conducir todos los esfuerzos hacia la reparación política y económica de la gestión actual. Es importante conocer la naturaleza del gobierno que a uno le toca presidir. Esa naturaleza está señalada y determinada por el tiempo histórico, los contextos y los factores referentes del momento. Un gobierno que tiene la tarea de reencauzar la institucionalidad democrática, reconstruir la economía devastada y resistir el impacto de una pandemia no es un gobierno con impronta revolucionaria que pueda avanzar en la idea de reelección. Esa es una batalla de derrota previsible.

Séptimo: En política se pierde más por lo que se dice antes que por lo que se calla. El consejo es como sigue, en la vida diaria de la política se habla mucho de las cosas, poco de los demás y nada de sí mismo, pues la obsesión con el “otro” beneficia al “otro” antes que a uno mismo. La construcción de narrativas heroicas y referencias auto personales constantes son una estrategia de resultados inversos, esto es, fatiga y molestia en quien escucha a diario a ese ejército de perros guardianes que, como diría Camus, busca con su ladrido de mayor o menor rabia, tapar los ecos del descontento. Por lo tanto, menos narrativas de heroísmos perfectos y mejor información hacia la sociedad.

Octavo: trabajen un Acuerdo Nacional Participativo y de amplio alcance. Una policrisis no atendida en tiempo conveniente convertirá al gobierno en alguien con sentencia de muerte. Legitimidad perdida; Asamblea Legislativa en ingobernabilidad; Institucionalidad Judicial pulverizada; Interna por el reeleccionismo sin opción de victoria política; Apoyo social en la calle disminuido; Idea de acortamiento de mandato en distintos estamentos sociales; Instituciones decadentes y dominio territorial en impreciso. Frente a esas condiciones el camino democrático que facilite concluir el tiempo del mandato constitucional es un Acuerdo Político, un Pacto que incorpore en un nuevo rol a la Asamblea Legislativa, que sume entidades productivas, empresariales y sociales. Con ello, una búsqueda de legitimidad para seguir en posibilidad de gobernar.

La democracia está afiliada a muchas ideas imprescindibles. Una de ellas es la imposible disociación de que la democracia se construye con diálogo. No es dado imaginar una solución urgente donde un grupo de mujeres y hombres creen ser dueños de la verdad terminante. Gobiernen con diálogo y salgan del quietismo cuanto antes, porque esta es una enfermedad que paraliza.

 (*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

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Consideraciones antes del fin

Una reflexión sobre lo que queda frente al vendaval y después del mismo.

Jorge Richter en una anterior entrevista en Piedra, Papel y Tinta

Por Jorge Richter Ramírez

/ 2 de junio de 2024 / 06:52

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“Vengo acumulando muchas dudas sobre el contenido de esta especie de testamento que tantas veces me han inducido a publicar; he decidido finalmente hacerlo. Me dicen: tiene el deber de terminarlo, la gente joven está desesperanzada, ansiosa y cree en usted, no puede defraudarlo… Sí, escribo esto sobre todo para que los adolescentes y jóvenes, pero también para los que, como yo, se acercan a la muerte, y se preguntan para qué y por qué hemos vivido y aguantado, soñado, escrito, pintado o simplemente, esterillado sillas. Quizás ayude a encontrar un sentido de trascendencia en este mundo plagado de horrores, de traiciones, de envidias; desamparos, torturas y genocidios. Pero también de pájaros, que levantan mi ánimo cuando oigo sus cantos, de los héroes anónimos que nos demuestran que no todo es miserable, sórdido y sucio en esta vida…”. Este pensar inicia el texto que Ernesto Sábato publicaría en 1998 con el nombre de Antes del fin. “No quiero morirme sin decirles estas palabras” les dice Sábato a los jóvenes. Sus frases encierran un grito, a momentos desesperado, pero siempre profundamente reflexivo: hay que hacer algo para salvar al mundo de la barbarie, la desolación, la soledad, el desarraigo y el capitalismo indolente. “El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria. Hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse”.

En el transitar entre el momento de la vida y aquel que marca el fin, señalado por la muerte, el hombre presencia incalculables inicios y finales, algunos imaginados y creados en el empezar o concluir, y otros, los más tal vez, insospechados en su extensión y formas de acabar. Son los ciclos de la vida misma, que se trasladan o reflejan en todas las actividades por donde mujeres y hombres enclavan su pisada. La idea de un tiempo perpetuo, interminable, sería un absurdo. “La vida es un breve periodo de existencia que navega entre dos grandes inexistencias”, se ha escrito. No es entonces para nada obvio que el tiempo transcurra. Iniciamos algo imaginando que en el fin podremos dejar unas anotaciones de lo aprendido, y que al exponerlas dejarán espacio para que alguien las recoja y con su mejorada reflexión afinarlas necesariamente.

Antes del principio y después del fin qué, me pregunto constantemente. De seguro que en el tiempo de reflexión que llega encontraré las respuestas, aunque un listado numeroso de ellas ya se han puesto delante mío. De lo aprendido en el discurrir de los últimos tres años y medio de mi vida, tengo intención de marcar, públicamente, algunas conclusiones iniciales para ayudar a que se comprenda la importancia de disociar lo profundo de lo superficial. Las iré listando y detallando para dejar esclarecida la importancia de todas y cada una de ellas:

1. Entendí que las sociedades no pueden comprenderse por medio de un número. La complejidad de los acontecimientos que hoy signan la vida de los bolivianos en sociedad no está representada por una estadística referencial y menos por una cifra. Antes que eso prevalece la pregunta: ¿por qué ocurre aquello y por qué hacemos lo que hacemos como sociedad, Estado y gobierno? Está también la otra pregunta imprescindible de ¿qué nos determina y qué nos moviliza? De forma solapada se gobierna, desde hace tantas décadas, con un marcado desinterés del sentir diario de la sociedad, como si fuera de los espacios de decisión, oficiales, opositores y privados, importara nada el destino y las esperanzas de esos miles que bullen por las calles y que son la gente a la que refieren para salvar una repentina interpelación conciencial.

2. Los grupos de adulones tienen una rareza que los caracteriza: son extraordinariamente rápidos para florecer y su velocidad es absolutamente proporcional al daño que producen. Cercan a los decisores, los desconectan de la realidad y los mantienen anestesiados mientras ellos estrujan su espacio de poder. Entonces acá la reflexión, cuando todo resuena a crisis, a dificultades que no desaparecen, a complejidad y sensaciones de fracaso, es el momento de andar y caminar entre la gente, lejos de los comensales de la mesa chica. Pegarse al hombre y a la mujer de la calle, hablar con algún jubilado, conversar con los jóvenes, mirar los rostros de aquellos que si no entienden qué pasa, sí viven lo que sucede. Si quieres encontrarte no te separes de la gente, podría aconsejar. Hasta tal vez, como dicen, incluso te es permitido alejarte de los libros circunstancialmente, pero no te pierdas de la mujer que subsiste y del hombre que llega a casa con las manos vacías después de buscar trabajo. Observa y pregúntate el porqué de la angustia en los ojos de la gente.

3. Los dogmas tienen siempre el mismo final. El dogmático, en lo poco que conoce y sabe, cae preso de una rigidez que lo conduce a la obcecación, cautivo de dos ideas solo divisa en su paisaje político lo blanco o lo negro, el amigo o el enemigo, el mercado o el estatismo. Un maniqueísmo envenenado que encorseta a su actuar y al Estado en la imposibilidad de explotar el arte de la política: construir dialogando, dialogando para adaptar. Una frase muy borgiana advertía hace décadas: “sólo los muertos y los tontos no cambian”. La infalibilidad y la arrogancia no guardan proporción con las lógicas societales que van mutando y modificando las realidades.

4. La democracia polarizada de hoy debe dejar de lado los apellidos que la desvalorizan sostenidamente -liberal, popular, capitalista, burguesa- para construir con perseverancia inagotable la democracia que iguala los derechos, las participaciones y la representación. Este es un camino valedero para que los poderes fácticos, económicos y las dirigencias eternas no puedan anquilosarse en el poder político generando marginalidades de siempre.

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5. La democracia más fuerte es una democracia de diálogos y acuerdos entre quienes representan la diversidad de una sociedad plural. La construcción de consensos asume un nuevo significante: hoy se comprende como gobernabilidad. El número de asambleístas preciso y necesario, entendiendo que quien lo tiene gobierna plácidamente y quien lo carece lo sufre de forma angustiante, es la instauración de la lógica de extorsiones y boicots. La plurinacionalidad debe expresarse ahora en una democracia de voces diversas, capaces de construir una convivencia pacífica entre bolivianas y bolivianos que van cambiando de forma permanente siendo la diversidad su esencia. Dialogar, concertar y acordar es el camino que requerimos con urgencia inmediata.

6. La economía posible para el tiempo venidero y para solventar el mal momento por muchos señalado, está en la reconducción y en el perfeccionamiento del modelo económico. Será permitido avanzar en un gran consenso nacional si pensamos en la necesaria asociación de mercado y regulaciones imprescindibles, empresas privadas y empresas nacionales estratégicas, seriedad fiscal y macroeconómica y reformas institucionales profundas en la organización del Estado. No es posible dialogar cuando te hablan desde la superioridad simplificadora. La economía de hoy es un mapa con rumbo necesario, una economía participativa y complementaria. De incentivos y entre todos.

La dicotomía estatismo y mercadismo está agotada. Se transformó en un debate sin fin, sin camino hacia la prosperidad y convivencia aceptable. Entre ambos modelos en disputa, emerge hoy el tercer y principal protagonista que los va a desplazar en importancia: la sociedad, que exige, necesita y demanda condiciones dignas tanto colectivas como propias de su condición humana. Eso, simplemente eso, es lo que hace y define a alguien como socialista. No el mercado, no el estatismo.

Antes del fin ya próximo, hay que mirar con calmo asombro cada crisis, a cada quien que busca el colapso de todo. Frente a ello, no es que existan caminos varios, solo uno: enfrentar con firmeza cada situación grave, una detrás de otra, nunca comprometiendo los principios, sino valiéndose de ellos. Afirmándose en las palabras y los hechos que ellos demuestren templanza y decencia, esa que en tiempos difíciles no debe desaparecer.

(*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

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La supremacía del odio

La malignidad de las palabras en las declaraciones públicas es el formato que hoy toma la violencia simbólica.

Jorge Richter en una anterior entrevista en Piedra, Papel y Tinta

Por Jorge Richter Ramírez

/ 19 de mayo de 2024 / 06:25

Dibujo Libre

Cómo llegamos hasta acá si lo que había en marcha era un proceso transformador, una construcción de sociedad mejor, de tolerancias y aceptaciones de la otredad por décadas y décadas resistida. Cómo de pronto estamos ante este desmedido consumismo del lenguaje que nos ha impuesto su lógica perversa y perniciosa de vaciamiento político. Y cómo los revolucionarios que construyeron el Estado Plurinacional hoy se han reducido a simple palabrería agresiva, histeria, griterío, noticias falsas y realidades paralelas y ficcionales.

Este vaciado político, es a momentos imperceptible pues se presenta como libertad de expresión y hoy también como libertad de prensa. El vaciado político es, en definitiva, la supresión de las ideas a cambio de la imposición de la violencia fácil, siendo el odio su mayor factor argumentativo. Los estridentes decibeles del consumismo del lenguaje ahora también van incorporando un objetivo diferente: la confección de las nuevas formas de silenciar el pensamiento, las ideas, la disidencia y la exposición reflexiva respecto del Estado, la sociedad y el poder político. Es el intento de exterminio de las discrepancias intelectuales, del libre pensamiento, de la voz pública y disruptiva, de las innovadoras miradas democráticas o de la expansión misma y a momentos incómoda, del sistema de representación, de instituciones y de organización democrática.

El odio busca terminar con todo aquel que te compite. El odio determina el listado plural o singular de quiénes tienen la autorización suprema a participar y quiénes deben estar resignados a roles secundarios o de simple apoyo. El silenciamiento trabajado desde la acción derechizada y ultra, es aquel que te difama, el que se ensordece ante la crítica, el que siembra vergüenza y te empuja al arrepentimiento de haber expuesto públicamente tu pensar, el que busca que te invisibilices y desprecies el haber hablado. El silencio es su objetivo, una mordaza auto impuesta por vergüenza u hostigamiento.

Las formas de lo que se entiende de cómo se debe hacer la política en Bolivia, transversal a todas las estructuras políticas y partidarias, han incorporado lo que se denomina violencia simbólica, que a su vez se entremezcla con la violencia física. Theodor Adorno decía que todo sufrimiento es físico. Sobre ello, Marcia Tiburi escribe con claridad: “En la base de las instituciones en las que el autoritarismo (Estado, Justicia, Escuela, Familia, Iglesia) define el rumbo de los actos de opresión y sumisión de las personas en general, la violencia simbólica nos habla de la comprensión de la propia violencia: la idea de que la violencia define la violencia posible. De ahí que algunos se sientan autorizados, ya sea a insultar, ya a fomentar el odio en la televisión o en las redes sociales”.

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La malignidad de las palabras en las declaraciones públicas, en la virtualidad de la infinitud posibilitada por las redes sociales, es el formato que hoy toma la violencia simbólica, la violencia fácil. Allí, gesticulando un carácter que se torna incontrolable, con la comicidad de un histrionismo desvergonzado fomentan a diario el odio. Las asambleístas de CREEMOS gritan desaforadamente en la Asamblea Legislativa Departamental de Santa Cruz, los adjetivos irreproducibles construyen el desprecio y el odio. No hay debate ni pensamiento, sino agresividad irresponsable. El diputado del MAS, conocido por sus cuadros que van prontuariando a quienes tienen a mal caer en su elección de odio y difamación, se presenta regularmente ante el país para soltar fuego de una boca que no balbucea siquiera una idea, pero sí guarda una enorme habilidad para el insulto y el odio. La diputada de CC, el diputado de CC, enemigos ellos entre sí, el uno y el otro, un expresidente que odia a diario y varias veces al día, otro ex presidente que hace lo mismo, un candidato permanente, todos sin pausa compitiendo con el otro grupo de plataformistas del odio en quién odia más. Todos los días, carentes de toda compasión por la sociedad, proceden al linchamiento discursivo. Estos “formadores de opinión” toman familias, irrumpen en lo privado de la vida y proceden a descomponer y degradar la política, el valor de la democracia, la coexistencia social pacífica, las dignidades para dispersar escándalos.

Recuperada la democracia el año 2020, la violencia simbólica y física se instala como método de hacer política en la mayor expresión de la derecha radical del país, representada entonces por el proyecto violento del elegido gobernador de Santa Cruz y el Comité Cívico de entonces. Ahogado en su bullicio rabioso, desahuciado por quienes lo pensaron como una alternativa posible y sin haber legado algunas ideas que puedan construir un Estado y una sociedad dable, su distintivo recordado es la violencia, considerada como audacia en un principio, pero que solo podía arrastrar hacia el destino inevitable: la exacerbación del odio y enfrentamiento entre bolivianos. Apagado eso que sus asesores llamaron el camachismo, la posta de la violencia simbólica y física efectiva ha sido ocupada por quien un día construyó inclusión y nuevos derechos del vivir bien. Incontenible en sus desatinos, revela información falseada domingo a domingo. Calumnia e imposta ser alguien que ya hace mucho tiempo no es. Solo destruye y odia. Odia para existir, para ser y estar. Instruye a sus anónimos a que odien militantemente, levanta ejércitos de haters. Contamina todo de desprecio y ofensas. No es ideología, tampoco pensamiento, es la supremacía del odio por encima de las ideas. El odio a quien no quiere ser como él. La destrucción de la sociedad se da cuando la subjetividad de las personas está siendo arrollada. No hay futuro posible de paz y bienestar si las palabras de bien son sustituidas por una acción de fascismo enmascarado de pueblo.

(*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

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