Voces

Friday 31 Mar 2023 | Actualizado a 21:50 PM

Leer para entender

Esa inocente carta me llevó a pensar en la fascinante forma en la que los libros abren la mente

/ 23 de abril de 2020 / 06:44

En estos días de cuarentena en los que uno revisa viejos papeles y antiguas fotografías, suele terminar enfrentado con lo que quedó suspendido en el tiempo. Así es como encontré la carta que mi hijo, entonces de siete años, le dirigía a Papa Noel. Al final de su lista de regalos decía que a cambio él prometía “comer toda su comida, ser muy buen alumno y nunca dejar de leer”. Papa Noel cumplió y el niño, también. Esa inocente carta me llevó a pensar en la fascinante forma en la que los libros abren la mente; en la aventura que te permite viajar sin pasaporte, ni equipaje por mundos inimaginables pero reales y viceversa.

Es lo que Julio Verne logró y aún continúa haciéndolo. Investigó, imaginó, escribió… y un siglo antes de que el hombre pisara la luna, él nos llevó hasta ella. Sin movernos de donde estamos podemos realizar 20.000 leguas de viaje submarino. Los científicos copiaron o comprobaron cuánto había de verdad en ambas novelas.

Estos días de encierro y pandemia me hicieron revisar 1984, la obra que George Orwell terminó de escribir en 1948, y que parece haber sido elaborada ayer. Describe una sociedad comandada por el “Gran Hermano” desde una gran pantalla, lanzando “fabulosas estadísticas” sobre el aumento de alimentos, de “más vestidos, más casas, más muebles, más ollas, más combustible… menos enfermedades, crímenes y locura”. Pero la realidad es muy distinta. La comida es escasa y pésima, el mundo es gris y abandonado. La gente está prematuramente envejecida, enferma. La Policía del pensamiento lo vigilaba todo. Está prohibida cualquier manifestación de sentimiento compasivo o cariñoso. La gente se ríe hasta las lágrimas al ver cómo matan, desde un helicóptero,  a un grupo de refugiados en un barco que navega por el Mediterráneo. Esta cuarentena también me llevó al Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, una ficción sobre una epidemia muy contagiosa que asola al mundo, y por la que todos van quedando ciegos. La lucha por la sobrevivencia convierte a la gente en seres despiadados, totalmente deshumanizados. Ciudades modernas, tecnologizadas, quedan convertidas en montañas de basura. El hedor a cadáveres y deshechos lo inunda todo. En ambas obras, Orwell y Saramago se valen de un mundo enfrentado a la deshumanización y la crueldad para clamar por la esperanza, y recordar que solo nos salvará la solidaridad, la humanización en toda su magnitud, el tener la absoluta convicción de que existimos porque existe el otro. La línea entre la ficción y la realidad es aún más fina de lo que pensamos. Hoy, 23 de abril, es el Día del Libro.

Lucía Sauma, periodista

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No te quedes en casa

/ 23 de marzo de 2023 / 00:41

Marzo de 2023, tres años después del inicio de la pandemia y todavía se escuchan, en algunas emisoras de radio y en algún canal de televisión, los trasnochados mensajes de “Solo sal si es necesario, evita hacerlo. Quédate en casa”. Aún hay algunos lugares donde detienen a las personas en la puerta y les piden colocarse alcohol en las manos como requisito para ingresar. Todos estos mensajes y acciones traen a la memoria los peores días de la pandemia y el encierro al que fuimos sometidos todos los ciudadanos. Ese aislamiento con restricción en las salidas junto a otras medidas como el uso de barbijo, la distancia entre unos y otros, la inactividad presencial ha causado pánico, estrés, depresión y ansiedad, secuelas que aún están presentes en muchas personas que no logran superar el terror al que han sido sometidas.

Ahora que volvieron los eventos masivos, las clases presenciales, la circulación sin restricción, ahora que desaparecieron los pediluvios, las cámaras de desinfección, los guardias que rocían manos y zapatos con alcohol, ¿no deberían desaparecer los mensajes desactualizados que piden quedarse en casa? No quiere decir que no nos cuidemos, que volvamos al tiempo en el que no nos lavábamos las manos con tanta frecuencia, es una buena costumbre adquirida durante la pandemia que debe mantenerse para siempre. Muchas familias aprendieron a dejar sus zapatos en la entrada de la casa y caminar con medias o pantuflas dentro de ella, es otra medida excelente para no llevar tanta suciedad y contaminación de la calle al interior de las viviendas.

Algo que definitivamente debe quedarse fuera de los hogares es el pánico, el terror que llegaron con el COVID-19. ¿No está llegando una séptima ola? Preguntó alguien a la persona con la que conversaba, el mismo día en el que el Ministerio de Salud anunciaba que pronto se tomarán nuevas medidas frente a la desescalada del COVID-19. La mayoría de la población ha decidido tomar una actitud más serena frente al virus, como lo hizo desde hace tiempo la población a nivel mundial, sabiendo que aprenderá a convivir con esa enfermedad que será como un resfriado y además se la puede combatir con una vacuna.

La pandemia ha destrozado la economía de los países en todos los continentes, ha malogrado la educación, ha debilitado el tejido social, ha dejado al descubierto la debilidad de países ricos, poderosos frente al ataque de un virus desconocido y también ha quedado sentada la posibilidad de encerrar a toda la población y dominarla a través del pánico. Sin embargo, como todo en la historia de la humanidad, luego del espanto viene el tiempo de la calma, de la cura con la alegría, con el abrazo, aunque se sabe que hay muchas otras batallas por librar.

Lucía Sauma es periodista.

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Otras mujeres

/ 9 de marzo de 2023 / 02:06

Unas son del altiplano, son aymaras, deben defender sus cultivos de papa, haba, oca, de las heladas y las sequías. Las otras son de la Amazonía, son tacanas, las inundaciones pueden terminar con sus cultivos de asaí, copuazú, o las sequías pueden ocasionar una baja producción de castaña, su principal cultivo. Son mujeres productoras, la mayoría de entre 28 y 40 años, son madres solteras, jefas de hogar, decididas a salir adelante con su familia y sus comunidades.

Ellas no se conocen, ni saben de sus realidades tan parecidas y tan distintas al mismo tiempo, tuve la suerte de convivir con ellas en sus propios espacios y escuchar el relato de sus vidas en medio de sus campos, con sus propios colores, las del altiplano cubiertas con todos los tonos de tierra, estirando la manta hasta la quijada para que el frío no les llegue. Las del trópico, de encendidos colores, rodeadas de verde, hablan golpeando en el aire para impedir que los cientos de bichitos se deleiten en sus brazos.

Se nota el liderazgo que ejercen como concejalas, representantes de sus organizaciones, de sus redes de productoras. Para ninguna de ellas, ni las del frío ni las del calor fue fácil cumplir con su derecho a la educación. La mayoría terminó primaria y tuvo que esperar que sus hermanos varones salgan bachilleres y vayan al cuartel para que ellas continúen sus estudios, aunque la mayoría no volvió a las aulas.

Las que salieron bachilleres, tuvieron que realizar grandes esfuerzos para conseguirlo, no había CEMA (educación alternativa y especial), escuché cómo una de ellas reunió 40 integrantes para que funcione uno de estos centros. En su recorrido por las comunidades reclutando a los futuros estudiantes conoció todo tipo de historias, esa experiencia la llevó a ser concejala. Es alucinante escuchar que en algunos de los municipios del trópico hay dos aulas: una para primaria y otra para secundaria, por tanto, dos profesores que dan clases de todas las materias y ciclos dividiendo a los estudiantes por días o por horas.

Estas mujeres, las del frío y las del calor, almacenan saberes que hacen posible seguridad alimentaria en el país, recuperan variedades de papa que estaban en extinción, siembran verduras que van directamente a las mesas familiares, seleccionan plantas medicinales, las otras en cuanto termina la época de recolección de la castaña continúan su trabajo en sus chacos, siembran y cosechan yuca, arroz, plátano, crían a sus animales, pescan en sus ríos, se curan con plantas cuyos nombres son desconocidos para los occidentales. Todas ellas hacen posible que la tierra produzca, se esfuerzan a diario para transformar los frutos de la tierra en alimento que reproduce la vida.

Lucía Sauma es periodista.

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Para estar vigentes

/ 23 de febrero de 2023 / 02:21

Usar un celular no solo para hacer o recibir llamadas; tener la banca móvil para pagar servicios como la luz, el agua, el internet; tener comunicación a través del Facebook, WhatsApp, sacar fotografías y enviarlas, bajar aplicaciones por ejemplo para ver el menú de un restaurante, etc., etc., son parte de las destrezas que un adulto mayor ha tenido que desarrollar para ser parte activa de esta sociedad. Es cierto que muchos no se han incorporado al universo digital, eligieron quedarse fuera. Otros, ante la necesidad que les obligó, pidieron ayuda a sus hijos, nietos, o sobrinos, para ellos la pandemia representó una prueba de fuego porque les exigió el uso de las nuevas tecnologías y lo hicieron venciendo todas sus limitaciones.

Sin embargo, un asunto es adaptarse al uso de un celular, del internet, de una laptop, realizar una reunión por Zoom, y otro tema es cambiar la mentalidad y tener cuenta cabal de la sociedad contemporánea, de sus intereses, necesidades, pero sobre todo de la forma de encarar la vida que tienen los jóvenes en la actualidad, con la defensa del planeta, el medio ambiente, los seres vivos, sus emprendimientos, su valoración de lo que significa la familia, su indecisión a conformarla y su temor a tener hijos en los tiempos que corren. Es mucho más fácil aprender los pasos para realizar una reunión virtual que entender la visión que tienen los jóvenes de las relaciones humanas en el presente. Primero porque su perspectiva es más global y su relación tiempo-distancia es muy diferente a la de un adulto mayor.

El planteamiento de esta columna es que las personas mayores de 50 años se suban al tren de los jóvenes y traten de entender qué plantean, cuál es su propuesta, porque eso les dará vida. Este tiempo he visto muchos amigos, grupos de adultos mayores que se han abandonado en la idea que ya lo hicieron todo, vivieron todo y que todo tiempo pasado fue mejor. Están viviendo con el cuerpo en el presente y la mente en el pasado, sin disfrutar de conocer algo nuevo cada día, del desafío que significa reinventarse, por supuesto que eso no significa desconocer y valorar lo vivido, todo lo contrario, la experiencia, los saberes acumulados pueden ser considerados como una herramienta más para darle plenitud al presente.

No se puede desconocer que hay un cambio generacional, pero esto no debe concluir en el desprecio de unos por falta de experiencia y de los otros por su obsolescencia. Entre generaciones hay puntos de encuentro, intercambios necesarios para conocer los caminos avanzados y las rutas recientemente descubiertas. Los adultos mayores tienen mucho que aprender de los jóvenes, comenzando por reconocer esta idea cuando el mandato era que los chicos aprenden de los mayores y no al revés.

Lucía Sauma es periodista.

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¿Qué estamos comiendo?

/ 9 de febrero de 2023 / 01:42

En este tiempo que el COVID está en retroceso y la normalidad poco a poco se apodera de calles, lugares de eventos, cuando vuelven los festejos de cumpleaños, las reuniones familiares y de amigos, vemos con cierto asombro que los jóvenes y los niños se han habituado a consumir comida chatarra con la complacencia o dejadez de sus padres o cuidadores. Si en el tiempo de confinamiento las familias, al verse obligadas a cocinar en sus hogares, tuvieron que habituarse a la comida casera, al consumo de verduras, a la elaboración de platos más trabajados, a esta altura parece que todo ese remanso va quedando en el olvido, al menos para muchas familias.

Otra vez no hay tiempo para cocinar, el trabajo presencial, las clases en las aulas, obligan al horario continuo y por tanto a la hora de almorzar que venga lo primero que está al alcance, lo más rápido, lo más barato. A pesar de saber que no es lo mejor, se justifica con la frase “una vez qué me va a hacer”, para acallar la conciencia olvidamos que ya van siete veces que repetimos la famosa sentencia de “por un día, no pasa nada”

En octubre del año pasado el Ministerio de Salud declaró que hay una epidemia nacional de malnutrición por sobrepeso y obesidad en la población escolar y adolescente. El 16% de los niños menores de cinco años padecen de desnutrición crónica y el 10% tiene sobrepeso y obesidad. Estos infantes están enfermos, conllevan enfermedades incurables o al menos son propensos a contraerlas, hablamos de la diabetes, la hipertensión, la obesidad, entre otras.

Comenzaron las actividades escolares y con ellas los puestos de golosinas, frituras, pasteles, chizitos, papas fritas llenas de sal están a la orden en las puertas de los colegios y al alcance de los escolares que no dudan en comprar o exigir, incluido el llanto hasta que sus padres acceden al capricho. Muchos de estos productos suelen ser más caros que una fruta, por tanto no solo es una cuestión de falta de dinero, sino de mala información sobre los problemas que conlleva la mala alimentación.

Se necesita una campaña más firme, más constante para cambiar los malos hábitos en la alimentación de la población. Existe normativa que prohíbe o limita la venta de comida chatarra dentro de las escuelas, incluso en las puertas de las unidades educativas, pero no se cumple. Es necesario ser más claro y decirles a los adultos que la población boliviana se está envenenando diariamente y lo está haciendo principalmente con su niñez y adolescencia.

Lucía Sauma es periodista.

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¿Otra vez el fin del mundo?

/ 26 de enero de 2023 / 01:23

El núcleo de la Tierra se está frenando. Ese núcleo es como un planeta dentro de otro, formado como de hierro puro y ardiente como el sol, dicen los científicos. También aseguran que está a 5.000 kilómetros de la superficie de nuestro planeta. Dicen que puede ser que esté girando en sentido inverso a la Tierra. Los efectos se sienten en un acortamiento de los días, influyen en el clima y el nivel del mar. Desde hace mucho que decimos que las horas parecen más cortas, por supuesto que el aumento del calor es evidente en todo el mundo.

¿Qué otras consecuencias puede tener este cambio en el núcleo de la Tierra? ¿Es el fin del planeta? Desde siempre los agoreros pregonaron el fin del mundo, unas veces más que otras. Durante las guerras, durante las pandemias, antes denominadas pestes, luego de fenómenos o catástrofes naturales se oye el anuncio del fin de los tiempos. Los simples mortales a pesar de ese anticipo apocalíptico, aún tenemos preocupaciones más simples y urgentes que resolver como que la próxima semana comenzarán las clases en escuelas y colegios, que los impuestos a pagar tienen plazo, que ojalá alcance el dinero para la compra semanal de alimentos, que no suba el pan y no se cumplan los malos augurios de sequía en unos lados o de inundaciones en otros.

Por supuesto que detrás de esas simples preocupaciones que hacen a la vida cotidiana, a nuestra manera las mujeres y hombres de a pie también tenemos nuestra propia inquietud por la permanencia de la Tierra como la casa común de nuestros hijos y nietos. Quisiéramos que la heredasen en las mejores condiciones posibles, quisiéramos dejarles una casa habitable reconfortante, es decir, quisiéramos dejarles un hogar en toda la extensión de la palabra y no me refiero solo en los términos ecologistas porque hablar de un hogar implica cobijo, armonía, el refugio donde se terminan las angustias, donde se encuentra el abrazo y la comprensión.

La realidad está muy lejos de ese concepto de hogar. Para un gran número de mujeres su casa se ha convertido en el lugar donde encuentran violencia y muerte, al igual que para muchos niños el que llaman su hogar es su centro de tortura del que quisieran escapar y sus padres los verdugos que no saben cómo dejar de querer, aunque no sean correspondidos.

Si hay cambios en el núcleo de la Tierra, si podría detenerse, si gira más rápido, son parte de los estudios que los científicos se encargarán de esclarecer. Lo que está en nuestras manos es el procurarnos una vida honrosa, dedicada al bien, comprometida con la alegría nuestra y la del vecino. Finalmente nuestro asunto sigue siendo el de siempre, es decir que la vida que vivimos sea lo mejor posible a pesar de los presagios y las zancadillas, esta es nuestra vida y este es nuestro tiempo.

Lucía Sauma es periodista.

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