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Friday 26 Apr 2024 | Actualizado a 05:00 AM

En este momento necesitamos liderazgo de calidad

En épocas como la actual, los líderes se forjan o se desmoronan: o bien se alzan para vencer sus propias debilidades y enfrentar los retos, o sus peores debilidades los abruman

/ 25 de abril de 2020 / 09:02

En tiempos de crisis como el actual, de tanto temor e incertidumbre, el liderazgo no solo es más importante, sino mil veces más importante. Cuando gastas un billón de dólares a la semana, incluso los errores más pequeños en el rumbo a seguir pueden tener consecuencias desmesuradas; peor aún cuando al mismo tiempo combates una pandemia capaz de propagarse con tal rapidez que un titubeo de una semana puede dañar enormemente tus posibilidades de gestionar lo inevitable y evitar situaciones imposibles de gestionar.

En momentos como estos, cuando las decisiones que tomamos tienen consecuencias tan trascendentales, una de nuestras mayores preocupaciones es tener la certeza de que nuestros líderes saben lo que hacen. Por desgracia, pronto nos percatamos de que precisamente en épocas como la actual, los líderes se forjan o se desmoronan: o bien se alzan para vencer sus propias debilidades y enfrentar los retos, o sus peores debilidades los abruman.

Si hay algo seguro es que las pandemias no dejan nada oculto. Llegan hasta el rincón más diminuto, escrutan y dejan al descubierto todas las debilidades o fortalezas de la sociedad: cuánto confiamos en el Gobierno; cuánta confianza social existe en la comunidad para generar instancias de colaboración; cuán sólida es la contabilidad de las empresas; cuán preparado está el Estado para enfrentar lo inesperado; cuántos ciudadanos apenas sobreviven mes a mes, y qué tipo de redes de seguridad se han creado en el sistema de salud pública.

Nunca antes el liderazgo global había estado sometido a una prueba de esfuerzo simultánea. Todos los líderes, desde los del salón de clases hasta los de la Casa Blanca, y desde los ayuntamientos hasta las oficinas corporativas, están a prueba. Y todos recibirán su calificación. Puesto que se trata de una prueba de liderazgo tan vital en todos los aspectos y falta tanto para que concluya, llamé a mi maestro y amigo Dov Seidman, fundador y presidente de la empresa de ética y cumplimiento LRN y del organismo promotor del liderazgo basado en valores The HOW Institute for Society, para ahondar en el tema. A continuación presento una versión editada de nuestra conversación:

TF: Es difícil pensar en algún momento posterior a la Segunda Guerra Mundial en que haya sido tan vital como ahora identificar las características que definen a un buen líder.

DS: Porque el liderazgo nunca antes había sido tan importante en tantas esferas y niveles distintos al mismo tiempo, desde maestros, directores, presidentes, administradores escolares y directores de hospital hasta directores ejecutivos, alcaldes, gobernadores, los medios y padres de familia. En cualquier área que observen estos líderes, enfrentan irritantes problemas y disyuntivas morales. Esto se debe a que una crisis que surgió en el área de la salud explotó para convertirse en una crisis humanitaria, y muy pronto condujo a una crisis económica y de desempleo sin precedentes. Por si fuera poco, ahora también es una crisis moral que ha forzado a los líderes a sopesar sus opciones entre salvar vidas y salvar medios de subsistencia.

Encima, resulta que todas estas crisis se han combinado en la era de las redes sociales, así que el temor, el pánico y la información falsa se difunden en un instante a muchas personas, por lo que los líderes están sujetos a múltiples cuestionamientos, escrutinio y críticas de todo tipo, y quedan de lo más expuestos.

TF: No es fácil estar a la cabeza en ninguna esfera en este momento, pero ¿qué dirías que los mejores líderes tienen en común?

DS: Los grandes líderes le hablan con la verdad a la gente. Además, toman decisiones difíciles con base en valores y principios, no solo en la política, la popularidad o las ganancias a corto plazo. Los grandes líderes comprenden que cuando tanta gente vulnerable y asustada está dispuesta sin más a poner su sustento e incluso su vida en manos de sus líderes y a hacer los sacrificios que se les piden, esperan a cambio la verdad y nada más que la verdad. Los líderes que le hablan a la gente con la verdad reciben más confianza en reciprocidad. Pero más te vale que no traiciones mi confianza y dejes de decirme la verdad cuando, literalmente, he puesto mi vida en tus manos.

Los líderes que quedarán en nuestra memoria después de esta crisis son aquellos que hayan compartido más verdad en el mundo, no aquellos que la hayan intentado ocultar. También aquellos que hayan logrado crear más confianza en el mundo en vez de erosionarla. En mi opinión, la confianza es el único fármaco legal para mejorar el rendimiento. Cuando hay más confianza en una empresa, en un país o en una comunidad, suceden buenas cosas.

TF: Algunos de nuestros líderes actuales hablan como si la gente solo quisiera buenas noticias y optimismo para calmar sus temores.

DS: El verdadero antídoto para el temor es la esperanza, no el optimismo. La esperanza se genera cuando ves a tu líder tomar la batuta de tal forma que hace brotar lo mejor de cada quien e inspira colaboración, une en torno a un propósito común y presenta posibilidades futuras. Hace falta tener esperanza para superar los mayores temores y enfrentar los retos más terribles. Por supuesto, a todos nos gusta recibir buenas noticias y disfrutamos un toque de optimismo de nuestros líderes, pero solo si se basan en la realidad, en hechos y datos.

TF: En alguna ocasión te pregunté cuál considerabas el mayor atributo de Nelson Mandela como líder, y respondiste que la humildad. ¿Por qué?

DS: Además de la verdad y la esperanza, otra característica deseable en un líder, incluso el más carismático, es la humildad. De cara a la incertidumbre, nos da más seguridad que un líder nos diga: “No sé, pero estos son los expertos a los que voy a consultar y así es como vamos a buscar las respuestas juntos”. Oír a Fauci decir que no sabe algo me motiva a escuchar y analizar con mayor detalle las cosas de las que sí está seguro.

Los líderes humildes no quieren destacar y restarle atención al momento vivido. Saben que no pueden resolver todo con sus propias fuerzas. Así que crean espacios para que otros se unan a sus esfuerzos y juntos se levanten para alcanzar grandes logros (con énfasis en “juntos”).

TF: ¿Cómo crees que los gobernadores y alcaldes deberían abordar la desgarradora pregunta de cuándo reabrir con seguridad sus economías?

DS: Los líderes locales más fuertes serán aquellos que colaboren con otros y, al mismo tiempo, sean de lo más claros con sus planes, honestos a más no poder acerca de los riesgos, totalmente específicos en cuanto a lo que nos piden hacer, que no dejen de buscar por todo el mundo las mejores prácticas y nos hablen con total transparencia sobre la tecnología y los datos que quieren recopilar para rastrear nuestros movimientos y contactos. También serán los líderes que vayan hasta el extremo para proteger a los grupos vulnerables y apoyar a aquellos que arriesgan su vida para que todos los demás puedan reanudar la suya.

TF: Este virus ha provocado una pausa global. Alguna vez me dijiste: “Cuando presionas la tecla de pausa en una computadora, se detiene. Pero cuando presionas el botón de pausa en un ser humano, arranca; es cuando empieza a analizar con nuevos ojos e imaginar desde otra perspectiva”. ¿Este es uno de esos momentos?

DS: En la pausa tenemos la oportunidad de reflexionar acerca de todo lo que esta trágica pandemia ha revelado sobre nosotros mismos y nuestra sociedad. Una pausa puede conducir a un nuevo renacer, a imaginar de nuevo cómo queremos cambiar nuestra vida en el futuro, eliminando aquello que no es sano ni promueve la equidad.

Por ejemplo, la línea entre los sectores público y privado ahora es borrosa. Nunca volveremos a ver de la misma manera el papel que puede desempeñar el Gobierno en nuestras vidas después de ver (nada menos que en la economía capitalista de Estados Unidos) que asignó 2 billones de dólares para rescatar a las empresas y enviarles cheques a los más vulnerables, prácticamente de la noche a la mañana.

Así mismo, espero que la experiencia de tantas empresas de haberle dado prioridad a la vida humana por encima de las ganancias durante esta crisis les permita descubrir cuán sabio sería organizar su negocio en torno a la humanidad, y así lograr mayores beneficios para los trabajadores, la comunidad y los accionistas. Para los líderes de empresas globales, esto implicará crear cadenas de suministro no solo con base en su rapidez y eficiencia, sino también en su resiliencia e integridad. En otras palabras, después de que concluya esta crisis sanitaria los buenos líderes pivotarán.

TF: ¿A qué te refieres con eso de que “pivotarán”?

DS: Pivotar, como en el baloncesto, es un movimiento muy deliberado que consiste en dejar un pie firme en su lugar y mover el otro en la dirección más conveniente. En el caso de un líder político, un dirigente empresarial o un director de escuela, esperaría que ese pivote estuviera anclado en valores humanos profundos y que usara su “pie” libre para girar hacia las nuevas direcciones que necesitaremos explorar en la pospandemia, tras evaluar los cambios fundamentales en las expectativas de las personas.

Emerson dijo: “En cada pausa escucho el llamado». Ahora necesitamos salvar a las personas, pero en la era d. c. (por “después del corona”) tendremos que concentrarnos en servir a las personas de otra manera, con una relación más estrecha entre las necesidades humanas y el progreso económico y entre nuestras necesidades ambientales y la prosperidad económica.

Los líderes que escuchen ese llamado durante esta pausa y decidan adoptar esa ética de salvar a la gente hoy, pero servir a la gente y a la sociedad de otra manera mañana, se ganarán nuestro respeto y apoyo en el largo plazo.

Thomas L. Friedman es periodista y escritor estadounidense, tres veces ganador del premio Pulitzer, columnista de The New York Times. © The New York Times Company, 2020.

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EEUU esquivó una flecha

/ 12 de noviembre de 2022 / 01:25

Las elecciones del martes en Estados Unidos fueron la prueba más importante desde la Guerra de Secesión para determinar si el motor de nuestro sistema constitucional —nuestra capacidad para el traspaso pacífico y legítimo del poder— permanece intacto. Y parece haberla superado, un poco maltrecho, pero bien.

No estoy ni mucho menos preparado para anunciar que el peligro ya ha pasado, para afirmar que ningún político estadounidense volverá a tener la tentación de postularse con una campaña basada en el negacionismo electoral. Pero, dado el insólito nivel de enaltecimiento del negacionismo electoral alcanzado en estas elecciones de mitad de mandato, y el batacazo que se han llevado varios imitadores de Trump, figuras de cabeza hueca que centraron sus campañas en el negacionismo, es posible que hayamos esquivado una de las mayores flechas dirigidas al corazón de nuestra democracia.

Sin duda, podría haber otra flecha apuntada hacia nosotros en cualquier momento, pero el conjunto del sistema electoral estadounidense ha parecido funcionar de modo admirable, casi ignorando los dos últimos años de controversia, para reducirla a lo que siempre fue: la vergonzosa elucubración de un hombre y de sus aduladores e imitadores más desvergonzados. Dada la amenaza que representaron los negacionistas trumpistas para la aceptación y la legitimidad de nuestras elecciones, esto significa mucho.

No podría llegar en mejor momento, cuando los dirigentes de Rusia y China han manipulado sus sistemas para atrincherarse en el poder más allá de los plazos establecidos para sus mandatos.

De hecho, en mayo, en el discurso que pronunció en la ceremonia de graduación de la Academia Naval de Estados Unidos, el presidente Biden contó lo que le dijo el presidente de China, Xi Jinping, al felicitarlo en 2020 por su victoria electoral: “Dijo que las democracias no se pueden sostener en el siglo XXI, que las autocracias gobernarán el mundo. ¿Por qué? Las cosas están cambiando muy rápidamente. Las democracias requieren consenso, y eso lleva tiempo, y no se tiene el tiempo”.

Por esa razón, tanto Xi Jinping como el presidente de Rusia, Vladimir Putin —y el líder supremo en Irán, que ahora se enfrenta a la rebelión encabezada por las mujeres iraníes— también perdieron el martes por la noche. Porque, cuanto más salvaje e inestable sea nuestra política, menos capaces somos de traspasar pacíficamente el poder y más fácil les resulta a ellos justificar que nunca se haga.

Sin embargo, aunque el negacionismo electoral como mensaje ganador se llevó un varapalo esta semana, ninguna de las cosas que siguen carcomiendo los cimientos de la democracia estadounidense ha desaparecido.

Hablo de cómo nuestro sistema de elecciones primarias, la manipulación de circunscripciones electorales llamada gerrymandering y las redes sociales han confluido para envenenar continuamente nuestro diálogo nacional, polarizar continuamente nuestra sociedad en tribus políticas y erosionar continuamente los dos pilares gemelos de nuestra democracia: la verdad y la confianza.

Sin ser capaces de ponernos de acuerdo en qué es verdad, no sabemos por dónde ir. Y, sin ser capaces de confiar unos en otros, no podemos dirigirnos allí juntos. Y todas las cosas grandes y difíciles necesitan que las hagamos juntos.

Así que nuestros enemigos harían bien en no darnos por muertos, pero mejor haríamos nosotros en no extraer la conclusión de que, como hemos evitado lo peor, hemos asegurado lo mejor de cara al futuro.

No todo va bien. Salimos tan divididos de estas elecciones como entramos en ellas. Yo no lo sé, pero, si estas elecciones son una señal de que, al menos, estamos alejándonos del abismo, es porque aún hay un número suficiente de estadounidenses en este campo independiente o centrista que no quieren seguir abundando en las quejas, las mentiras y las fantasías de Donald Trump, conscientes de que están llevando a la locura al Partido Republicano y enturbiando el país entero. Tampoco quieren verse esposados por los agentes del orden concienciado o woke de la extrema izquierda, y les aterra que se extienda el tipo de violencia política enfermiza que acaba de visitar al marido de Nancy Pelosi.

Tenemos una gran deuda, por mantener vivo este centro, con los representantes republicanos Liz Cheney y Adam Kinzinger y la representante demócrata Elaine Luria. Los tres ayudaron a iniciar la investigación sobre el 6 de enero en el Congreso y, en consecuencia, acabaron expulsados de su cargo. Pero el mensaje que el comité envió a los suficientes votantes contribuyó sin duda a la ausencia de la ola pro-Trump en estas elecciones de mitad de mandato.

En resumen: no nos ha salido un certificado médico perfecto. Nos ha salido el diagnóstico de que nuestros glóbulos blancos políticos hicieron lo justo para repeler la infección con metástasis que amenazaba con matar el conjunto de nuestro sistema electoral. Pero esa infección sigue ahí, y por eso el médico nos aconsejó: “Mantén conductas sanas, recupera fuerzas y vuelve dentro de 24 meses a hacerte otro examen”.

Thomas L. Friedman es columnista de The New York Times.

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Cómo derrotar a Putin

/ 21 de septiembre de 2022 / 01:22

Mientras que algunos soldados rusos en Ucrania están votando con sus pies en contra de la vergonzosa guerra de Putin, su retirada veloz no significa que Putin vaya a rendirse. De hecho, la semana pasada abrió un nuevo frente: contra la energía. El Presidente de Rusia cree que ha encontrado una guerra fría que podría ganar y va a intentar congelar a Europa este invierno, literalmente, al cortar los suministros del gas y el petróleo rusos para presionar a la Unión Europea hasta que abandone a Ucrania.

Ojalá pudiera decir con certeza que Putin fracasará y que los estadounidenses lo vencerán en producción. Y ojalá pudiera escribir que Putin se arrepentirá de sus tácticas, porque a la larga transformarán a Rusia de ser un zar de la energía para Europa a una colonia energética de China, donde ahora Putin está vendiendo mucho de su petróleo a un precio descontado para compensar su pérdida de los mercados occidentales.

Sí, ojalá pudiera escribir todas esas cosas. Pero no puedo, a menos que Estados Unidos y sus aliados de Occidente dejen de vivir en un mundo de fantasía verde en el cual podemos pasar de los combustibles fósiles contaminantes a una energía renovable limpia con solo encender un interruptor.

Antes de que comenzara la guerra en Ucrania, Rusia suministraba casi el 40% del gas natural y la mitad del carbón que Europa utilizaba para calefacción y electricidad. La semana pasada, Rusia anunció que suspendería la mayoría de los suministros de gas a Europa hasta que se le levanten las sanciones occidentales. Putin también ha prometido cortar todos los cargamentos de petróleo a Europa si los aliados occidentales llevan a cabo su plan de limitar lo que pagan por el petróleo ruso.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, acaba de dar un gran impulso a la producción de energía limpia del país con su proyecto de ley sobre el clima, que también fomenta la producción de gas y petróleo más limpios mediante incentivos inteligentes para frenar las fugas de metano de los productores de petróleo y gas, y motivando a éstos a invertir más en tecnologías de captura de carbono.

Pero el factor más importante para ampliar rápidamente nuestra explotación de petróleo, gas, energía solar, eólica, geotérmica, hidroeléctrica o nuclear es dar a las empresas que las buscan (y a los bancos que las financian) la certeza normativa de que, si invierten miles de millones, el Gobierno los ayudará a construir con rapidez las líneas de transmisión y los oleoductos para llevar su energía al mercado.

A los ecologistas les encantan los paneles solares, pero odian las líneas de transmisión. Quiero ver cómo logran salvar el planeta con ese enfoque.

No sé quién es más irresponsable: los progresistas moralistas que quieren una inmaculada revolución verde de la noche a la mañana, con paneles solares y parques eólicos, pero sin nuevas líneas de transmisión ni oleoductos, o los cínicos y falsos republicanos que prefieren que gane Putin y que pierdan nuestras empresas energéticas antes que hacer lo correcto para Estados Unidos y Ucrania dándole la razón a Biden.

No puedo enfatizar esto lo suficiente: la política energética de Estados Unidos debe ser el arsenal de la democracia para derrotar el petroputinismo en Europa, proporcionando el petróleo y el gas que tanto necesitan nuestros aliados a precios razonables para que Putin no pueda chantajearlos. Éste tiene que ser el motor del crecimiento económico que proporcione la energía más limpia y asequible de combustibles fósiles en nuestra transición a una economía con bajas emisiones de carbono. Y tiene que ser la vanguardia de la ampliación de las energías renovables para que el mundo llegue a ese futuro bajo en carbono tan rápido como podamos.

Cualquier política que no maximice esas tres cosas nos dejará menos sanos, menos prósperos y menos seguros.

Thomas L. Friedman es columnista de The New York Times.

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Putin solo tiene dos opciones

/ 14 de marzo de 2022 / 02:27

Si esperabas que la inestabilidad que la guerra de Vladimir Putin contra Ucrania ha provocado en los mercados globales y en la geopolítica haya llegado a su punto culminante, esperas en vano. Todavía no hemos visto nada. Espera a que Putin comprenda bien que las únicas opciones que le quedan en Ucrania son cómo perder: rápido y poco y apenas humillado o tarde y mucho y bastante humillado.

Ni siquiera puedo imaginarme qué tipo de consecuencias financieras y políticas irradiará Rusia —un país que es el tercer mayor productor de petróleo del mundo y tiene unas 6.000 cabezas nucleares— cuando pierda una guerra de elección que fue encabezada por un hombre que no puede permitirse admitir la derrota.

¿Por qué no? Porque seguramente Putin sabe que “la tradición nacional rusa no perdona los reveses militares”, como señaló Leon Aron, experto en Rusia del American Enterprise Institute, quien está escribiendo un libro sobre el camino de Putin hacia Ucrania.

“Prácticamente todas las derrotas importantes han dado lugar a un cambio radical”, añadió Aron, quien escribe en The Washington Post. “La guerra de Crimea (1853-1856) precipitó desde arriba la revolución liberal del zar Alejandro II. La guerra ruso-japonesa (1904-1905) provocó la primera Revolución rusa. La catástrofe de la Primera Guerra Mundial provocó la abdicación del zar Nicolás II y la Revolución bolchevique. Y la guerra de Afganistán se convirtió en un factor decisivo para las reformas del líder soviético Mijaíl Gorbachov”. Asimismo, la retirada de Cuba contribuyó de manera significativa a la destitución de Nikita Jrushchov dos años después.

En las próximas semanas será cada vez más evidente que nuestro mayor problema con Putin en Ucrania es que se negará a perder pronto y poco, y el único otro resultado es que perderá a lo grande y tarde. Pero como esta es su guerra únicamente y no puede admitir la derrota, podría seguir redoblando la apuesta en Ucrania hasta… hasta que contemple el uso de un arma nuclear.

¿Por qué digo que la derrota en Ucrania es la única opción de Putin y que solo nos falta ver el momento y el tamaño? Porque la invasión fácil y de bajo costo que imaginó y la fiesta de bienvenida de los ucranianos que imaginó eran fantasías totales, y todo se deriva de ello.

Cuando un líder se equivoca en tantas cosas, su mejor opción es perder pronto y poco. En el caso de Putin, eso significaría retirar inmediatamente sus fuerzas de Ucrania; decir una mentira para disimular su “operación militar especial”, como afirmar que protegió con éxito a los rusos que viven en Ucrania y prometer que ayudará a los hermanos rusos a reconstruirse. Pero no hay duda de que la ineludible humillación sería intolerable para este hombre obsesionado con restaurar la dignidad y la unidad de lo que considera la patria rusa.

Por cierto, tal y como se están desarrollando las cosas en Ucrania en este momento, no se puede descartar la posibilidad de que Putin pierda pronto y en grande. Yo no apostaría a ello, pero cada día que pasa mueren más y más soldados rusos en Ucrania, quién sabe qué pasa con el espíritu de lucha de los reclutas del ejército ruso a los que se les pide que luchen en una guerra urbana mortal contra compañeros eslavos por una causa que de hecho nunca se les explicó.

Dada la resistencia de los ucranianos en todas partes a la ocupación rusa, para que Putin tenga una “victoria” militar sobre el terreno su ejército tendrá que someter a todas las ciudades importantes de Ucrania. Eso incluye la capital, Kiev, después de semanas de guerra urbana y de enormes bajas civiles. En resumen, solo podrá hacerlo si Putin y sus generales perpetran crímenes de guerra no vistos en Europa desde Hitler. Esto convertirá a la Rusia de Putin en un paria internacional permanente.

Además, ¿cómo podría mantener Putin el control de otro país —Ucrania— que tiene más o menos un tercio de la población de Rusia y con muchos residentes hostiles a Moscú? Tal vez necesitaría mantener cada uno de los más de 150.000 soldados que tiene desplegados allí, si no es que más, para siempre.

Sencillamente no veo ningún camino para que Putin gane en Ucrania de manera sostenible porque sencillamente no es el país que él pensaba que era, un país que solo espera una rápida decapitación de sus dirigentes “nazis” para poder regresar con suavidad al seno de la Madre Rusia.

Así que, o bien se da por vencido ahora y muerde el polvo —y, con suerte, se libra de las sanciones suficientes para reactivar la economía rusa y mantenerse en el poder— o se enfrenta a una guerra eterna contra Ucrania y gran parte del mundo, que minará poco a poco la fuerza de Rusia y colapsará su infraestructura.

Como parece empeñado en esto último, estoy aterrado. Porque solo hay una cosa peor que una Rusia fuerte bajo el mando de Putin, y es una Rusia débil, humillada y desordenada que podría fracturarse o estar en una prolongada convulsión de liderazgo interno, con diferentes facciones luchando por el poder y con todas esas cabezas nucleares, ciberdelincuentes y pozos de petróleo y gas por ahí.

La Rusia de Putin no es demasiado grande para fracasar. Sin embargo, sí es demasiado grande para fracasar de una manera que no sacuda a todo el resto del mundo.

Thomas L. Friedman es columnista de The New York Times.

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¿Quieres salvar la Tierra?

/ 18 de noviembre de 2021 / 02:50

Si soy honesto, solo hay un lema que le daría al movimiento para frenar el cambio climático tras la cumbre de Glasgow, Escocia: “Todo el mundo quiere ir al cielo, pero nadie quiere morir”.

Esto no es serio, no cuando se habla de revertir todas las maneras en que hemos desestabilizado los sistemas de la Tierra. La respuesta al COVID-19 sí fue seria, cuando de verdad parecía que la economía mundial se estaba acabando. Nos defendimos con las únicas herramientas que tenemos tan grandes y poderosas como la Madre Naturaleza: el Padre Ganancias y la Nueva Tecnología.

Combinamos las empresas biotecnológicas innovadoras con la enorme potencia informática actual y una gigantesca señal de demanda al mercado, ¿y qué obtuvimos? En poco más de un año después de haber quedado en confinamiento a causa del virus, tenía una vacuna eficaz de ARNm contra el COVID-19 en mi cuerpo, ¡seguida de un refuerzo!

No vamos a descarbonizar la economía mundial con un plan de acción del mínimo común denominador de 195 países. No es posible. Solo lo conseguiremos cuando el Padre Ganancias y los emprendedores que asumen riesgos produzcan tecnologías transformadoras que permitan a la gente corriente tener un impacto extraordinario en nuestro clima sin sacrificar mucho, al ser solo buenos consumidores de estas nuevas tecnologías.

En resumen: necesitamos unas cuantas personas más como Greta Thunberg y a muchos otros como Elon Musk. Es decir, más innovadores arriesgados que conviertan la ciencia básica en herramientas aún no imaginadas para proteger el planeta con el fin de heredarlo a una generación que aún no ha nacido.

La buena noticia es que está ocurriendo. Dos ejemplos: El primero es Planet.com, tiene en órbita casi 200 satélites de imagen de la Tierra con el fin de que los cambios que se producen sobre el terreno sean “visibles, accesibles y prácticos”.

Con estas nuevas herramientas podemos empezar a remodelar el capitalismo. Durante años, las normas e incentivos del capitalismo permitieron a las empresas petroleras y del carbón extraer combustibles fósiles sin pagar el verdadero costo de los daños que causaban. Eso era fácil de hacer porque la naturaleza era difícil de valorar; la destrucción era a menudo difícil de ver en tiempo real; y los consumidores no tenían herramientas para reaccionar. Tenían que esperar a los tribunales.

Los satélites “nos permiten ahora incluir el capital natural en el balance de todas las empresas y países”, de modo que no solo se tendrán en cuenta los beneficios y las pérdidas de las empresas, “sino también todos sus impactos” en el medioambiente, me dijo Will Marshall, uno de los tres cofundadores de Planet y su director general.

Esos datos pueden utilizarse —en teoría— para desencadenar boicots de los consumidores, difundidos a través de las redes sociales, contra el gobierno o la empresa alimentaria o minera que está haciendo el daño, o pueden estimular la ayuda o la inversión extranjera en el país o la comunidad que protege sus recursos naturales.

La otra empresa es Helion Energy, que está trabajando en “la primera central eléctrica de fusión del mundo”. La energía de fusión ha sido durante mucho tiempo el santo grial de la generación de energía limpia. En junio, como lo informó el sitio web New Atlas, Helion publicó los resultados que confirmaban que su último sistema había conseguido calentar un plasma de fusión a una temperatura superior a los 100 millones de grados Celsius.

La generación actual del sistema de Helion, según informó Techcrunch.com, “no podría sustituir el Tesla Powerwall ni los paneles solares ya que el tamaño del generador es similar al de un contenedor de transporte. Pero con 50 megavatios, los generadores podrían dar energía a cerca de 40.000 hogares”. Como señaló New Atlas, “Helion prevé que generará electricidad a precios mínimos de alrededor de $us 10 por megavatio hora, menos de un tercio del precio de la energía de carbón o de las instalaciones solares fotovoltaicas actuales”.

¿Es Helion el santo grial? No lo sé. Solo sé esto: Nos hemos metido en este agujero gracias a lo peor del capitalismo: dejar que las empresas privaticen sus ganancias al saquear el medioambiente y calentar el clima, mientras socializan las pérdidas entre todos nosotros.

Podemos salir adelante, en parte, acelerando lo mejor del capitalismo estadounidense. Tenemos que revitalizar nuestro ecosistema de innovación para que el gobierno financie la investigación básica que supere los límites de la física, la química y la biología y, a continuación, combine esa innovación con políticas de inmigración que reúnan a los mejores talentos de la ingeniería del mundo y, después, dé rienda suelta a ese talento —impulsado por los que asumen riesgos— para inventar nuevas tecnologías limpias que frenen el calentamiento global a la velocidad y a la escala que necesitamos.

Thomas L. Friedman es columnista de The New York Times.

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EEUU y la política de Medio Oriente

/ 16 de septiembre de 2021 / 01:16

Algún día, dentro de mil años, cuando los arqueólogos desentierren esta era, de seguro se preguntarán cómo fue que una gran potencia llamada Estados Unidos se propuso lograr que Medio Oriente se pareciera más a ella —adoptar el pluralismo y el Estado de derecho— pero terminó pareciéndose más a Medio Oriente, es decir, imitando sus peores costumbres e introduciendo un nivel nuevo de anarquía en su política interna.

Es posible que los habitantes de Medio Oriente denominen “chiitas” y “sunitas” a sus tribus y que los estadounidenses les llamen “demócratas” y “republicanos”, pero parece que ambos operan cada vez más con una mentalidad conformista de nosotros contra ellos, aunque con distintos niveles de intensidad. El tribalismo republicano extremo se aceleró muchísimo cuando en la tribu del Partido Republicano empezó a predominar una base de cristianos, blancos en su mayoría, que temían que su arraigada supremacía en la estructura del poder de Estados Unidos se estuviera erosionando con el rápido cambio de las normas sociales, el aumento de la inmigración y la globalización, lo cual provocó que ya no se sintieran “en casa” en su propio país.

Para manifestarlo, se interesaron en Donald Trump quien, con mucho entusiasmo, les dio voz a sus más oscuros temores y a su fuerza tribal que intensificaron la búsqueda de un gobierno de la minoría por parte de la derecha. Y debido a que esta facción de Trump llegó a predominar en la base, incluso los republicanos que solían tener principios también se unieron sin mucha resistencia a su mayoría y adoptaron la filosofía central que rige la política tribal en Afganistán y el mundo árabe: el “otro” es el enemigo, no un conciudadano, y las únicas dos opciones son “mandar o morir”.

Les advierto que los arqueólogos también observarán que los demócratas mostraron su propio tipo de obsesión tribal, como el estridente pensamiento compartido de los progresistas de las universidades estadounidenses del siglo XXI. En concreto, hubo pruebas de que se “neutralizó” a los profesores, los administradores y los estudiantes, ya sea haciéndolos callar o expulsándolos del campus por expresar, incluso de manera moderada, opiniones disidentes o conservadoras sobre la política, la raza, el género o la identidad sexual. Una epidemia de corrección política tribal procedente de la izquierda solo sirvió para estimular la solidaridad tribal en la derecha.

Pero ¿qué fue lo que provocó el giro del pluralismo tradicional al feroz tribalismo en Estados Unidos y en muchas otras democracias? Mi respuesta breve es que, hoy en día, se ha vuelto mucho más difícil mantener la democracia debido a las redes sociales que de manera constante están polarizando a las personas, a la globalización, al cambio climático, a la guerra contra el terrorismo, a las brechas salariales cada vez más grandes y a las innovaciones tecnológicas que con rapidez sustituyen los empleos que las alteran de manera constante. Y, además, la pandemia.

Lo que más me asusta es lo mucho que ahora este virus del tribalismo está contagiando a algunas de las democracias multisectoriales más vigorosas del mundo, como India e Israel, así como Brasil, Hungría y Polonia.

El hecho de que las democracias de todo el mundo estén siendo contagiadas por este virus del tribalismo no podría estar sucediendo en un peor momento, un momento en que todas las comunidades, empresas y países van a tener que adaptarse a la aceleración del cambio tecnológico, de la globalización y del cambio climático. Y eso solo puede hacerse de manera eficaz dentro de los países y entre ellos mediante niveles más altos de cooperación entre las empresas, la mano de obra, los educadores, los emprendedores sociales y los gobiernos, nada de “mandar o morir” ni de “tiene que ser como yo digo”.

Tenemos que hallar pronto el antídoto para este tribalismo, de lo contrario, el futuro es muy desalentador para las democracias de todo el mundo

Thomas L. Friedman es columnista de The New York Times.

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