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El olor de la escritura

La primera forma de comunicación humana fue la oral. Transmitir los sucesos de boca en boca fue su forma eficaz de aplicación. Así llegaron hasta nuestros días sucesos históricos mitologizados, recetas de cocina, cuentos y una serie inabarcable de noticias que, con el paso de los siglos, sufrieron transformaciones. Luego usamos el fuego, luces de antorcha para  comunicarnos a distancia. La necesidad de comunicación entre las personas fue haciéndose imprescindible con el desarrollo de la economía y la expansión de los grupos humanos que requerían de  preservar la memoria de sus transacciones. Este afán dio el impulso para inventar la escritura. Las primeras incisiones se hicieron sobre pedernales y luego sobre arcilla. El historiador Gordon Childe explica que “la venturosa circunstancia que los sumerios adoptaran la arcilla como material para escribir y de que hicieran imperecederos sus documentos cociendo la arcilla nos ha permitido seguir la historia de la escritura desde su comienzo mismo, en Mesopotamia”.

Empezando por los signos, los pictogramas, ideogramas y su correspondencia fonética, la escritura se fue desarrollando en un soporte fácil de transportar, pero frágil para su conservación. Así, significó un salto cualitativo la invención del papiro, una delgada hoja fabricada de la pulpa de los juncos que abundaban en las orillas del río Nilo, la madre de la civilización egipcia. El año 105, los chinos inventaron el papel y sus miles de variaciones posteriores desarrolladas por la industria mundial que conocemos hasta hoy día, que con múltiples aplicaciones está presente  todos en la vida cotidiana de los seres humanos.

Por estos lados del mundo existían formas de comunicación escrita en diferentes soportes. La nación maya aporta a la evidencia de que esta invención fue  global, con  procesos diferentes en cada cultura,  influidos por su crecimiento poblacional y su relación con la naturaleza. En la nación inca, la Yachay huasi (Casa del saber) era la encargada, como institución educativa, de instruir  a los lectores de los kipus y los pallares. Ahora se sabe que los kipus de las culturas andinas no eran solamente un objeto mnemónico, sus significados iban más allá de cuentas administrativas, similar al origen de la escritura sumeria.

Los  evidentes vestigios de una escritura precolombina están expuestos en la arcilla de la cerámica, las texturas textiles, los monumentos líticos y la noticia del cronista Montesinos, quien escribía sobre las q’elcas, o pergaminos de pulpa de un árbol en los que se apreciaban ideogramas muy avanzados que semejaban una escritura y que fueron quemados y prohibidos posteriormente  por los conquistadores por considerarlos heréticos. De esa palabra aymara deriva el término q‘ilquiri o pendolista, que fue evolucionando para designar a los abogados de tercera que venden su firma para legitimar un documento judicial.

 Durante  el proceso de la evangelización/aculturación en el siglo XVII, las naciones originarias  inventaron distintos modos de escritura y resistencia. Actualmente se pueden apreciar las tortas de San Lucas (Chuquisaca) con rezos y rogativas a la Virgen-Pachamama para que llueva; o los textiles sobre los que comenta Erland Nordeskiold: “El aymara ocasionalmente usa letras alfabéticas europeas como ornamento en sus tejidos, pero tanto como he podido darme cuenta, no están combinados con palabras. Estos indios tenían también en los tiempos precolombinos una escritura (pintura escrita). Es decir que ha sido compuesta por los indios de Sampaya, en el lago Titicaca. Esta escritura describe los mandamientos, sacramentos… Este indio no podía leer la escritura ordinaria, ni tampoco empleó nuestras letras o figuras, sino una pintura escrita compuesta enteramente por él… Esta invención genial parece que existió en esa localidad por espacio de una o dos generaciones y después fue olvidada”. También era frecuente, y todavía lo es, el uso de pallares y los granos de maíz para la contabilidad en el área rural y el establecimiento cálido de las relaciones humanas.

Extrañamos enormemente leer los periódicos impresos en papel, su olor a la tinta fresca. Por ahora, mientras dure la cuarentena, este goce de la escritura estará restringido; pero vivir rodeado de libros es un gran antídoto contra el tedio, es como ingresar a un mundo, perderse y reencontrarse otra vez.

Edgar Arandia Quiroga, artista y antropólogo.