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El fracaso de la medicina occidental

La pandemia desatada por el coronavirus COVID-19 ha puesto en crisis el modelo capitalista de salud pública y el manejo hegemónico de la medicina occidental en el mundo. Está claro el fracaso de este modelo, porque sencillamente los científicos occidentales no han encontrado una cura contra el coronavirus y la Organización Mundial de la Salud (OMS) no tiene muy claro cómo actuar frente a un virus de alta velocidad.

Las decisiones de los diferentes gobiernos están marcadas por la hegemonía de uno de los dos paradigmas que tradicionalmente han organizado el campo de la salud en el mundo. Por un lado está la visión de la salud pública occidental conectada con los intereses del capitalismo, cuya plataforma conceptual solo considera factores externos; ideología política que no puede explicar por qué muy pocas personas acceden a la salud. Del otro lado está la visión de la salud a partir de la experiencia histórica, social, cultural y civilizatoria de los diferentes pueblos ancestrales, que apuestan sobre todo por la prevención y luchan por la liberación de los pueblos y el derecho a la salud propia y universal.

Esta es la salud indígena, popular, que incluye a la medicina tradicional china y otras formas no occidentales que hoy han quedado marginadas. Es lamentable que en nuestro país la medicina tradicional o ancestral haya quedado relegada a presentaciones de pequeños shows, que solo sirven para ambientar la casa. La medicina de los kallawaya ha quedado silenciada frente a los doctorcitos occidentalizados. Es preciso afirmar que la medicina ancestral nuevamente está siendo arrinconada, porque supuestamente existe una medicina científica occidental. ¿Pero qué hacen los “científicos” para detener al COVID-19? Absolutamente nada, incluso los que dicen ser científicos hoy están profesando frases como “Dios nos libre o nos ampare de la pandemia”.

La diferencia entre los modelos de salud se ha evidenciado mucho más en esta coyuntura. El modelo hegemónico, que sirve de enlace entre el capitalismo y el sistema de prácticas dominantes en salud, aparece como el único salvador y defensor de la vida. Mediante una racionalidad centrada en la enfermedad (hoy el COVID-19), organiza los sistemas de atención a partir de ejes demarcados por la gran industria farmacéutica y de producción tecno-médica; mediando en el papel que cumple para la legitimación del orden mundial capitalista salvaje, que apuesta a la diferencia de las clases sociales, al racismo y a la acumulación de la riqueza. Hoy, a pesar de la emergencia humanitaria mundial, se sigue especulando con ciertos productos como los barbijos, los respiradores automáticos y los insumos para las pruebas de laboratorio para detectar el COVID-19.

El bloque de países capitalistas y occidentales ha decidido dejar correr la pandemia en resguardo de la prosecución de la economía capitalista, bajo el argumento de la historia natural de la enfermedad y un cierto “maltusianismo” ante la población jubilada y los adultos mayores. El gran ejemplo es Estados Unidos o Brasil, donde no les importa el número de muertos.

La batalla contra el COVID-19 ya es una lección histórica, que ha puesto en evidencia los intereses dominantes del sistema de salud capitalista. Para quienes apostamos por un cambio profundo societal, urge un cambio civilizatorio que luche por la salvaguarda la humanidad y el planeta con sistemas de salud propios y desde la ética de la vida, pues el capitalismo jamás apostará por la vida humana y la salud de la Madre Tierra. Jichhurunakanxa wali llakisiyapxistu COVID-19 uka usuxa. Suma manq’añasawa jan uka usu katuñataki. Ch’ullqhichañasawa janchisa ¿janicha ukhamaxa?

Esteban Ticona Alejo, aymara boliviano, sociólogo y antropólogo.