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Pandemia: el retorno de los cuervos

Entre las secuelas que trae la pandemia del nuevo coronavirus está la afloración de los más bajos instintos en los hombres y mujeres que juegan en el planeta esa especie de ruleta rusa cuyo concurso sin convocatoria expresa es obligatorio, además de letal. Semanas de encierro compulsivo en este confinamiento planetario despierta odios, celos, envidias, rencores y antipatías antes guardadas furtivamente. La observancia impuesta, de cumplimiento riguroso, con severas penas para los infractores provoca irritación en quienes cumplen, mansamente, la condena contra aquellos que no la acatan. Entonces, el fenómeno de la delación se expande hasta límites obscenos, en unos países más que en otros.

Ello sucede particularmente en Francia, cuya remembranza histórica más marcada es el comportamiento social durante la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial. Se dice que en los archivos policiales figuran casi 5 millones de cartas anónimas con denuncias sobre vecinos que ocultaban judíos, que traficaban en el mercado negro o que frecuentaban medios homosexuales. Es entretenido saber que a aquellas personas dedicadas a tan innoble tarea se las apodaba “corbeaux”, cuervos en francés, debido a que en un bullado caso los laboratorios policiales descubrieron en 1922 a la autora de cientos de misivas, que durante cinco años circularon entre el vecindario denunciando no solo los actos ilegales, si no también intimidades como el adulterio, el incesto y otros secretos que sembraron horrendos pleitos entre los habitantes de un pequeño poblado.

Llevada a los tribunales, Angele Laval se presentó con un singular atuendo: toda vestida de negro y velo de viuda. De ahí se acuño el término “cuervo”, inmortalizado en 1943 en la película de Georges Cluzot. Desde entonces, las delaciones anónimas se atribuyen a los cuervos que, en esta época de confinamiento, han reaparecido en bandadas impresionantes: la prensa local comenta que las centrales telefónicas encargadas de acopiar denuncias de este estilo se encuentran colapsadas por miles de llamadas, la mayor parte, obviamente, anónimas.

En Francia, la delación sigue siendo una pasión, estimulada en ciertos dominios como por ejemplo los delitos fiscales en materia de impuestos. Inclusive el fisco promete compensaciones a denuncias que culminen con el descubrimiento de un fraude, justificando esa actitud como un premio al deber cívico en pro del bien común y de la justicia social. Otros elementos de acusación son los actos terroristas y atentados conexos, las acciones contra abusos sexuales con menores o personas vulnerables.

Con la vulgarización del uso de las redes sociales, la proliferación de las fake news (noticias falsas) y la exaltación de los whistle blowers (soplones), y de famosos como Julian Assange o Edward Snowden, la frontera entre el deber ciudadano y la acusación bastarda se hace muy difusa. Y lo que antes era considerado como una sigilosa ocupación despreciable, parece transformar en amables palomas a los sicofantas representados en los siniestros cuervos.

Carlos Antonio Carrasco, doctor en Ciencias Políticas, miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.