Icono del sitio La Razón

1 de mayo en tiempos difíciles

Todas las previsiones sobre el curso que abarcaría la crisis del coronavirus COVID-19 a escala planetaria han sido sobrepasadas por la realidad. A estas alturas sigue siendo un acontecimiento en pleno desarrollo, lo que impide extraer conclusiones definitivas, que podrían ser desmentidas muy rápidamente por los hechos. Pareciera que el único tema en el que muchos concuerdan es que, concluida la pandemia, la normalidad a la que se arribe no será la misma. El mundo habrá cambiado mucho. Según los optimistas, para bien. Según los pesimistas, para mal. Y según los escépticos (como quien escribe este artículo), nada cambiará hacia un signo positivo sin una acción organizada y consciente de la mayoría de la gente.

En tal sentido, la actual crisis debiera considerarse como una oportunidad, quizá la última, para atenuar los abismos de la desigualdad social, y para frenar, por lo menos en parte, la agresión contra el entorno natural que nos rodea, del que formamos parte y con el cual debiéramos reconciliarnos. ¿Soñar no cuesta nada? Verdad, es un sueño, una aspiración ideal legítima e irrenunciable. Si los seres humanos estuviésemos completamente privados de soñar, si no pudiésemos adelantarnos a la realidad y contemplar con la imaginación la obra bosquejada, sería imposible entender las causas que motivan a las personas a emprender grandes obras.

Los líderes que en 1886 fueron ejecutados en Chicago soñaron con la jornada laboral de ocho horas y con una sociedad libre de la degradante semiesclavitud de niños y mujeres. Más de 200 años después se los sigue homenajeando como pioneros de muchas conquistas posteriores.

Juan Albarracín, Luis Oporto y otros autores recuerdan que la conmemoración del 1 de mayo, promovida en Bolivia inicialmente por pequeños grupos de artesanos e intelectuales como la “fiesta del Día del trabajo”, paulatinamente se fue transformando en una jornada de reafirmación de reivindicaciones, de fortalecimiento de la organización y de despliegue de propuestas de cambio social. Los  autores señalan que en 1907 la Sociedad de Obreros “El Porvenir” organizó en La Paz la celebración del 1 de mayo “en homenaje y recuerdo de la tragedia de Chicago” con el siguiente programa: “30 de abril: velada artística literaria, realizada en el Teatro Municipal. 1 de mayo: desfile de trabajadores, agrupados en organizaciones gremiales y obreras. Recepción social en el hotel ‘París’”. “El festival artístico-literario organizado por las instituciones obreras de La Paz fue calificado de espléndido con discursos aplaudidos, como el del delegado de la Unión Gráfica Nacional, Wenceslao Ballón”.

La prensa liberal de la época saludó entusiasta estas celebraciones, con el obvio propósito de reforzar la utilización como masa votante que hacían de los grupos de artesanos y obreros. Pero no faltaron voces en contrario. El Diario publicó el 30 de abril una nota que en parte salientes decía: “¡Alerta! Se trata de festejar, por primera vez, la fiesta del trabajo en Bolivia, el próximo 1 de mayo, este sería el paso más temerario. Es una manifestación emboscada de la protesta contra el capitalismo… La fiesta del trabajo es esencialmente socialista… es de aquellas que tratan de inculcar en los pueblos la criminal utopía de la igualdad soñada. Obreros, ¡no sóis socialistas! ¿Por qué cooperar en una manifestación caracterizada del socialismo? ¡Alerta obreros! Y alerta también vosotros los de las clases acomodadas. Lo que hoy se proyecta es una chispa que puede producir un gran incendio”.

El 1 de mayo pasado estuvo marcado por el aislamiento social impuesto por la cuarentena, es comprensible. Pero también abundaron reflexiones que, pese a todo, no renuncian el objetivo de una sociedad menos polarizada entre ricos y pobres. De hecho, repartir el peso de la salida de la crisis y la recuperación con un mínimo de equidad debiera significar que aporten más los que tienen más… y ahí se verá qué intereses predominan en cada uno de los gobiernos.

Carlos Soria Galvarro, periodista.