Lo que la pandemia develó
La pandemia nos mostró que conformamos una sociedad hipócrita y de doble moral, en la que prima la ignorancia y el egoísmo

Se dice que en los momentos críticos de la vida es cuando sacamos a relucir nuestro verdadero carácter. El 10 de marzo pusimos a prueba dicha teoría. El entonces Ministro de Salud dio la noticia, la que ninguno quería escuchar: se confirmaba la presencia del nuevo coronavirus en el país. La primera jugada del COVID-19 nos transmitió un mensaje claro: la pelota estaba en su cancha, era dueña del campo de juego, del árbitro, de los espectadores, no se iba a rendir, y estaba dispuesta a utilizar hasta el método más bajo para evidenciar nuestras heridas y miserias.
Empezó atacando uno de nuestros puntos débiles: el sistema de salud. Algunas imágenes se hicieron virales, e incluso por un momento llegaron a ser graciosas; pero luego dejaron de serlo, eran crueles, despiadadas, y aun así, eran parte de nuestra amarga realidad. Áreas de aislamiento totalmente improvisadas, médicos sin protección ni elementos de bioseguridad para cumplir su labor, falta de equipos médicos y tecnológicos fundamentales en estos momentos.
La pandemia comenzó a quitarnos la venda de los ojos y luego nos confirmó que si bien el deporte es salud, una cancha de fútbol no se equipara a un hospital; que la labor de los galenos merece toda nuestra admiración; que hace falta inversión en salud pública; pero sobre todo nos mostró que, pese a la bonanza económica más grande de nuestra historia, los cargos en la cartera de salud fueron ocupados mayormente por ineptos, quienes seguramente agrandaron sus bolsillos, pero achicaron el sistema.
Pero el virus no estaba conforme, así que movilizó su artillería a otro flanco: el sistema educativo. Con la llegada del coronavirus ha quedado claro que para muchos la era digital sigue siendo solo un nombre. Porque no se trata únicamente de dotar de computadoras a los alumnos, sino sobre todo de garantizar acceso a internet incluso en los lugares más remotos, para que los jóvenes y niños puedan acceder a tener una educación virtual. Por ello, las telecomunicaciones deberían tener tarifas mucho más bajas. ¿No era para eso que compramos el satélite Túpac Katari? No se trata de tener una clase de computación a la semana, sino de crear un sistema educativo virtual que nos demuestre, con hechos y no palabras, que la mejor inversión siempre será la educación.
Finalmente, el virus nos mostró que los bolivianos conformamos una sociedad hipócrita y de doble moral, en la que prima la ignorancia y el egoísmo. ¿Si no cómo se explica que la gente se haya organizado para impedir que pacientes de COVID-19 sean ingresados a diferentes centros hospitalarios? ¿Y qué hay de aquellos que compartían su indignación por esta situación en redes sociales, pero eran los primeros en los mercados comprando hasta 40 rollos de papel higiénico y 20 botes de alcohol en gel?
¿Qué hacemos con los comerciantes de la Feria 16 de Julio que siguen instalando sus puestos pese a la cuarentena total? ¿Qué hacemos con los que no respetan las filas ni el distanciamiento social?, ¿con los que siguen botando su basura a la calle?, ¿con los que salen el día que no les corresponde y exponen a sus familiares “porque ellos no se van a contagiar”?, ¿Qué hacemos con los que insultan a los policías y militares que cumplen su labor?
¿Qué hacemos con los hipócritas que desde la comodidad de sus hogares piden por los artistas bolivianos, pero que son los últimos en consumir lo nuestro?, ¿que no se acuerdan de la última obra de teatro a la que asistieron?, ¿que llenan de críticas la danza y la música que se hace en el país y que cuando están frente a una cartelera de cine dicen: “no la boliviana, porque es mala”?
¿Qué hacemos con las autoridades que tachan al sector cultural como la quinta rueda del carro?, pese a que no podríamos sobrevivir este periodo sin un libro, o una película o sin música, o sin tener ideas creativas. ¿Qué hacemos con los que menosprecian a los periodistas?, ¿con aquellos que no tienen consideración con los recogedores de basura?
¿Qué hacemos con los que piensan que los sueldos de los futbolistas deberían ser superiores al de los maestros y médicos? ¿Qué hacemos con un país al que le importa más la política que la muerte de una persona? ¿Cómo entender que si somos inteligentes, lo máximo que podremos perder es dinero? ¿Qué hacemos con nuestra falta de sensibilidad? ¿Qué hacemos? Parece un cuento de terror, pero no lo es. Tenía que venir un ser que no está ni vivo ni muerto, que es invisible a nuestros ojos (como todo lo esencial, como nos recuerda a cada rato el Principito) para dejarnos en claro que esto nomás habíamos sido. Porque, como dice el poeta chuquisaqueño Julio Barriga, “… vivimos en un país de seres proteicos y disformes. Donde todos hablan de lo mucho que tomamos. Pero ninguno de la gran sed que nos consume”.
Paola Mejía, periodista de La Razón.