COVID, COVID, COVID
‘El que es sabio refrena su lengua’ (Proverbios 10:19, espero que no me tilden de violar el laicismo estatal).
Hablamos sobre el COVID-19. Pensamos sobre el COVID-19. Soñamos (“pesadilleamos”, más bien) sobre el COVID-19. Vivimos “sobre” el COVID-19 más que “con” el COVID-19. ¿Por qué tememos tanto al COVID-19?
En mi columna Virus y elecciones: ¿pe(s)cadores ganan? (24/03) lo adelantaba: ¿por qué le tememos al COVID-19 si han muerto menos de 250.000 personas en todo el mundo desde su inicio, mientras que la Peste Negra mató a un tercio de la población europea en el siglo XIV, con la gripe española murieron entre 20 y 40 millones de personas en 1918, y el VIH/sida provocó más de 40 millones de fallecidos? ¿Por qué el mundo se ha paralizado?
De los 196 países miembros y asociados de la Organización Mundial de la Salud (OMS), solo 14 permanecían inmunes a la pandemia hasta el lunes: Kiribati, Lesotho, Islas Marshall, Micronesia, Nauru, Niue, la impenetrable Corea del Norte, Palau, Samoa, Islas Salomón, Tonga, Turkmenistán, Tuvalu y Vanuatu; además de las Islas Cook (ajenas a la OMS). Por tanto, ya son 187 países (los restantes 182 de la OMS más los Territorios Palestinos, Kosovo, el Vaticano, el Sahara Occidental y Taiwan) en los que viven (o vivían) algunos de los 3.482.848 infectados con el nuevo coronavirus.
¿Por qué tememos tanto al COVID-19? Por su rápido contagio (en Corea del Sur se mapeó una persona contagiando a más de 1.000 en pocos días), por su período de latencia asintomático (cerca de 14 días), por su confusión con otras afecciones conocidas (gripe, resfrío, incluso dengue), y por el alto índice de agravamiento de los casos ya sintomáticos: entre el 10% y el 15% de los pacientes internados por el virus SARS-CoV-2) ingresan en las unidades de terapia intensiva (UTI), y el 90% de éstos requiere intubación y ventilación mecánica durante al menos dos o tres semanas. También ha contribuido mucho a ese temor la “infopandemia”, que se ha desatado alrededor de la verdadera pandemia: una explosión de información, sobre todo en canales digitales y redes sociales, pero también en medios masivos, muchas veces tergiversada, falsa o alarmista, y poquísimas veces contrastada.
Para los gobiernos, el principal temor era otro: la insuficiente infraestructura sanitaria para casos graves. Según aumentaban los contagios, la inicial displicencia (alimentada por las falsas estadísticas de China y su presto “control”, tan elogiado por la OMS) se convirtió en pánico y desesperación, con acciones propias de un filibusterismo: barcos y aviones cargados de preciosos y escasísimos insumos médicos, retenidos y embargados en escalas en países intermedios; retención de cargas que se enviaban a segundos países…
¿Cómo estábamos en Bolivia? Muy desprotegidos, por muchos años de falta de inversión humana y de recursos en la salud pública (los 14 años de gobierno del MAS fueron de despilfarro en inutilidades). ¿Cuáles eran las posibilidades? Empezar sin dar margen a que el COVID-19 tomara la delantera y golpeara (recordemos la Europa de tranquilidad y paseos con más de 300 casos en España y en Italia; o el premier británico, Boris Johnson, anunciando que priorizarían la economía… hasta que terminó en una UTI).
A pesar de los agoreros y los críticos festinados, partiendo de cero, o menos aun, en condiciones heredadas y sin recursos, el 4 de marzo (cuando había solo un sospechoso que luego fue descartado) se empezaron a tomar recaudos y a buscar, en ese mercado canibalizado, lo que el país necesitaba para protegerse. Y cuando el 10 de marzo se confirmaron los dos primeros casos, inmediatamente se declaró situación de emergencia nacional.
He sido un crítico permanente de las falencias en nuestra información epidemiológica (puede leerse en la cronología que publico todos los días), pero no lo he achacado (como algunos políticos desesperados) a un ocultamiento premeditado, sino a una mala comunicación, porque si no, ¿cómo obtengo yo la información desde diversos medios públicos?
José Rafael Vilar, analista político.