Voces

Monday 22 Apr 2024 | Actualizado a 17:05 PM

Prórroga: hipótesis de una intención oculta

El problema de resistir el proceso electoral no es el MAS, ni los sectores sociales y populares, es el no retirarse del poder político y económico.

/ 7 de mayo de 2020 / 05:08

La dimensión política le unge a la crisis desatada por el nuevo coronavirus una incidencia que la lleva hasta la condición de peste providencial. Así, el poder político del entorno gubernamental encuentra en ella la posibilidad de escalonar sus mandatos por encima de la debida institucionalidad. El ciclo de conflictividad-tranquilidad que caracteriza el actual momento del hecho político absoluto ha instalado un nuevo punto de tensión y contradicción: grupos sociales con tradición antagónica que forcejean en innumerables exposiciones sobre la conveniencia razonable de continuar con el proceso eleccionario. Dos fuerzas sociales y políticas, populares y urbanas, expresan una polaridad subjetiva que lastran desde noviembre.

La cuestión planteada gira en torno a la Ley 1297, que con su promulgación y posterior publicación adquirió la debida validación social; término poco utilizado hoy en el lenguaje jurídico, que refiere a la fuerza de obligar cuando una norma es promulgada y se procede a publicarla en la Gaceta Oficial. La Ley de Postergación de las Elecciones Generales 2020 corporiza la crisis política irresuelta de un país roto por la mitad, con clases medias urbanas movilizadas y enfrentadas a sectores populares periurbanos también en apronte. Estas perspectivas opuestas de entender y practicar la democracia vuelven a emerger ante la inconclusa pacificación social; trabajo pendiente que el poder desoyó en la intención de retrotraer el Estado a la lógica política de 2003.

Los sectores populares articulados en acción política nuevamente enseñan a contracorriente de la profecía analítica, política y comunicacional, un restablecido coraje para resolver el hecho político absoluto con un eje discursivo: “¡Elecciones ya!”. Frente a ellos, la resistencia de la movilización urbana argumenta un lógico temor a una expansión incontrolada de la crisis sanitaria. La realidad de esta negación e intransigencia al proceso electoral está, sin embargo, en otra ley, complementaria del soporte jurídico que marcó la anulación de las elecciones del pasado octubre. La Ley 1269 de 23 de diciembre de 2019, conocida como “Ley excepcional para la convocatoria y la realización de elecciones subnacionales”, que en su artículo segundo ordena: “El Tribunal Supremo Electoral dentro de las cuarenta y ocho (48) horas siguientes a la posesión de la presidenta o presidente del Estado Plurinacional emitirá la convocatoria para las elecciones subnacionales 2020”; agregando que éstas deberán realizarse en un plazo (abreviado como las elecciones generales) de 120 días calendario, y especificando que todo ciudadano que hubiese sido reelecto de forma continua a un cargo electivo durante los dos periodos constitucionales anteriores no podrá postularse como candidato al mismo cargo electivo.

La sugerente ofensiva contra la institucionalización electoral del país bajo formas argumentativas referidas a la pandemia desatada por el COVID-19 e interpretaciones incorrectas de la arquitectura jurídica que regula la aplicación del proceso electoral suspendido buscan ocultar la intencionalidad de preservar un poder extendido y ya prorrogado en una lógica de cálculo por encima de un año calendario. El silencio activo de autoridades imposibilitadas de asistir a una nueva reelección de sus cargos explica una articulación provocada por el poder subnacional, vinculado en interés directo con el Gobierno central en ese objetivo de persistir en sus cargos sin reparar en las formas constitucionales. El hecho habitual de políticos que prolongan su estadía en el control gubernamental amparados en crisis y coyunturas de emergencia adquiere relación directa con implementar una legalidad de excepción y la administración de recursos que se liberan, precisamente por la emergencia, de todas las pesadas normas de contratación.

La prórroga indefinida de mandato no constitucional anexada a la declaratoria de alerta sanitaria sitúa la criticidad de los niveles de transparencia en estándares de imperceptible fiabilidad. El proceso electoral en Bolivia no expresa únicamente la tensión por instalar el poder en el Estado nacional, sino que se extiende a espacios locales, gobernaciones y municipios urbanos hoy dirigidos por sectores que resisten la renovación electoral por periodo concluido. En tal escenario, las convicciones democráticas de los sectores conservadores del país acreditan un retroceso no tranquilizador y una ansiedad de poder irreprimible. Así, el problema de resistir el proceso electoral no es el MAS, ni los sectores sociales y populares, es el no retirarse del poder político y económico.

Jorge Richter Ramírez, politólogo

Comparte y opina:

Riesgos sobre la plurinacionalidad

El autor advierte que, en el país, se está avanzando hacia fragmentar la homogeneización de la corporatividad social y popular.

Jorge Richter

/ 21 de abril de 2024 / 06:43

Dibujo Libre

¿Está el Proceso de Cambio en agonía? Posiblemente ese cuestionamiento, de compleja respuesta, sea uno de los factores estructurales para comprender en la dimensión correcta los niveles de energía del hecho histórico más importante del tiempo democrático. Juan José Sebrelli, filósofo argentino, observa con acierto y define con sencillez lo que aprecia, “la realidad humana es transformación permanente, pero no hay cambios sin algo que permanezca, ni discontinuidad sin continuidad, ni presente que no esté condicionado -aunque no determinadopor un pasado que limita sus posibilidades. Cada periodo histórico es singular e irreversible, el pasado no se repite nunca en el presente, aunque en toda acción o idea nueva es inevitable partir de lo anterior que se quiere cambiar”. La realidad sociopolítica es una construcción humana y su transformación se produce dentro de, a momentos, ininteligibles procesos sociológicos que tienen una extensión temporal, que, en el caso de nuestro país, suelen girar alrededor de los 18 años.

El agotamiento del orden oligárquico que antecedió a la Revolución Nacional, una sociedad marginal y periférica en relación a la economía nacional y, una representación política signada por castas sociales que convirtieron el Estado en su espacio de natural dominio, fueron, en gran medida, los factores que condujeron a cuestionar y enfrentar posteriormente a la oligarquía dominante. El pueblo triunfante inició el proceso revolucionario que se extendió por 12 años, que removió positivamente las sedimentadas estructuras del conservadurismo excluyente y que empezó a agotarse cuando, como describe Huáscar Cajías, inició la demencial “anulación del sistema jurídico y especialmente de las garantías constitucionales”: «Todo esto se justificaba y practicaba en nombre de la patria, de la justicia social, del progreso económico». A ello se adicionó la obsesiva fijación de Paz Estenssoro por reformar la CPE, algo que hizo en 1961 para permitirse una nueva reelección, dejando de lado el compromiso de alternancia suscrito tácitamente entre los líderes de la Revolución.

Siguieron al hecho histórico 18 años de militarismo no democrático: 1964- 1982, con breves y esforzados intentos por reencauzar el país por los márgenes constitucionales para que, en 1982, finalmente, el horizonte de convivencias democráticas vuelva a escribir su historia. Las debilidades del proceso que se iniciaba abrieron paso a la construcción de las mayorías pactadas. El tiempo de la democracia de coalición, de sumas congresales y consensos construidos sobre el reparto y parcelación del Estado se constituyó en el primer ciclo político de la joven democracia. El Pacto por la Democracia, que fue el pacto Paz Estenssoro/ Hugo Banzer dio inicio a una construcción de alianzas políticas que modelaron sobre el final de su vigencia un Estado de marginalidades, abusos, no representaciones políticas correctas y aprovechamientos económicos, sociales y políticos inaceptables. Construyó un Estado y una sociedad injusta que implosionó en octubre de 2003. Tras 18 años, el ciclo político de la vieja partidocracia o de la democracia pactada se desmoronó.

2006: Bolivia inicia un nuevo ciclo político en esa constante sustitución circular de élites y construcción de sentidos comunes, pero siempre bajo un perfil de hegemonía dominante. El Proceso de Cambio reemplaza a la Democracia Pactada, iniciando el proceso de construcción del Estado Plurinacional y el tiempo histórico más importante de inclusiones sociales y representaciones políticas correctas. Pero hoy, ese proceso del bloque social y popular está resquebrajado, agrietado, hendido y con elementos conductuales y formas políticas que ya lo determinan, -y esta vez vale el casi- casi inexorablemente. Entonces la respuesta a la pregunta inicial es sí, el Proceso de Cambio agoniza.

La esquizofrenia reeleccionista y de poder.

En 2019, de forma inesperada, sucede un hecho que se entendió como el fin de un ciclo, del ciclo masista como se decía con pronunciación peyorativa en aquel momento. Con entusiasmo indisimulado, se repetía incansablemente en los espacios más conservadores y radicales del país “el MAS nunca MAS”. Y el MAS volvió, con sus capacidades de movilización territorial refortalecidas y su conexión con la corporatividad social y popular en estado pleno. Sin embargo, lo que pudo ser un proceso de revitalización y oxigenación se convirtió en un retomar el vicio más antiguo: burocratización de dirigencias matrices, instrumentalización del poder, pensamiento de hegemonía dominante, desconsideración por la institucionalidad y las formas recomendadas de la buena cohabitación democrática. El país había cambiado con el remezón del golpe de Estado, pero el MAS, en sus estamentos cupulares, leyó el apoyo obtenido en el proceso electoral como un “vale todo”, un forzado entender que los ciudadanos pueden aceptar lo que venga si la prensa les entrega titulares de optimismo. A ello, la esquizofrenia reeleccionista incluso a costo de pulverizar el proceso histórico y entregar el Estado Plurinacional a la posibilidad de un regresionismo involutivo que nos retraiga a las injusticias sociales y políticas de los años ´90. Inaceptable.

Con una interna de daños irreparables y con el olvido de la razón, esa que posibilite recuperar la sensatez, se avanza a fragmentar la homogeneización de la corporatividad social y popular que hizo invencible en tiempos electorales al proyecto social popular. Siendo esta una realidad, se suman a ello, otros factores que exponen el final de ciclo. Las formas de hacer política en el movimiento popular exteriorizan hoy conductas de odio, de posibilidades evidentes de la intención de destruir al otro, así sea este de la misma familia política; muestran que la repetida unidad es solo una palabra de ocasión, no un fin irrenunciable. Unidad es la palabra dicha, destrucción del otro es la acción cotidiana. La unidad de convicción en el proyecto político de horizontes posibles, de sueños y utopías ya prácticamente no es factible. Solo queda una unidad, pobre, disminuida, recortada, una unidad de circunstancia para el momento electoral. Esa unidad es sinónimo de crisis política, ingobernabilidad y caída económica. En los tiempos que hoy condicionan al Proceso de Cambio, es el preludio del final. Algo así como el tiempo que tomó al militarismo no democrático el perder definitivamente el poder. Algo así también como el tiempo transcurrido entre octubre de 2003 y enero de 2006. El tiempo último de la crisis.

También puede leer: Fantasmas en el censo poblacional

La candidatura única no salva tampoco el final de ciclo, pues son las prácticas políticas del rutinario vivir, que no son tolerantes, incluyentes y día lógicas lo que han deteriorado la paciencia social. La ortodoxia sobre el trato conferido a los actores políticos y también al modelo económico excluye la posibilidad de construcción de unanimidades imprescindibles. En un escenario de futuras y previsibles debilidades legislativas, la ausencia de adhesiones despedaza las legitimidades obtenidas en lo electoral. El resultado en consecuencia es la permanencia de un escenario de crisis.

Sin la unidad que construya un proyecto utópico de horizontes de expectativas, sin que la codiciada candidatura única revolucione y aleje las formas desagradables de hacer política, irritantes para la sociedad toda, y que revelan una manera ya distintiva de concebir la política y porque lo discursivo carece de visión de país, proyecto de Estado y sociedad hasta reducirse a meras construcciones de relatos sin fondo; sin todo ello, el final de ciclo ya resuena en el país.

(*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

Comparte y opina:

Un país desquiciado

La sensación de que la política está subyugando al país se está convirtiendo en una aporía real.

El vocero presidencial, Jorge Richter, en entrevista con La Razón.

Por Jorge Richter Ramírez

/ 10 de marzo de 2024 / 06:17

Dibujo Libre

Van desconfigurando al país. Desconfigurado significa que los factores mayores que determinan y señalan el orden societal, la estabilidad económica necesaria y la imprescindible convivencia social en el Estado se han desordenado peligrosamente, buscando generar sensaciones y cuadros propios de una situación de constante descontrol. Elementos raciales, identitarios, culturales, dialógicos, institucionales, sociales, económicos y esencialmente constitucionales, se van desconectando de la normalidad Estado-sociedad- gobierno, pues son diariamente reusados con intenciones personalistas, de grupo pequeño. Utilizados e instrumentalizados para la política pobre, aquella del sinsentido de destruir para construir opciones electorales, de la coyuntura reducida. La desconfiguración estatal es una secuela lógica de algo. En el caso de Bolivia, es el corolario de quienes desoyendo los principios constitutivos de “libertad, igualdad e inclusión para todos” expropian las formas constitucionales de acción y competencia política para atender sus ansiedades e impulsos, es un intento de captura del poder que sojuzga y no construye. Es la satisfacción personal, la impunidad, la obsesión y la fijación por el poder como único motivo de éxito vivencial.

¿Cuándo ocurrió que, en Bolivia, los principios de “Libertad, igualdad e inclusión” pasaron a instalarse en el imaginario societal de una democracia más completa y extensa? El momento decisivo estuvo en el tiempo de gestación del Estado Plurinacional, en el imaginario de sectores excluidos y de una sociedad sobrepasada por el conflicto y la estropeada cohabitación social. En el hecho histórico de mutabilidad del poder político, de la representación política decisoria, de las nuevas incorporaciones. Algo como lo pensado por Claude Lefort en referencia a la Revolución francesa, cuando expone la relevancia de aquella máxima fundamental del nuevo tiempo revolucionario, “el poder absoluto del pueblo”. Sobre esa pasión por la igualdad Tocqueville escribió: “Sería incomprensible que la igualdad no acabe de penetrar en el mundo político al igual que en lo demás. No se puede concebir que haya hombres eternamente desiguales en un solo punto e iguales en todos los otros. Acabarán, pues, en un tiempo dado, por ser iguales en todo”.

En las democracias maduras se llega al control del gobierno por la travesía constitucional/ eleccionaria, que señala siempre el ordenamiento mayor e interno de los países. Algunos empero, buscan vías forzadas, devaluando la institucionalidad democrática, tensionando la sociedad y haciendo insoportable la cohabitación política. Son los que por la fuerza y convulsión trastocan el precepto establecido por la norma suprema. Los esfuerzos retóricos y las modernas estrategias de construcción de imagen no retirarán de escena aquello que en la retina social ya se instala, asociativamente, a un hecho de ruptura de la estabilidad democrática.

Shakespeare, por medio de su persistente Hamlet, nos expresó unas palabras: “el tiempo está fuera de quicio”. En un tiempo desquiciado, “un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo…” decían Marx y Engels. Sobre esta fórmula, Jacques Derrida documentó su obra Espectros de Marx. Los espectros -y acá su valía- no son solamente aquellos que retornan de un ya recorrido pasado, sino de algo que está por llegar. Los espectros son reapariciones de lo acaecido, pero también algo que prorrumpe a ser y concretarse. Los espectros del autoritarismo antidemocrático y segregador insinúan hoy reinstalarse en nuestro espacio nacional. En tiempos de odio incontrolado, éste presenta varios rostros y formas: injusticias, derechos perdidos, dignidades violentadas, daño al otro, invalidaciones sociales, estigmatización y judicialización. Es el espectro de la incivilidad política que pensamos ya suprimida.

También puede leer: La culpa es del poder

¿Tiene todavía la política algún sentido? se preguntaba Hannah Arendt en los años ´70. Una interpelación que abandonaba la simplicidad y rechazaba la respuesta sencilla para centrarse en el daño que había producido la política, los hechos desgarradores y angustiantes de los que era responsable y los que amenazaba aún desencadenar. Ante el emplazamiento entonces, la mirada y la voz que habla y que refiere al sentido mayor de la política: libertad, igualdad y hoy inclusión. Los seres son más iguales en cuanto se destierran las pretensiones de predestinación, esas que imaginan algunos tener y que terminan cesando derechos y avasallando instituciones y procesos.

En este tiempo desquiciado, desconfigurado en cada ángulo, la sensación de que la política nos está subyugando se convierte en una aporía real. La insolvencia para desprendernos del odio político debería llevarnos a algo más que leer los periódicos del día buscando ver reflejadas nuestras satisfacciones de desprecio al otro, siempre disfrazadas de cobertura noticiosa, y preguntarnos, si este sinsentido construido por la obsesión de juzgar y castigar, de arrogarse el derecho de encontrar culpables, de marginar y de definir quiénes son dignos de ser aceptados en esta sociedad, es algo que nos hace mejores. Madison aseguraba que en las sociedades se trata de convivencia de hombres y no de ángeles, y para ello, evitar la destrucción de unos con otros solo es posible mediante un Estado centrado en la libertad e igualdad de sus ciudadanos y organizado de forma institucional.

En la Bolivia pre electoral un grupo desquiciado piensa que imponer es mejor que elegir democráticamente, piensa también que la construcción de años de democracia e intentos de institucionalidad no tienen valía, pues la real importancia de algo solo está en atender sus pulsiones de poder.

(*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

Comparte y opina:

La culpa es del poder

La obstinación y la insistencia no deben comprenderse como una virtud únicamente.

/ 25 de febrero de 2024 / 06:15

Dibujo Libre

El pensamiento de la escuela estoica, hoy releído en un cúmulo de nuevas lecturas e interpretaciones rescatadas de lo mejor de su razonamiento conclusivo, afirma que, “si no respetas tu tiempo, nadie más lo hará”. La revalorización de los paradigmas e ideales del estoicismo pueden encontrarse en el escenario construido por un mundo desbordado e incontrolado, donde el egoísmo y la ambición múltiple destruyen toda posibilidad de convivencia social tolerante y civilidad democrática. Se escribe y se dice sobre el estoicismo que “una de las razones de su popularidad en el tiempo actual es su enfoque en el desarrollo de la resiliencia y la fortaleza mental, además que nos anima a cultivar la virtud en todas nuestras acciones.” El estoicismo fue, en los hechos, uno de tantos retornos a la tradición clásica de la filosofía en la búsqueda de construir un pensamiento y una concepción más humana de la vida y de las relaciones sociales, pero también de la convivencia en sociedad y de las instituciones de la organización estatal.

Un tiempo antes, la escuela cínica, esa que estuvo representada por Antístenes, Diógenes y su miembro más destacado Crates, mostraron en su pensamiento una molestia por todo convencionalismo e indiferencia valorativa por la propiedad, el matrimonio, el gobierno, las leyes, la buena reputación y todas aquellas convenciones de la vida civilizada, por supuesto que por las instituciones también. Bastaba únicamente, para ellos, la sabiduría, esa que les confería la posibilidad de bastarse a sí mismos, lo cual desde el punto de vista moral era ya suficiente. Frente a esta autarquía, Panecio de Rodas reexpuso el estoicismo convirtiéndolo en una filosofía del humanitarismo, allí el ideal de servicio público, humanidad, amabilidad y simpatía. La razón es ley para todos los hombres y todos los hombres son iguales, aún a pesar de sus condiciones y situaciones en el grupo social. El igual valor de hombres y mujeres, el respeto por los derechos de las esposas e hijos. La tolerancia y la caridad hacia nuestros semejantes. La humanidad en todos los casos. Los derechos extensivos para todos y se debe asegurar la dignidad humana, es la justicia la que debe refrendar que esa dignidad llegue a todos.

Transitamos un tiempo en el que no se logran gestionar con suficiencia las ambiciones políticas y de poder, además la historia universal, exhibe sobrados ejemplos de personas que fueron deteriorándose espiritualmente por culpa del poder. Conductas despedazadas por la ambición de acumularlo sin refreno. Personas deshumanizadas, hombres de enorme valía y grandeza reducidos por el obcecado desenfreno del poder. Napoleón, durante su irrefrenable intención de expansionismo imperial afirmó victorioso: “la bala que ha de matarme aún no ha sido fundida”. Aquella vanagloria parecía confirmarse en cada paso que daba el monarca para agigantar su poder. El poder somete, doblega y enferma a líderes y políticos antes que corromperlos. Los domina con una presión impensada e inimaginada. Las tentaciones a las cuales son expuestos parecieran ser incontrolables, y después, finalmente, cuando ya son desconocidos de lo que en algún momento fueron, los corrompe por los cuatro costados.

Concentrar el poder en una sola persona reduce las instituciones y se constituye en una restricción a las garantías de igualdad y libertad. Se dice, y tienen razón, que el poder y los liderazgos son cargas en exceso pesadas y que conviene repartirlos en varias espaldas. Los políticos que no logran abstraerse de la eternización del poder, de la vigencia perenne, concluyen su vida aislados por la paranoia y la monomanía, presos del planteamiento fijo e invariable, del método único, de la inflexibilidad y del pasado exitoso. Las sociedades mutan y se transforman, y los liderazgos insistentes, amarrados al tiempo pasado se convierten en elementos desairados primero y repelidos después.

También puede leer: Liderazgo, caudillismo y legado

“Quien solo sabe usar el martillo, en todo ve clavos” dice la expresión popular. Es una reflexión ante la inalterable rigidez. Si no cambias, sino te transformas sales de la sociedad y no ensamblas con el mundo que te rodea. La obstinación y la insistencia no deben comprenderse como una virtud únicamente. Pueden albergar en sí las caracteristicas propias del vicio de la irracionalidad y la terquedad. Ser valiente es algo distinto de ser temerario. La imaginación de quien cree que siempre ganará y que lo obtendrá todo y que el no darse por vencido -vulnerando a su paso cuanto obstáculo encontrase incluyendo lo legal/institucional- es una demostración de carácter solo construye destrucción y quebranto.

Hoy han rehabilitado el debate sobre el hecho producido por el 21F, casi como desenterrar al occiso para reexaminarlo. La atención de todo lo dicho tiene al mismo actor en el centro de cada palabra. La trama sigue siendo la misma, como si el tiempo se hubiese detenido, una conducta aferrada en torno al poder y sus intenciones no desmentidas de dominio hegemónico. Si no respetas tu tiempo, nadie más lo hará, sentencia la expresión estoica. El tiempo ha transcurrido, en realidad, nunca pudo detenerse, quien quedó inalterado en el pasado es aquel que sigue martirizando a un pueblo con piedras y daños, ensordecido ante el paso de su tiempo, entonces, otra vez, la culpa es del poder.

 (*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

Comparte y opina:

Liderazgo, caudillismo y legado

El autor reflexiona sobre el poder, el paso del tiempo y la renovación dirigencial.

Jorge Richter en Piedra, Papel y Tinta. Foto: Rubén Atahuichi.

/ 11 de febrero de 2024 / 06:33

Dibujo Libre

La historia registra que Roma, entre los años 138 y 161, estuvo gobernada por el emperador Antonino Pío. Fueron 23 años que marcaron un tiempo de paz -allí se estableció de forma real la pax romana-. Antonino fue una persona de reconocida humanidad y clara modestia. Cuando el emperador Adriano pensó en él para señalarlo como su sucesor dijo: “he encontrado un emperador, noble, agradable, obediente, sensato, ni testarudo ni temerario a causa de su juventud, ni descuidado a cauda de su vejez: Antonino Aurelio”. Sin embargo, Adriano tenía otro sentir, su pensamiento estaba en que el verdadero futuro de Roma debía caer en manos de un niño llamado Marco y ser Antonino quien deba cuidar el trono y preparar al futuro emperador. Un emperador que debía formar a otro emperador mientras marche el tiempo y el aprendizaje que determine el momento de ser encumbrado. Durante los 23 años que duró su reinado, tiempo en el cual el imperio conoció un crecimiento excepcional en lo económico, pero de igual manera en lo social/jurídico, Antonino no solo formó, educó y preparó a un futuro emperador, tarea poco envidiable para los políticos actuales, sino que demostró templanza y decencia en el ejercicio del poder. No quiso ser quien estuviese en primer lugar, no privilegió su economía ni a los suyos. Pero por encima de todo, no manoseó el poder para destruir, matar, desterrar, calumniar y menos para consumar excesos, un hecho ilustre y una caracterización que la historia recoge y clasifica dentro de los gobiernos de “Los Cinco Buenos Emperadores”. Decencia y templanza, dos caracterizaciones alejadas de la frivolidad que señala en los tiempos actuales a líderes vanagloriados en destinos que imaginan manifiestos, que buscan descontroladamente el reconocimiento y la grandeza. Un hombre/mujer de Estado, debe esforzarse por ser indiferente a los aplausos y las honradeces. Pero esto requiere una profunda disciplina, valor que para ser logrado exige esfuerzos infatigables y constantes.

La palabra “disciplina” que deriva etimológicamente del término en latín “discipulus”, que quiere decir alumno, discípulo, el que debe aprender, conlleva dos roles: quien enseña y aquel que debe instruirse. Un maestro y un alumno/discípulo. La engorrosa tarea de Antonino no concluyó en un fracaso como presagiaban quienes alimentan la idea de que el poder debe entenderse únicamente con un sentido propietario. Antonino formó y educó otro gran emperador como fue Marco Aurelio. Lo encaminó por la disciplina, la ecuanimidad y la templanza lo que le confirió una grandeza no buscada.

Los liderazgos convencionales, inmoderados, tomados por la ambición desenfrenada no admiten, siquiera mínimamente, la probabilidad de formar, educar y construir discípulos que continúen la marcha de los procesos iniciados. Una revolución, el camino de los cambios y las transformaciones pierden aliento cuando se des institucionalizan y se construyen caudillajes -o simulación de dirigentes superiores, jefes, caporales- impuestos, dóciles o contestatarios. Los Estados se extravían en inútiles batallas, sin fin todas ellas, cuando las dirigencias reducen la comprensión del poder a una lucha de pasiones y ambiciones que glorifican, con matices de divinidad, a hombres que se visualizan imágenes delirantes de grandes líderes, aplausos y gritos de histeria en apoyos cuasi fanáticos por el gran líder, el salvador, el imprescindible. Con esa atmósfera dantesca, de tremenda veneración y culto a la personalidad, el espacio del discípulo/ alumno al que se debe guiar, la formación de nuevos hombres y mujeres activos y diligentes para el manejo del Estado ¿es posible?

El proyecto social y popular en Bolivia atraviesa una febril disputa interna que lo conduce -salvo oportuna y puntual intervención de la racionalidad- a una última etapa de desfondo definitivo. No será el primero, sino la reedición, una vez más, de una historia vulgarizada por desórdenes de ambiciones desmedidas. Fijaciones y obsesiones por el poder que incomprenden la necesidad del continuum histórico, que no se personaliza ni verticaliza en un solo nombre y una sola posibilidad.

También puede leer: El péndulo de la polarización

¿Cómo se construye continuidad de los procesos transformadores? ¿Cuánto tiempo dura una revolución? ¿Y por cuánto se extiende el espacio de legitimidad de un caudillo hasta empezar a transformarse en un factor de antagonismo social e intrapartidario? Los principios de igualdad entre quienes componen el tejido social de un Estado se desintegran cuando uno de sus actores disrumpe para fundar una asimetría que refiere a un elegido sempiterno, un nombre encadenado a un imaginario inducido de “única salvación posible”.

Resistir la emergencia de otros liderazgos es aplacar la lógica del discípulo/alumno. Es encerrarse en la visión corta y reducida de que solo existe un camino factible. Es someter el pensamiento plural y diverso, las interpretaciones de coyuntura, la evaluación de las deficiencias estructurales y condicionantes del Estado y la sociedad, es reducir y concentrar todo en uno y nada por fuera de ello. Es el camino a la intolerancia, el desprecio por el otro y la no aceptación de que las mezquindades te desvían del camino correcto, ese que toman los grandes hombres/mujeres de Estado que tiene aún mayor valor cuando más cuesta de asumir. Enseñar al discípulo/alumno es lo correcto, aunque debas abandonar tus ambiciones. Hoy quien impulsó a su discípulo, incomprensiblemente comete la felonía de calumniarlo.

Antonino encaminó a Marco Aurelio en un ejemplo digno de aprender, pero también está la opción de otros, de estar más en el espacio de Nerón.

(*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

Comparte y opina:

El péndulo de la polarización

La democracia está dejando de ser una fiesta de esperanza colectiva y se ha convertido en la arena del Coliseo romano.

El vocero presidencial, Jorge Richter. Foto: Archivo

Por Jorge Richter Ramírez

/ 14 de enero de 2024 / 06:48

Dibujo libre

Ultrafalso. Seísmo. Polarización. Macroincendio. Humanitario. Guerra. Fentanilo. Fediverso. FANI. Euríbor. Ecosilencio. Amnistía. Cada año, la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE) selecciona una docena de palabras que son abordadas por la Real Academia Española y la Agencia EFE: son vocablos repetidos con frecuencia, utilizados asiduamente por los medios de comunicación y que marcan en su uso el sentido de los debates de la sociedad y de los hispanohablantes. En 2022, la palabra que saturó los argumentos, las referencias, los esclarecimientos y las ilustraciones fue una que continúa marcando la agenda de interpretaciones y estudios: Inteligencia Artificial (IA). Hoy el término elegido, la expresión del año entre las doce candidatas, es polarización. Pero no es solo un vocablo de referencia singular, sino que se distingue por la evolución de su significante. En sociedades divididas y separadas en antagonismos de apariencia irreconciliable, polarización no resulta una nominación extraña y menos aún inesperada. Hoy, no solo expresa dos opiniones, dos polos respecto de una temática o visiones ideológicas contrapuestas o incluso que confrontan con cierta animosidad. El significante de polarización ha progresado para caracterizar formas estructurales del funcionamiento societal, estructuras y lógicas de poder político y económico. Los intereses que colisionan en lo interno de una sociedad reflejan avideces de poder y pulsión política, resistencias y ofensivas de las subjetividades confrontadas; marcan y definen los “ellos” y los “nosotros”; señalan la polarización política, social, económica y cultural.

¿El fenómeno de polarización societal es nuevo? No, hay décadas de abono en su construcción. Es la consecuencia acumulada de procesos de desigualdades estructurales, exclusiones sociales, culturales y políticas, de marginalidades, de privilegios y de condenas societales determinadas por el colorismo de la piel. La reaparición de las derechas libertarias, convencidas de la no importancia de los consensos, la inclusión social y el diálogo, vienen normalizando de forma constante y dramática la convivencia violenta y el desprecio por el otro. Los espacios intermedios, las zonas resolutivas de las asimetrías sociales también son extinguidas o cuanto menos despreciadas. La lógica de ultraradicalidades y extremismos cede su paso, de ser una desviación democrática para instalarse como una metodología política frecuente, una conducta que en el ultraje ya no reprimido y ahora exacerbado busca ganar adeptos y votos también.

Durante los últimos años, la Ciencia Política junto a otras disciplinas han fundado innumerables construcciones categoriales, explicativas de los hechos sociales y políticos y de las nuevas formas de polarización y polaridad que se van asentando en nuestra sociedad. Tradicionalmente hemos estudiado y utilizado las referencias a polarización política (actitudes y conductas hacia personas y/o partidos políticos) e ideológica (extremismos de no aceptación en el arco de izquierdas y derechas). Sin embargo, hoy las sociedades y los actores políticos ampliaron los márgenes de polarización, trascendiendo a los partidos políticos, las élites dominantes, las militancias o la simpatía política hasta dar lugar a aquello que se denomina “polarización afectiva”: en ella se incorporan distancias sociales, intolerancias, hostilidades, odio, discriminación, exclusiones, racialidad y una emocionalidad negativa exasperada hacia el otro.

También puede leer: Fantasía, ilusión y realidad en dos guerras

Este 2024 ya está signado, en sus primeros días, por una fuerte polaridad afectiva. No se repara en la necesitada institucionalidad del Estado, en la comprensión de los urgentes acuerdos y consensos políticos, en la gobernabilidad necesaria (la legislativa y la de las calles) o en el establecimiento de un nuevo pacto social. Todo se acciona bajo intereses personales y esos intereses van coreando el desprecio hacia el otro. El péndulo muestra en cada oscilación hacia el extremo una intransigencia mayor.

Carl Schmitt sostuvo que “la esfera de lo político se determina en última instancia por la posibilidad real de que exista un enemigo”. Esto dialécticamente nos muestra que los colectivos sociales, en su alta complejidad, están determinados por las relaciones amigo/enemigo y su constante intento de eliminación mutua. Todo ello conduce, por lo tanto, a poco más o menos que una resignada convivencia con el conflicto, siempre latente y siempre presente.

En tiempos tecnológicos que favorecen la polarización afectiva, Norma Morandini, premio Pluma de Honor de la Academia Nacional de Periodistas de Argentina piensa con irónica sinceridad: “Las redes sociales que democratizaron la expresión, al ser utilizadas por los gobernantes, como si fueran ciudadanos de a pie, han distorsionado el debate público. Se habla de los malos, no de los males. La cultura de la imagen y el aparecer le dan la razón al poeta portugués, Fernando Pessoa, quien decía: «el que inventó el espejo envenenó el alma». La obsesión por el mostrarse llevó al paroxismo. Todo está a la muestra, si hasta dan ganas de pedir un poquito de hipocresía. Al final las formas y la civilidad son el corsé que nos ponemos encima para no descarriarnos en tiempos de locura. Lo cierto es que la polarización, grieta o brecha, desnuda nuestro fracaso democrático, ya que lo relevante es el respeto que nos debemos y no que pensemos de manera diferente”. La democracia está dejando de ser una fiesta de esperanza colectiva y se ha convertido en la arena del Coliseo romano, allí donde unos y otros se despedazan para intentar sobrevivir.

(*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Últimas Noticias