El mundo Tele
¿La nueva fase en curso implicará un retorno deseado al hogar como sede laboral?
La palabra “tele” viene del griego, y quiere decir distancia. Antes de saber (y ver) la televisión, lo único parecido que conocía fue el telescopio, el catalejo de los piratas y bucaneros con el que oteaban los mares en busca de ricas presas. Pero el pasado jueves, 6 de mayo, a las 10:30 viví en Lima una extraña e inédita experiencia. Con la novísima aplicación Zoom me contacté con mi médico. En Perú, como resultado del Estado de emergencia, los y las galenas no atienden consultas presenciales, y las clínicas privadas permanecen cerradas, salvo para emergencias.
La telemedicina las reemplaza o intenta hacerlo. Sentados frente a frente, con la pantalla como intermediaria y secretaria, especulamos si más temprano que tarde será posible enviar un holograma que pueda trasmitir in situ las dolencias del paciente, o a quizá el médico enviará a un autómata bajo su comando. Mi médico señaló que el 2001 uno de sus colegas realizó desde Nueva York una exitosa operación, guiando el brazo de un robot situado en Estrasburgo, a unos 14.000 kilómetros de distancia.
Utopías no tan futuras, por cierto. Pero por ahora me convertí en mi propio médico y tuve que transmitir la situación con mis palabras a un interlocutor que podía verme, pero no palparme, lo cual, hasta donde sé, constituye el centro del diagnóstico médico. Ambos convenimos que en el futuro cercano, incluso sin pandemia de por medio, una combinación de medicina y tecnología hará que el currículo y la práctica de enseñanza de la medicina cambie radicalmente, de modo que las nuevas generaciones de galenos y galenas podrán formarse en el uso del ojo a distancia, con la intermediación de nuevos instrumentos.
Desde Barcelona mi hijo Diego, recluido como millones en los límites de su vivienda, me relata cómo trabaja vía internet para su empresa, de la que físicamente está muy cerca, a tan solo unas cuadras; pero que el virus la ha puesto a una distancia imposible de salvar por ahora. El teletrabajo no es nuevo, ya tiene varios años de existencia; pero la pandemia lo ha puesto en vigencia y esplendor nunca vistos. Al igual que con la telemedicina, y tal como señala un informe del Banco Mundial sobre los cambios en el mundo del trabajo, la formación universitaria tendrá que avenirse formando a sus estudiantes para participar con subjetividades impuestas por el nuevo trabajo a domicilio.
En sus orígenes, el capitalismo destruyó el trabajo artesanal realizado en los hogares-tallares, arrancó a maestros y aprendices a la hora uniforme del reloj y la disciplina de la fábrica, y separó el trabajo de la cotidianidad del hogar. Los primeros movimientos obreros en el siglo XIX, conducidos (y no casualmente) por artesanos buscaron recomponer esta unidad, y controlar para sí mismos el uso del tiempo medido no como valor de cambio, sino como placer, como muestran los formidables escritos de E.P. Thompson. ¿La nueva fase en curso implicará un retorno deseado al hogar como sede laboral?
Un reciente estudio español señala que el teletrabajo tiene miles de adeptos, quienes consideran que trabajar desde la casa tiene formidables ventajas, pues otorgan más libertad en el uso del tiempo, permite evadir los controles directos y la sensación de jerarquías que impera en los espacios cerrados. ¿O se trata de una ilusión?
Algunos estudios sugieren que al borrarse las distancia entre el tiempo de laborar y el tiempo familiar, pueden desatarse nuevas tensiones, esta vez dentro los límites del hogar. Otros sugieren que al estar fundado (el teletrabajo) en el autocontrol y la autovigilancia, emergen nuevas formas de (auto)explotación, donde la resistencia colectiva puede desaparecer y convertirse en iniciativas individuales. ¿Será necesario un nuevo Das Kapital para interpretarlo?
Gustavo Rodríguez Ostria, historiador