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Trump y sus asesores infalibles

“Tienes 15 personas y las 15, en un par de días, van a ser cerca de cero”. “Hemos contenido esto y la economía está aguantando bien”. “El nuevo coronavirus dista de ser tan grave como la influenza común”. “Vamos a tener 50.000 o 60.000 muertes, y eso es genial”. “Bueno, puede que tengamos más de 100.000 muertes, pero estamos haciendo un gran trabajo y deberíamos reabrir la economía”….

A veces se oye decir que Donald Trump y sus secuaces minimizaron los peligros de la COVID-19, y que este error de juicio ayuda a explicar por qué su respuesta política ha sido tan desastrosamente inadecuada. Pero esta afirmación, aunque cierta, pasa por alto aspectos cruciales de lo que está pasando. Porque Trump y compañía no cometieron un error en una sola ocasión. Minimizaron enormemente la pandemia y sus peligros en cada paso del camino, semana tras semana durante un periodo de meses. Y todavía lo están haciendo.

Ahora bien, todo el mundo hace malas predicciones; Dios sabe que yo lo he hecho, pero cuando uno sigue equivocándose y, especialmente, cuando se sigue equivocando en la misma dirección, se supone que se debe hacer una autocrítica y aprender de sus errores. ¿Por qué me equivoqué? ¿Cedí a un razonamiento motivado, creyendo en lo que quería que fuera cierto en lugar de seguir la lógica y la evidencia?

Sin embargo, a fin de hacer esa autocrítica, para empezar, hay que estar dispuesto a admitir que uno estaba en el error. Todos sabemos que Trump mismo es incapaz de admitir tal cosa. En un momento de crisis, Estados Unidos está siendo gobernado por un hombre llorón e infantil cuyo ego es demasiado frágil para permitirle admitir haber cometido algún tipo de error. Además se ha rodeado de gente que comparte su falta de carácter.

¿Pero de dónde vienen estas personas? Lo que me ha sorprendido, mientras los detalles de la debacle del coronavirus de Trump continúan emergiendo, es que no estaba recibiendo malos consejos de figuras oscuras y marginales cuya única pretensión de fama era su exitosa adulación. Al contrario, la gente que le decía lo que quería oír eran, en general, pilares de la clase dirigente conservadora con largas carreras previas a Trump.

El sábado anterior, The Washington Post informó que a finales de marzo Trump no estaba contento con los modelos epidemiológicos que indicaban un número de muertes de más de 100.000 personas; los cuales, por cierto, ahora parecen muy probables. Así que la Casa Blanca creó su propio equipo liderado por Kevin Hassett, a quien ese diario describe como “un expresidente del Consejo de Asesores Económicos de Trump sin antecedentes en enfermedades infecciosas”. Y ese equipo produjo un análisis que los asesores de Trump interpretaron que implicaba una menor tasa de letalidad.

The Washington Post no mencionó que, aparte de no tener ningún antecedente en epidemiología, Hassett tiene un, digamos, historial interesante como economista. Primero atrajo la atención general como coautor de un libro de 1999 en el que afirmaba que las acciones estaban muy infravaloradas y que el índice Dow debería ser de 36.000 (que hoy en día serían aproximadamente 55.000, ajustado por la inflación). De inmediato se hizo evidente que había importantes errores conceptuales en ese libro, pero Hassett nunca admitió el error.

A mediados de la década de 2000 Hassett negó que hubiera una burbuja inmobiliaria, sugiriendo que solo los liberales creían que la había. En 2010, Hassett fue parte de un grupo de economistas y críticos conservadores que advirtieron en una carta abierta que los esfuerzos de la Reserva Federal (FED) para rescatar la economía conducirían a la devaluación monetaria y a la inflación.

Cuatro años más tarde, Bloomberg News trató de contactar a los firmantes para preguntarles por qué esa inflación nunca se materializó. Ninguno estuvo dispuesto a admitir que se había equivocado. Por último, Hassett prometió que el recorte fiscal de 2017 de Trump generaría un gran impulso en la inversión empresarial. No lo hizo, pero insistió en que así fue.

Tal vez piensen que un economista paga alguna pena profesional por este tipo de historial, no únicamente por hacer malas predicciones, lo cual puede pasarle a cualquiera, sino además por equivocarse en cada coyuntura importante y negarse a admitir o aprender de los errores. Pero no, Hassett sigue siendo, como dije, un pilar de la clase dirigente conservadora moderna, y Trump lo llamó a cuestionar a los expertos en epidemiología, un campo en el que no tiene antecedentes.

Y Hassett no es ni siquiera singularmente malo. A diferencia de, digamos, Stephen Moore (a quien Trump trató de poner en la Junta de la Reserva Federal), Hassett tiene un historial de solo equivocarse en los números y hechos básicos, hasta donde yo sé.

La moraleja de esta historia, diría, es que los observadores que tratan de entender la letal respuesta de Estados Unidos al coronavirus SARS-CoV2, causante de la enfermedad bautizada como COVID-19, se centran demasiado en los defectos personales de Trump y no lo suficiente en el carácter del partido que lidera.

Sí, la inseguridad del Mandatario lo lleva a rechazar la pericia, a escuchar solo a la gente que le dice lo que lo hace sentir bien, y se niega a reconocer el error. Pero el desdén hacia los expertos, la preferencia de leales incompetentes, y la falta de aprendizaje de la experiencia son procedimientos operativos estándar para todo el Partido Republicano moderno. El narcisismo y el solipsismo de Trump son especialmente flagrantes, incluso extravagantes. Pero no es un caso aparte, sino más bien la culminación de la tendencia a largo plazo de la derecha de Estados Unidos hacia la degradación intelectual. Y esa degradación, más que el carácter del tuitero en jefe, es lo que está conduciendo a una gran cantidad de muertes innecesarias.

Paul Krugman, premio Nobel de Economía. © The New York Times Company, 2020.