Lección inesperada de la pandemia
Si nos lo proponemos, podemos pensar (y acaso crear) nuevas maneras de convivir, maneras auténticas de ‘hacer comunidad’
Estamos expuestos a una multiplicidad de fenómenos difíciles de leer, en un tiempo detenido, y sentimos la amenaza. Necesitamos lucidez antes de que el mundo se reordene y se reinstale, porque sería deseable al menos conseguir que lo haga con algún elemento más humano. La pandemia y el desplome económico suponen una problematización del modo en que se podrán desarrollar la mayoría de las actividades humanas en el futuro. ¿Cómo inventar una nueva normalidad? Este estado de despojamiento de herramientas es posiblemente un momento único como disparador de ideas, aunque al principio solo consigan expresarse en forma de balbuceos.
Uno de los aspectos inéditos del actual impase es la ausencia de otro. Hasta ahora estábamos acostumbrados a ver proyectos políticos que se construían frente a un “otro”. Ahora no; ya no hay posibilidad de guerras santas. Se puede ilustrar esta reflexión con un análisis que desarrolla David Quint (Epic and Empire). La épica, desde Virgilio, es un género abiertamente político, ligado a la historia de un grupo específico que pretende que la historia le dé la razón, por ser él (con su líder) quien representa la razón misma de la Historia (en singular… y con mayúscula).
Esto se vio en Bolivia en el discurso muchos regímenes. En ellos hacía falta: a) un líder indiscutido; b) un enemigo (la derecha, la izquierda) al que achacar los males pasados; c) la convicción de estar avanzando de acuerdo con un pretendido “sentido de la Historia”; y d) la seguridad de que el enemigo político no tiene razones dignas de tal nombre, y que no es más que un rejunte de fuerzas poco cohesionadas: se trata de bárbaros.
En el libro VIII de la Eneida, el asombrado Eneas observa las escenas grabadas en la superficie del escudo que forjó para él el dios Vulcano a pedido de la diosa Venus (madre del héroe). Es un escudo profético, en el que están representados los hitos más importantes de la futura ciudad de Roma. En el centro mismo del escudo (el lugar más relevante) se encuentra representada, en varias escenas, la batalla de Actium (año 31 a.C.). De un lado está Augusto, que va acompañado de los miembros del Senado y del pueblo, lo cual le confiere legitimidad; mientras que los perdedores buscaron alianzas con pueblos bárbaros, incapaces de una operación razonada. Intervienen los mismos dioses. Los de los bárbaros no pueden competir con los olímpicos, a pesar de su terrible aspecto. Después de la victoria, Augusto hace su entrada triunfal en la urbe, y es asociado con la divinidad solar. La alegría estalla por todas partes.
Si toda la épica posterior tomó como modelo a Virgilio se debe a que logró hacer un poema de calidad extraordinaria. Mientras que los creadores de relatos épicos de los siglos XX y XXI aprendieron solamente los resortes ideológico-políticos. No buscaron hacer una obra maestra, sino que les bastaba una “línea gráfica”: una estética de cómic (sin desmerecer el género) que en su esquema es deudora del poeta mantuano. Guillermo Francovich describe el modo de operar de los regímenes despóticos: “convierten la historia en instrumento de poder. No solo se apoderan del presente y del futuro, sino que tratan de hacerse dueños también del pasado. Lo tergiversan o lo deforman de modo sistemático, cuando no lo inventan cínicamente de acuerdo con sus conveniencias del momento”.
Frente a los escenarios polarizados que se quisieron instalar en Bolivia a finales de 2019, en los que se turnaron dos narrativas, lo que parece claro es que en esta nueva situación no existen (por ahora) los elementos que hemos visto como condición para la mentira épica. No hay líderes que nos quieran arrojar al combate contra el “otro”. Nadie es hoy el dueño de la Historia. El problema que se ha instalado nos afecta a todos. La ausencia de líderes mesiánicos y de “veredas contrarias” es una oportunidad para recordar que también era posible pensar sin ese ruido.
Tal vez este momento sea la mejor ocasión para algunos tipos de análisis. Si nos lo proponemos, podemos pensar (y acaso crear) nuevas maneras de convivir, maneras auténticas de “hacer comunidad”, frente a las lógicas que pretenden enfrentarnos. No puedo dejar de recordar que el papa Francisco, en su visita a Bolivia, veía la necesidad de pasar “de lo que es mejor para mí a lo que es mejor para todos, lo cual incluye todo aquello que da cohesión a un pueblo: metas comunes, valores compartidos, ideales que ayudan a levantar la mirada más allá de los horizontes particulares”. Todos hemos visto (y muchos, participado) en iniciativas solidarias en las que acaso podamos ver algunas claves.
Andrés Eichmann Oehrli, investigador y docente universitario, doctor en Filología Hispánica, miembro de Voces Católicas Bolivia.