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Wednesday 29 Mar 2023 | Actualizado a 08:49 AM

Más leña al fuego

Esta es una oportunidad para cambiar a un enfoque socialmente más equitativo y responsable con el medioambiente.

/ 13 de mayo de 2020 / 06:11

Aún no hemos ingresado a la época crítica de incendios y ya se han levantado las alarmas por el aumento de las quemas registradas en los primeros meses de este año. Con más de 15.000 focos de calor detectados a nivel nacional entre enero y abril de 2020, el 80% de estos en Santa Cruz, estamos muy por encima de la media de los últimos años, superando peligrosamente a 2019 en un 35% respecto al mismo periodo, según el monitoreo realizado por la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN). 

Pese a la emergencia sanitaria desatada por el COVID-19, que ha obligado a paralizar gran parte de las actividades productivas y económicas del país, las quemas en áreas de uso agropecuario representan el 94% del total registrado en el departamento de Santa Cruz a la fecha. Si bien los focos de calor en bosques son de menor proporción, se han vuelto a registrar incendios en áreas protegidas, que fueron severamente afectadas por el fuego en 2019, como el parque nacional Otuquis, el área natural de manejo integrado San Matías y Ñembi Guazu, poniendo en relieve la vulnerabilidad de estas áreas ante incendios que amenazan con volverse cada vez más frecuentes. 

Estamos ante un escenario complejo que nos plantea desafíos sin precedentes. Los incendios de 2019 nos mostraron una nueva dimensión del comportamiento del fuego, donde las quemas provocadas para la habilitación de tierras y las condiciones extremas atribuidas al cambio climático configuraron los ingredientes para el desastre, frente a lo cual todos los esfuerzos y medios de combate y extinción desplegados resultaron insuficientes. Hoy la pandemia se suma a este escenario y nos deja un sistema debilitado y con mayores limitaciones y retos para el manejo de emergencias, que implican adecuar los planes de respuesta con protocolos de seguridad sanitaria y bajo las condiciones más adversas.

Los desastres nos recuerdan la importancia de invertir más en la prevención y reducción de riesgos, pero esto no suele ser una prioridad en las agendas políticas. Las decisiones y propuestas actuales para responder a la crisis que atraviesa Bolivia y reactivar la economía y el aparato productivo, en un contexto de inseguridad alimentaria, amenazan con exacerbar aún más las presiones de desmontes y quemas para la expansión agrícola y los riesgos de incendios forestales. Lo que a su vez representa un peligro para la salud. Esta es una oportunidad para cambiar de enfoque y exigir políticas más efectivas, socialmente justas y responsables con el medioambiente. Y en esta materia, los esfuerzos conjuntos y coordinados entre los distintos niveles de gobierno y la sociedad civil se tornan fundamentales para encarar la gestión de riesgos y el manejo integral del fuego en el país.

Verónica Ibarnegaray Sanabria

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La paz de las cosas salvajes

/ 1 de marzo de 2023 / 01:19

Pasada la cuesta de enero y febrero resulta difícil mirar con optimismo el rumbo que está tomando este año. Se habla de una “policrisis” global, un nuevo término empleado para referirse a las múltiples crisis que se están dando a la vez y que entrelaza un conjunto de grandes problemas económicos, ambientales y geopolíticos que se empeoran unos a otros.

Los riesgos crecientes de la inflación y el costo de la vida, la confrontación geoeconómica y la polarización social, ocupan el centro de las preocupaciones en el corto plazo, según el último Informe de Riesgos Globales 2023, amenazando con quitar impulso y socavar los esfuerzos para hacer frente a problemas de más largo aliento, como la crisis climática y la pérdida de biodiversidad.

Meses atrás, el Informe Planeta Vivo 2022 alertaba sobre el descenso del 69% de las poblaciones de animales salvajes de todo el planeta desde 1970, con un declive más dramático en América Latina que abarca el 94% de las poblaciones monitoreadas, principalmente en peces, reptiles y anfibios. Se estima que un millón de especies de plantas y animales están en peligro de extinción en las próximas décadas, según la Evaluación Mundial de la IPBES 2019 y alrededor de 150 especies desaparecen todos los días. La escala y velocidad de la pérdida de naturaleza es tal, que los científicos advierten que estamos ante una sexta extinción masiva provocada por la acción humana.

Si bien las consecuencias de la pérdida de biodiversidad pueden parecer menos evidentes y apremiantes en el futuro inmediato frente a problemas de escasez de alimentos y energía agravados por la pandemia y la guerra, y desastres relacionados al clima extremo, lo cierto es que todas las especies están interconectadas y su desaparición o disminución afecta a las funciones ecológicas y beneficios que brindan, como la estabilidad climática, agua y suelos saludables para la producción de alimentos y otros procesos esenciales para sustentar la vida, el desarrollo y bienestar de las personas.

Las respuestas cortoplacistas a las crisis actuales pueden precipitarnos hacia puntos de inflexión ecológica catastróficos si no logramos conectar toda la compleja maraña de riesgos que están en juego hoy y en el futuro. Al igual que todo, las soluciones también deberían estar interconectadas y eso implica el desafío de lidiar con varios frentes a la vez con una visión sistémica y acciones colectivas audaces.

Las alianzas para la conservación son justamente el tema central escogido este año por las Naciones Unidas para conmemorar el Día Mundial de la Vida Silvestre este 3 de marzo. Una ocasión para celebrar la belleza y variedad de la flora y fauna salvajes y los múltiples beneficios que aportan a nuestras vidas, desde alimentos, medicinas, energía, bienestar espiritual e inspiración. Buscar refugio en la naturaleza puede ser un buen antídoto para alejarnos de las preocupaciones y ansiedades que nos habitan y recuperar el optimismo, prestar atención y sentir como dice el poema: “la paz de las cosas salvajes, que no ponen a prueba sus vidas con la anticipación del dolor.” Imaginar los paisajes del futuro con lucidez y esperanza ayudará a que las acciones que tomemos hoy nos lleven a enderezar el rumbo hacia un mundo más justo, sano y armonioso con la naturaleza.

Verónica Ibarnegaray Sanabria es directora de Proyecto de la FAN.

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Clima de fuego

/ 14 de septiembre de 2022 / 01:29

Dicen que hablar del tiempo es la mejor forma de perderlo. Eso que para muchos resulta un tema de conversación demasiado banal, tan presente en nuestra forma de socializar y conectarnos como comunidad, se ha vuelto un tema ineludible de preocupación global. La reciente oleada de eventos extremos que sacudió toda Europa durante el verano mantuvo el foco de atención pública en torno a los récords de calor, la sequía histórica y los megaincendios forestales, provocando que en los últimos meses no se hable de otra cosa que del tiempo y la crisis climática.

Mientras tanto, en nuestro hemisferio sur la llegada de la primavera se anuncia con escenarios potencialmente peores. De acuerdo con la Organización Meteorológica Mundial, la agudización de la sequía en la parte meridional de América del Sur lleva el sello de La Niña, un fenómeno climático que, aunque moderado, está presente de manera excepcional por tercer año consecutivo y persistirá al menos durante lo que queda de 2022. A su vez, los pronósticos del Senamhi para estos meses advierten escasez de lluvias y temperaturas por encima de lo normal en el sudeste de Bolivia, que abarca gran parte de la Chiquitanía y Pantanal. Un panorama alarmante que amenaza con agravar la sequía y los incendios que se han multiplicado dramáticamente en las últimas semanas atizados por los fuertes vientos, y que han llevado a 16 municipios cruceños a declararse en desastre, según informes de la Gobernación de Santa Cruz.

Lo cierto es que los fenómenos ligados al tiempo y clima extremo están detrás de la gran mayoría de los desastres, y su aumento sostenido en las últimas décadas se debe a la influencia del cambio climático y la acción humana. Estamos viviendo lo que muchos científicos llaman un clima de fuego, por el aumento de días más calurosos, secos y ventosos, que generan condiciones favorables para la propagación de incendios forestales incontrolables. De ahí la importancia vital de mejorar el acceso y alcance de la información meteorológica y climática, con pronósticos y alertas que permitan tomar medidas preventivas y anticipatorias para reducir el riesgo de desastres.

La alerta temprana es una buena práctica que han adoptado comunidades chiquitanas para prepararse ante el peligro de incendios, apoyándose en el uso de tecnología digital y la observación del tiempo. Días sin lluvia, humedad del ambiente, temperatura y velocidad del viento, son parte de las mediciones que toman a diario con instrumentos meteorológicos y teléfonos inteligentes para estimar el peligro de incendios y difundir la alerta. La participación comunitaria en el monitoreo de riesgos, la alerta temprana y la primera respuesta, articulada a los mecanismos de coordinación local con los distintos niveles, son la punta de lanza en los esfuerzos que se están desplegando para combatir los incendios.

Los desafíos actuales exigen estar en constante preparación y alerta para ser capaces de actuar en el momento justo, bajo condiciones cada vez más adversas que ponen a prueba toda capacidad de respuesta. Esperemos que los vientos y calor extremo puedan dar una tregua a las comunidades y combatientes que están en primera línea frente al fuego, y que esa ilusión de lluvia que nos regala hoy el pronóstico sea un buen augurio de la ansiada llegada de las primeras precipitaciones con el cambio de estación.

Sin duda, hay charlas mucho más banales que hablar del tiempo que hoy ocupan gran parte de la atención de los medios. Hablemos más del tiempo, de sus cambios y riesgos crecientes, que no son más que el resultado de nuestros modos de vida insostenibles, que pese a todo no cambiamos.

Verónica Ibarnegaray Sanabria es directora de Proyectos de la FAN.

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¿Volver a la naturaleza?

/ 16 de febrero de 2022 / 01:03

Cada nueva crisis nos obliga a mirarnos al espejo como sociedad y a tomar conciencia de nuestra relación con la naturaleza. Estamos ingresando al tercer año de pandemia y con todo, la gente parece estar cada vez más consciente de la gravedad de los riesgos que presentan la crisis climática y el colapso de la biodiversidad para el mundo. Según el Informe de Riesgos Globales 2022 publicado recientemente por el Foro Económico Mundial, el fracaso de la acción climática, el clima extremo y la pérdida de biodiversidad, son los tres riesgos más graves y potencialmente dañinos para las personas y el planeta en la próxima década.

No debería extrañarnos que entre todos los riesgos de diversa índole (económicos, tecnológicos, geopolíticos, sanitarios, etc.), los riesgos ambientales dominen las preocupaciones sobre las amenazas más críticas que enfrenta la humanidad, dado el aumento de la frecuencia de grandes incendios, récords climáticos, sequías e inundaciones en todo el mundo. Lo que resulta una llamada de atención importante para los líderes mundiales es que se perciba el fracaso de la acción climática como la mayor amenaza global, develando la falta de confianza en la voluntad política y en nuestra capacidad para frenar la crisis climática y ambiental desde sus causas estructurales, y esas causas están relacionadas con el modelo actual de producción y consumo y la degradación de nuestro medio natural.

Parafraseando a John Muir: Cuando tiramos de una cuerda de la naturaleza, encontramos que está conectada a todo lo demás. Los bosques son esenciales para la conservación de la biodiversidad, la regulación del clima y el ciclo del agua, y su destrucción pone en riesgo la base ambiental de nuestra propia supervivencia. La Amazonía se acerca peligrosamente al punto de no retorno que vienen advirtiendo los científicos desde hace años, con casi una cuarta parte de su territorio bajo un estado de perturbación avanzada por la deforestación y degradación, según alertó la RAISG en 2021. La pérdida de los bosques de la Amazonía tendrá impactos irreversibles en procesos vitales como la generación de lluvias, con consecuencias desastrosas en la intensificación de sequías, escasez de agua y riesgos de incendios en regiones altamente expuestas y vulnerables como la Chiquitanía y el Bosque Seco Chiquitano. Así como la deforestación y la expansión agrícola en los Bañados de Isoso, un humedal y sitio RAMSAR de importancia internacional, amenazan con acelerar la pérdida de biodiversidad y la crisis del agua en el Chaco, además de la conectividad hidrológica con otro sitio RAMSAR ya degradado, que es Laguna Concepción, comprometiendo la seguridad hídrica y alimentaria de poblaciones indígenas vulnerables.

Lo sucedido con el puente construido sin estudios de impacto ni licencia ambiental y los consecuentes desmontes en el río Parapetí y los bañados de Isoso, es un reflejo de lo que viene ocurriendo a mayor o menor escala con nuestras áreas naturales en todo el país. Las repercusiones que ha generado esta noticia reflejan también el descontento general y esa toma de conciencia ambiental de la sociedad, que exige a las autoridades de todos los niveles que actúen consecuentemente con las leyes y políticas vigentes y discursos en favor de la Madre Tierra.

Dicen que de todas las crisis se aprende, y aunque hoy somos más conscientes de que la salud de las personas está estrechamente relacionada con la salud del planeta y la biodiversidad, aún no parece haber un verdadero reconocimiento del sentido de urgencia de actuar sobre los riesgos ambientales para prevenir futuras crisis. No se trata de oponerse a las necesidades de desarrollo, ni de volver a la naturaleza, como si fuésemos algo opuesto o exterior a ella. Hablamos, en todo caso, de reconstruir nuestra relación con la naturaleza, ponerla al centro de las decisiones en las agendas de desarrollo y del futuro al que aspiramos.

Verónica Ibarnegaray es Directora de Proyectos Fundación Amigos de la Naturaleza.

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Fuego: mito y realidad

/ 23 de junio de 2021 / 01:37

Existen tantos mitos en torno al fuego como incendios ocurriendo en este instante a lo largo y ancho del planeta. El dominio del fuego es a menudo representado como un acto de rebeldía, algo robado a los dioses para mejorar la vida de las comunidades; significa el paso crucial de lo crudo a lo cocido, la conquista del conocimiento que conduce al desarrollo de la ciencia, la industria y la agricultura. Ha sido un símbolo de superioridad humana, cuyo poder radica no solo en saber encender el fuego, sino en mantenerlo bajo control.

El fuego envuelve también una gran ambivalencia: purifica y destruye, representa a la vez el bien y el mal, es cambio y renovación. Esta dualidad está inmersa en su relación con la naturaleza y constituye un problema complejo, pues dependiendo de las circunstancias, el fuego puede ser parte de un proceso ecológico esencial o una amenaza para la biodiversidad y las comunidades. Y lo cierto es que los riesgos y amenazas de los incendios están aumentando en todo el mundo de forma alarmante.

Este año, una vez más las imágenes del Pantanal en llamas marcaron el inicio de la temporada de incendios en nuestro país. Ardieron casi 13.000 hectáreas de pastizales naturales en el parque nacional Otuquis los últimos días de mayo, según el monitoreo de la Fundación Amigos de la Naturaleza. Este incendio suscitó un notable despliegue de operativos para controlar el fuego desde distintas instancias de gobierno y grupos voluntarios, ante una fuerte presión mediática que se mantiene alerta luego de los desastres de los últimos años.

El caso es que los incendios en el Pantanal son tan frecuentes que cerca de la mitad de su extensión se ha quemado al menos una vez en los últimos 20 años, y son parte de una dinámica natural que se ha visto alterada por las actividades humanas y el cambio climático. Enfrentamos una nueva y compleja realidad que nos obliga a cambiar la forma en que entendemos y manejamos los incendios, pues está claro que el enfoque tradicional basado en la supresión y exclusión del fuego no ha resuelto el problema de los grandes incendios ni aquí ni en los países más desarrollados.

El conocimiento sobre el rol del fuego en los ecosistemas nos ha permitido mejorar las estrategias de gestión del paisaje basadas en la prevención y reducción del riesgo. Hoy, una práctica común y ampliamente utilizada en reservas y áreas naturales es la quema prescrita, que consiste en aplicar el fuego bajo condiciones específicas y controladas, con el propósito de reducir la vegetación o combustible forestal que podría arder en condiciones más extremas, como las que se presentan durante la época seca.

Resulta pues un tema controvertido hablar de utilizar el fuego como herramienta de conservación y prevención. ¿Se puede ser conservacionista y quemar el monte? Un viejo debate que sigue siendo tabú en nuestro medio, que rechaza el fuego rotundamente por el impacto ambiental y mediático de los incendios. Abordar la gestión de los incendios forestales con una visión integral implica necesariamente ampliar perspectivas, ver las dos caras del fuego y desmontar algunos mitos.

Verónica Ibarnegaray es directora de Proyectos de la FAN.

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Desastres humanos

/ 14 de octubre de 2020 / 02:56

Mientras el mundo conmemoró el Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres, Bolivia lo hizo en un contexto de desastre nacional a causa de los incendios forestales y la sequía que azotan a varias regiones del país. A la fecha, suman más de 2,8 millones de hectáreas afectadas por el fuego en siete departamentos. Santa Cruz fue el primer departamento en declararse en desastre, con 15 municipios en emergencia y más de un millón de hectáreas quemadas de bosques (33%), matorrales, pastizales y tierras agrícolas (67%), según datos reportados por la Fundación Amigos de la Naturaleza. Este año, además de los enormes daños a la biodiversidad y el medioambiente, los incendios han afectado a más de 40 comunidades, ocasionando pérdidas de cultivos y la evacuación de familias, situación que empeora sus condiciones de vulnerabilidad al poner en riesgo su seguridad alimentaria, acceso al agua y salud, aumentando su exposición al COVID 19.

Hace años que nos vienen advirtiendo del efecto cascada que presentan los riesgos, con amenazas cada vez más complejas e interconectadas. Existe evidencia contundente sobre las correlaciones entre deforestación, cambio climático, sequía e incendios forestales. No es casual que este septiembre haya sido el más caluroso registrado a nivel global, y el mes con mayor extensión afectada por los incendios en el país.

Este panorama nos obliga a una comprensión del riesgo mucho más amplia y sistémica, donde asumamos que nuestras decisiones y acciones determinan la ocurrencia de los desastres. Empecemos entonces por dejar de llamarlos desastres naturales, un término muy usado aún en nuestro medio para referirse a estos eventos. Las personas tenemos una influencia directa e indirecta sobre el origen y los impactos de los desastres, y podemos evitarlos o prevenirlos en muchos casos con una buena preparación y planificación.

Es por eso, que el tema central que promovieron las Naciones Unidas el 13 de octubre se enfocó en la buena gobernanza para la reducción del riesgo de desastres, con instituciones competentes que planifiquen y actúen en función de evidencia científica a favor del bien común y una visión a largo plazo. Atravesamos un momento crítico para la gobernanza en el país, que ha sido puesta a prueba y se ha visto rebasada por crisis de toda índole. Necesitamos contar con instituciones y políticas efectivas que garanticen la asignación de recursos apropiados e integren a los distintos niveles de gobierno, sectores y esfuerzos colectivos, con estrategias multisectoriales en torno al uso de la tierra, bosques, agricultura, agua, gestión de riesgos y adaptación al cambio climático.

En unos días nos toca asumir nuestra responsabilidad en la gestión de los riesgos de desastres a través del voto. Es hora de imaginar el legado que queremos dejar a las próximas generaciones y escoger el camino hacia un mundo más seguro y resiliente.

Verónica Ibarnegaray es directora de Proyectos de la Fundación Amigos de la Naturaleza.

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