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Deconstruir la vida urbana

La crisis que vivimos con la pandemia del coronavirus SARS-CoV2 se ha convertido en uno de los signos más claros de la deconstrucción del vivir del habitante en el espacio urbano. Si bien la cultura urbana siempre fue polémica, en este corto tiempo nos presenta realidades contradictorias en las ciudades vivas, especialmente por la soledad que transmiten. Y eso significa que el espacio urbano real, nacido con la cualidad de una heterogeneidad incalculable de acciones de los actores, hoy está perdiendo su magia.

En los últimos meses el silencio y la desolación son hasta lamentables, ya que devalúan el valor de la vida urbana, porque denotan nuevas características, desmereciendo con ello el sentido propio del espacio público. La cuarentena obliga al encierro de la población por un virus extendido no solo en los hogares sino también en las falacias ocultas del discurso de las grandes potencias, cuyo trasfondo pareciera señalar un futuro dudoso, cargado de grandes cambios y transformaciones.

Sin embargo, se debe recordar que toda herencia del pasado no desaparecerá fácilmente, ya que es imposible destruir y omitir aquellos espacios públicos llenos de vida comunitaria. Los cuales en el siglo XX fueron el fundamento para cualificar la vida urbana en momentos en que el ciudadano fue considerado el “sujeto imposible de la modernidad” gracias a su gran emancipación. Concepción que impulsó a Baudelaire a señalar que “el espacio público era como levantar el hogar en el corazón de la multitud”.

Así, deconstruir la vida urbana significa encontrar hoy nuevas cualidades y necesidades ciudadanas, pues la pandemia ha llevado a que las sociedades vivan grandes tempestades, como crisis económicas, falta de empleo y la pérdida de cientos de miles de vidas, las cuales eran parte de una generación que construyó los cimientos para la transformación de la existencia urbana en el planeta.

Este nuevo tiempo para la humanidad y de consolidación del habitante informático es una realidad que invita a la evolución del espacio público, lugar donde se manifiesta la ciudadanía. De ahí que aquellos espacios del ayer requerirán que su concepto sea reconstruido para ofrecer una renovada propuesta. Una realidad respaldada en el signo claro de los nuevos tiempos, que nos preocupa y nos lleva a preguntar ¿será que el “espacio para todos” desaparecerá por el encubierto anhelo de usar todo el territorio para la construcción de grandes chimeneas? Vale decir, ¿se seguirá destruyendo al planeta?

Esperemos que las ofertas apasionadas sobre el nuevo habitante del orbe no vayan en contra de las cualidades del buen vivir ciudadano, aunque por el momento han quedado en espera. Sobre este punto, la propuesta de Jaques Derrida parece oportuna, cuando afirma que la estrategia de la deconstrucción se basa en un análisis de las estructuras que componen un discurso; por tanto, en “el desmontaje” de los espacios públicos de las ciudades, aun de los más inteligibles.

Esto porque hoy en día pareciera absolutamente incierto saber hacia dónde se dirigirá el futuro del espacio urbano y qué se espera de las ciudades, las cuales, gracias a una enfermedad que no da visos de desaparecer, cambiarán el sistema de vida del habitante.

Por todo ello, es indiscutible recordar que el ser humano nació para ser libre. Desde la aparición del virus, el trabajo obligado en casa, acompañado de todo tipo de mecanización, información y comunicación (elementos útiles para la vida informática), pareciera indicar el principio de la transformación de la vida urbana.

El nuevo vivir del ciudadano en el mundo informático nos lleva a preguntarnos ¿será que esta nueva realidad logrará crear el aislamiento del habitante y, consiguientemente, la desaparición de la cotidianidad urbana? ¿Será el fin del espacio más democrático y privilegiado, como es el espacio público?

Patricia Vargas, arquitecta.