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Brecha digital

En 1980, Paul Virilio escribió que Howard Hughes fue, en realidad, un “monje electrónico” y un profeta avanzado que se anticipó a la manera en que viviríamos en el futuro: encerrados y estremecidos frente a las pantallas. En la famosa película sobre el excéntrico millonario (Ciudadano Kane) vemos su final confinado en hoteles de lujo, obsesionado con virus y bacterias, tragando compulsivamente antidepresivos y ansiolíticos, y desinfectando todo como un poseso. Era un vagabundo de palidez mortuoria con el pelo enrevesado y las uñas como garfios.

El actual confinamiento global y urbano tiene a varios muy descuidados, otros son más cuidadosos. Muchos deben salir por el “día a día” (término que describe mejor nuestras clases sociales, incluso mejor que el libro más citado y menos leído de la historia: El Capital); pero nos tiene a todos frente a pantallas de celulares, computadoras o tabletas.

La cuarentena adelantó el tiempo milenarista que varios vaticinaban: la sociedad virtual. De pronto, en las ciudades estamos pegados a pantallas en el teletrabajo, en la teleclase, en el teleyoga, en la teleconsulta médica, en la teleconspiración política, o comprando por internet. Hoy en día los juntes, para farrear o convocar a bloqueos, son vía Zoom. Diría que “casi todos somos Howard”; con la excepción, alabada por cierto, de los ciudadanos del área rural.

La llamada “nueva normalidad” cambiará muchas costumbres, aunque quieran negarlo algunos personajes, ya sea por falta de perspicacia o por simple vejez. Y en estos tiempos obligados de consumo tecnológico, tenemos que superar la enorme brecha digital que existe en Bolivia por partida doble. Por una parte, tenemos uno de los servicios de internet más caro y lento del mundo, solo equiparable al de los países de retraso endémico. Y por otra, los bolivianos, digitalmente hablando, no somos iguales. Las diferencias son enormes. Unos gozan del acceso a las nuevas tecnologías del hardware (routers, celulares, tabletas, laptops, pizarras electrónicas etc.) y del software (programas, aplicaciones, redes sociales, plataformas de enseñanza, etc.); y otros carecen de ella por motivos de desigualdad social, económica o de distancia geográfica.

Si deseamos impulsar grandes transformaciones en la educación boliviana, resulta imperativo superar esa doble brecha digital con inversiones inteligentes (léase sin gastos faraónicos, ni mal asesorados, ni bien aceiteados). De no mediar una política de Estado agresiva al respecto, el  analfabetismo digital, que ya sufren muchos compatriotas en este siglo, significará su implacable postergación y retraso en la etapa más darwiniana y perversa de la historia de la discriminación: el post-humanismo.

Carlos Villagómez, arquitecto.