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Un ciudadano – un voto

El fin de la historia que Fukuyama anunció al mundo en los inicios de los años 90 desordenó a gran parte de la intelectualidad, pues asociaron esta tesis a la simple comprensión de percibir una detención cronológica de los tiempos. La historia concluía, en el pensamiento del politólogo estadounidense, por la victoria absoluta del demo liberalismo capitalista. Sin embargo, la marcha de la democracia es la antítesis de una temporalidad que se detiene, aun cuando en aquellos años se presenciaba la expansión de políticas neoliberales en buena parte del mundo. Pocos fueron los que escucharon, allá muy lejos, el murmullo popular que lastraba la cara negra del paso neoliberal; pocos fueron los que escucharon también que nuevas formas de participación y gobiernos populares se venían ideando desesperadamente ante el exterminio de lo social.

El transcurrir de la democracia oscila y avanza entre intentos regresivos y de evolución hacia nuevos modelos de gobierno. Bolivia fue por años republicana y representativa. Hoy, con la Constitución de 2009, la democracia es intercultural, se apoya en la complementariedad de la democracia directa y participativa, la democracia representativa, y la democracia comunitaria en el Estado Plurinacional. Una forma de gobierno sobre los fundamentos esenciales de igualdad, libertad e inclusión, que consagra la CPE (Art. 8 inc. II).

Igualdad y libertad, como categorías sustanciales de las ciencias sociales, integran la matriz que inicia el proceso de reconocimiento y expansión de los derechos ciudadanos y su ejercicio en la acción democrática electoral. Norberto Bobbio pensaba que la “democracia es el conjunto de reglas de un juego que permite tomar las decisiones colectivas, bajo el supuesto de igualdad”. Decidir es una acción que en política exige ineludiblemente estar en libertad. La igualdad es para la democracia su fundamento filosófico; la libertad es su principio.

Hoy, en medio de una desenfrenada y a instantes colérica arremetida contra el proceso electoral señalado por ley, se aglomeran múltiples e incomparables manifestaciones que contrapuntean razones para detener la institucionalización del país. Un libreto señala el recorrido a seguir, pide instalar una demanda de impacto sensible: “un ciudadano-un voto”, como si esto no estuviera presente. Este principio, que tiene una proximidad absoluta con lo electoral/representativo, muestra el preámbulo seminal de la igualdad entre ciudadanos para elegir representantes o representar.

Un ciudadano-un voto es el corolario del sufragio universal que marca el destierro ignominioso del voto censitario, exclusivo, donde se condensan dos tiempos históricos y complementarios: julio de 1952 con enero de 2009. El sufragio igualitario es la forma palpable de la universalidad del derecho al voto, donde cada ciudadano equivale a una acción electiva que ejerce en secrecía y libertad para señalar de forma pura y directa al titular del Órgano Ejecutivo.

Distinta es la elección de los representantes. Modernamente, la representación política es una institución que se asocia con el gobierno y los varios pueblos extendidos por todo su territorio, asegurando y valorizando minorías étnicas que conservan dentro suyo la ancestralidad del país.  Expresa, en ese sentido, la diversidad de un conjunto poblacional que se reúne, con autonomía absoluta, en una Asamblea/Parlamento para operar en favor del Estado.

Si bien la representatividad es en perspectiva teórica algo compleja, se puede decir que nos juzgamos representados por quien corresponde a nuestro mismo molde de extracción, sea social, cultural, étnico o político. Alguien que deja en nosotros la impresión de que nos personifica. Ante ello, se debe responder si la representación electiva y las elecciones aseguran la composición heterogénea de todos los habitantes del Estado. Aun así, se puede afirmar que la representatividad encuentra, invariablemente, en el proceso electoral las formas de expresarse desde su diversidad ideológica e identitaria.

En un Estado pluricultural, sobremunicipalizado y de irregular densidad poblacional, la igualdad del sufragio debe comprenderse en la diversidad que condujo a la refundación de Bolivia, necesariamente alejada de la visión aritmética que entiende al país en una singular circunstancia a la que se busca otorgar valor reconstituyente. Maurice Duverger advirtió que “la influencia de los sistemas electorales en la vida política es evidente; no obstante, no se puede decir que tal sistema electoral determina tal forma de vida política, sino que, simplemente, la estimula”.

En mayo de 2020 la representatividad de los bolivianos está concluida, ha expirado. Al que fuera el partido mayoritario, como consecuencia de una crisis aguda, se le discute su hegemonía, su visión de democracia y sus prácticas políticas. Al que gobierna, partido o grupo, que determina y transita respaldado en una legitimidad solo discursiva (representantes del modelo de Estado policial y de una lógica de decisiones no articuladas con la sociedad), se le debate su extraña vocación democrática. Ellos tienen la obligatoriedad de exponerse a consideración popular para resignificar su actual dimensión política y social en Bolivia. El país pide y demanda considerar estas representaciones hoy nominales.

Jorge Richter, politólogo.