Poscuarentena de hecho
Hemos llegado a la poscuarentena justo en la fase más crítica del temible contagio comunitario
Desde el 11 de mayo, Bolivia pasó de la “cuarentena total” a la llamada “cuarentena dinámica”, que no es otra cosa que flexibilizar el confinamiento en municipios que no sean de alto riesgo ante la pandemia COVID-19 provocada por el nuevo coronavirus. A estas alturas basta salir a la calle de las ciudades para observar que la cuarentena es insostenible. Hemos ingresado de hecho, pues, a la fase de poscuarentena.
Tras nueve semanas de cuarentena, nada menos, decretada por el Gobierno provisorio, el balance es gris. Es evidente que el confinamiento obligatorio fue valioso para limitar la velocidad de los contagios y “ganar tiempo” a fin de aplanar la curva, pero llegamos a la poscuarentena justo en la fase más crítica del temible contagio comunitario. En los últimos días el país tuvo los peores números en casos registrados y decesos. Y queda la sensación de que en lugar de ganar tiempo, se lo ha dilapidado.
La inevitable “desescalada” que se va produciendo en varios países, con carácter experimental, implica algunas condiciones mínimas: pruebas masivas, rastreo eficaz de casos, aislamiento rápido de contactos. Es la única forma de evitar el recurso indefinido al confinamiento. Pero en Bolivia se ha hecho muy poco de eso. Somos uno de los países de la región que menos pruebas realiza en casos sospechosos (ni hablar de los asintomáticos). Y el rastreo y aislamiento rápidos parecen una fantasía. Estamos a ciegas.
Se suponía también que el tiempo ganado con la cuarentena, que la ciudadanía acató en amplia mayoría pese a sus elevados costos, serviría para mejorar las condiciones del sistema de salud: adecuar hospitales ante la pandemia, reforzar el personal médico y de apoyo, dotarle de equipamiento de bioseguridad, elaborar y coordinar protocolos, alinear al sistema privado, comprar equipos críticos como respiradores para las unidades de terapia intensiva, en fin, ocuparse en serio de la emergencia sanitaria.
El escándalo con los 170 respiradores, que alguien en las redes calificó como “corrupción monumental”, demuestra de forma grotesca que el tiempo de gracia otorgado por la cuarentena fue dilapidado por el Gobierno provisorio, tanto como los recursos. Los respiradores con sobreprecio son una estafa, el sistema de salud sigue siendo precario, el personal médico no cuenta con equipamiento suficiente.
Es un barco a la deriva, sin timón. O con timón más ocupado en hacer campaña y usar la fuerza pública. ¿Cómo será la poscuarentena de hecho? No lo sabemos de cierto. Lo inevitable es que la gente saldrá a las calles a enfrentar la “nueva normalidad” en un contexto incierto, librada a su suerte y con muy escasa información oficial. El peor escenario hoy es Beni, que está en fase de colapso sanitario. Las previsiones son alarmantes. Y la tensión social va en aumento. Resulta evidente que Bolivia necesita sin más demora un gobierno con legitimidad y fortaleza para enfrentar la crisis, que será larga y dura.