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Hambrientos de pan y democracia

En el periodo prehispánico, los sonidos producidos por los pututus precedían rituales de sanación o retumbos de rebelión. Hoy, en medio de la pandemia, esos sonidos ancestrales, al tono de los cacerolazos y petardos en las urbes, nuevamente se oyen por doquier en el norte de Potosí, como protesta por el hambre en el decurso de la emergencia sanitaria, y también para exigir “elecciones ya”.

Este gran “pututazo” de los ayllus del norte de Potosí es señal del malestar de los hambrientos por pan y democracia. Al igual que la propagación del COVID-19, la indignación popular se extiende a los barrios populares y las comunidades rurales. Este contagio popular propagado en los territorios del hambre y la pobreza son gritos de protesta por la mala gestión sanitaria y económica del Gobierno transitorio, que condena a los pobres a un hambre punzante.

Esta indignación popular se encarnó en el conflicto desatado en el botadero de Kara Kara, al sur de la ciudad de Cochabamba, en demanda de una canasta de alimentos familiar y elecciones nacionales. Este conflicto fue instrumentalizado por el Gobierno para estigmatizar a los vecinos de Kara Kara, reproduciendo imaginarios raciales patentizados en discursos de las autoridades y columnas de opinión que criminalizan/estigmatizan racialmente a los movilizados de Kara Kara.

Esta lógica binaria civilizado/salvaje fue acompañada por otro clivaje: higiénico/contagioso, proporcionando a este conflicto su propio matiz. Los imaginarios raciales tildaron otra vez a los movilizados como los culpables de que la ciudad esté apestada por basurales y, en el curso de la presencia del COVID-19, se asociaba a la basura acumulada como un foco de infección para la salud de la “gente de bien” de Cochabamba. De esta manera, el gobierno de Áñez quizás buscaba un chivo expiatorio para arremeter con una estrategia discursiva/simbólica para inflar un ambiente de tensión, y así tener una cortina de humo que distraiga a la opinión pública de los casos de corrupción que permean la actual gestión gubernamental.

Esta personificación del chivo expiatorio (masista, salvaje y violento) anida en el imaginario de la clase media urbana. En el conflicto de Kara Kara, el Gobierno intentó reactivar aquellos imaginarios raciales que fueron vitales para las movilizaciones urbanas de octubre y noviembre pasados. En rigor, la construcción de ese fantasma masista que iba a invadir la ciudad sirvió para generar una psicosis colectiva, y hoy intentaron resucitar a ese fantasma devenido en un espectro apestado.

El Gobierno necesitaba de esta estrategia discursiva para recuperar a su base social: la clase media, hoy desconsolada por el proceder corrupto gubernamental. Aunque su subjetividad racista (sus prejuicios hacia los indígenas/campesinos) sigue latente. Sin embargo, los movilizados de Kara Kara se dieron cuenta de que estaban ingresando en una trampa gubernamental, y negociaron rápidamente para desactivar el conflicto, vaciando de pretextos al gobierno de Áñez, hoy a la deriva.

Mientras tanto, el hambre sigue acechando a los más pobres. Para los hambrientos de pan y democracia, el establecimiento de un gobierno legitimado por vía del voto es vital para generar consensos con el propósito de enfrentar a la pandemia y al hambre. Quizás por estas razones los sonidos de los pututus siguen haciendo eco por dondequiera.

Yuri F. Tórrez, sociólogo.