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¿Qué delató el ‘testigo clave’?

Se presentó como el “testigo clave”, aunque en realidad era uno de los autores clave de la compra, con sobreprecio, de 170 respiradores españoles. Sin embargo, sí pudo testificar sobre otra cosa: la forma de realización de un acto, de cualquier acto, de corrupción; y el proceso psicológico implícito en este. El sujeto contó lo siguiente: a) la empresa española que él y su socio contactaron les había dicho que era la única firma autorizada para vender estos respiradores en Bolivia, algo que ellos creyeron sin verificar; b) la misma empresa les había asegurado que el costo de cada uno de los respiradores era de $us 20.000 (aunque, en realidad era, como se sabe, de $us 7.000), y tampoco se les ocurrió verificarlo.

Uno debe preguntarse si estos “hombres de negocios” no eran quizá unos idiotas. Y no lo digo porque hayan asegurado no saber nada (ya que seguramente estaban mintiendo), sino por suponer que nadie más se daría cuenta de su trapacería. Por ejemplo, de algo tan elemental como el verdadero precio de los respiradores, el cual ¡estaba en línea!

Si los tipos no eran tontos, nuestra pregunta debe variar. Lo que en realidad queremos averiguar es ¿bajo qué condiciones psicológicas estos individuos, duchos en toda clase de torerías, pudieron haber creído que saldrían bien librados de un acto tan idiota? La declaración de este “testigo” nos da una “clave” de estos mecanismos psicológicos. El sujeto confesó que los tres “empresarios” que se habían juntado para vender estos aparatos al Estado boliviano pensaron que, dado que podían “disponer de sus utilidades de la forma en la que quisieran”, entonces pondrían “un precio final de $us 26.000” por respirador. Seis mil dólares más, sobre un costo que ya era el triple del original. Miel sobre hojuelas.

Ahora bien, ¿qué significaban esos 6.000 verdes? Veamos. Puesto que intervenían tres individuos, esta “comisión” alcanzaba para repartirse a $us 2.000 por cabeza y por respirador. En total, $us 340.000 para cada uno de los conjurados. Una bonita suma. Aquí reside la explicación de la aparente imbecilidad. En realidad, era lujuria. Excitados por la cifra que ya imaginaban depositada en sus cuentas bancarias, estos hombres no atinaron a razonar.

Lo mismo seguramente les pasó a sus clientes y cómplices del Ministerio de Salud, quienes actuaron con igual necedad. La atracción del placer apagó en sus mentes el interruptor de la prudencia, que en la antigüedad era el otro nombre de la inteligencia. Lo sabía Aristóteles hace más de 2.300 años: controlar el deseo del placer, por medio de la razón, para actuar con virtud, conduce al bien. “Virtud” es “excelencia”; la virtud moral, la excelencia en el arte de ser humano.

Aristóteles creía que el virtuoso moral, igual que el virtuoso de la música o de cualquier otro oficio o deporte, se formaba por medio del entrenamiento. Ser virtuoso no es fácil: exige aprendizaje, disciplina y espíritu de sacrificio. Si se toma en cuenta los antecedentes de todos los involucrados en el caso de los respiradores, todos ellos metidos antes en chanchullos diversos, resulta evidente que ninguno había ejercitado demasiado el arte ético (o, dicho en términos de Fernando Savater, el “buen gusto moral”).

Con lo que salta otra pregunta, mucho más dolorosa. ¿Por qué habrá tantos como éstos en el Estado o cerca de él? O peor aún, ¿por qué tantos en nuestra sociedad? En una sociedad donde, debemos concederlo, más vale ser un “tipo bien” que “de bien”. Y donde, más que virtud, vale tener $us 340.000.

Algunos han anotado que un par de involucrados en el caso eran personajes del anterior régimen. Sí, pero querían serlo del actual. Y también habrían podido ser parte de cualquier otro, si se los hubiera dejado. Habrían cabido muy bien en varios gobiernos del siglo pasado y en otros del siglo anterior a éste. Pues roban jailones, roban cholos y roban indios, y viceversa. Y no hay derechistas o izquierdistas que roben, solo corruptos que pasan por derechistas o izquierdistas para robar.

¿Cuándo cambiará esto?, ¿cuándo superaremos la catástrofe moral de nuestra sociedad? Para poder responder esta pregunta, debemos responder primero estas otras de índole aristotélica: ¿quién nos entrena hoy en una vida virtuosa, exigiéndonos alejarnos de los logros puramente materiales? ¿Lo hacen nuestras familias? ¿Nuestras escuelas y universidades? ¿Nuestros gremios profesionales y nuestros sindicatos? ¿Nuestros partidos políticos?

Fernando Molina, periodista