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Tiempos distintos

Nos encontramos en una etapa de la vida urbana que jamás imaginamos, como consecuencia de la aparición de un invitado no deseado (el coronavirus SARS-CoV2), que ha invadido Bolivia y al resto del planeta. Y a raíz de esta pandemia, la vitalidad con la que contaba la ciudad de La Paz ha decaído significativamente, al menos de manera temporal.

Hace 100 años, el filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein ponderó el concepto superior del tiempo sobre el espacio, y la nueva realidad que produjo la llegada del ferrocarril a las ciudades le produjo inquietud, pues se convirtió en el mater de la cotidianidad. Esto lo impulsó a asegurar que esta transformación iba a eliminar la vida urbana, y lo único que les quedaba a las urbes era el tiempo. Se trata de una realidad similar a la que vivimos, ya que la pandemia ha hecho desaparecer el valor del espacio público, o por lo menos ha menguado su riqueza.

A pesar de esta situación, no faltan momentos en los que La Paz saca a relucir su cualidad de ciudad efervescente y vital, lo cual no deja de sorprender, sobre todo por el tipo de población que vive en la ciudad sede de gobierno; pues esta pareciera reafirmar su sentido de comercio innato, entre otros. Este motor de la vida urbana lleva al observador a captar el valor del ciudadano, quien, acorde al momento que se vive, aprovecha para emprender algún negocio, por ejemplo, la venta de exóticos barbijos y otros elementos de seguridad requeridos por la gente en esta época de cuarentena.

Así, en ciertos barrios, el ir y venir de la gente, los puestos de venta callejeros y el bullicio a veces desesperante no se han perdido por completo, pero se han atenuado hasta el punto en que a una hora determinada la ciudad se convierte en un fantasma urbano. Un hecho que no deja de lastimar, pues esto sucede por el riesgo que supone el COVID-19 para la población. Lo singular de este momento es que la población camina por la ciudad casi como autómata, con una vestimenta (barbijos, enterizos y lentes especiales) que la hace irreconocible, y un ajetreo que indica que su tránsito por las vías es solo por necesidad.

Se trata de una realidad que impacta, pues denota que se ha convertido en el inicio de un nuevo tiempo de la vida urbana en movimiento. Una especie de confluencia de seres que anónimamente caminan por las calles, inmersos en una realidad que relata el valor del tiempo acelerado en las ciudades. De esta manera, la ciudad inicia una relación contractual con el espacio practicado. Pero lo más interesante es que la vida en movimiento dota de un privilegio a la senda acelerada en el tiempo. Una presencia dominante en el quehacer de la ciudad que consagra al recorrido en el espacio urbano.

Pero hay más. Esta experiencia revela que si bien la ambivalencia de realidades se ha agudizado en los últimos días, los nostálgicos espacios urbanos son por momentos recuperados no para una cohesión social, sino para dejar nuevos signos y marcas históricas, que lograrán enriquecer a la ciudad de La Paz dentro de un nuevo tiempo.

Kant decía: “El fenómeno fundamental es el de la ciudad; ésta se nos ofrece cada vez más compleja y rica, múltiple en experiencias que producen sus habitantes”.  Con ello, demostró que gracias a la diversidad de hechos fortuitos se logra conformar no solo una urbe, sino una pluralidad de ciudades… hasta las más libres.

Patricia Vargas, arquitecta