Cada año se conmemora el Día de la Madre como una fecha en la que se exalta la abnegación, el sacrificio o la renuncia de las mujeres que son madres a sus deseos e intereses propios para dedicarse por completo a sus familias. El Himno a la Madre, que se canta en las horas cívicas de las escuelas, lo expresa muy bien: “Abnegada soporta las cruces, que por buena le carga el dolor; es la ostia su frente de luces y su pecho es el cáliz de amor”. Y es que no es para menos. Ellas se ocupan de organizar el hogar, administran los ingresos del mes, se encargan de la comida, de la vestimenta, de la salud y el bienestar de sus familias. Muchas veces son padres y madres, jefas de hogar, que duplican o triplican su jornada laboral en casa y fuera de casa. Son cuidadoras de los enfermos, de las y los adultos mayores y de los hijos e hijas con discapacidad. Por donde miremos, la abnegación está presente, soberana en la vida de las mujeres.

Esta naturalización del sacrificio como algo ineludible en el ejercicio de la maternidad, que cada 27 de mayo se expresa como muestra de amor y reconocimiento, en realidad ha socavado el ejercicio de derechos de las mujeres, especialmente de sus derechos sexuales y reproductivos. Cuando una mujer decide usar métodos anticonceptivos para no tener más hijos, su decisión es cuestionada porque socialmente se concibe la maternidad como una bendición. Y cuando una mujer decide no tener hijos es peor; todo su entorno le recuerda que no podrá alcanzar su pleno desarrollo si no experimenta el ser madre.

Una mujer que sufre violencia intrafamiliar tarda en denunciarla o no lo hace porque ha aprendido que “una madre debe sacrificar todo por sus hijos”, incluso su salud y hasta su propia vida. La abnegación maternal, que es manifestación de un sistema patriarcal y machista, alcanza incluso a aquellas niñas y adolescentes que se ven forzadas a ser madres aunque hayan sido víctimas de violencia sexual, y aunque la ley las ampare.

Durante la pandemia del COVID-19, la abnegación se ha exacerbado en desmedro de su salud, bienestar y, por supuesto, de sus derechos. En cuarentena, las mujeres han multiplicado sus quehaceres con las tareas del hogar, la teleducación de sus hijos, el teletrabajo, los cuidados para que la familia no se contagie, la preocupación por las y los adultos mayores, entre otras multitareas. En el caso de las servidoras de salud, peor aún, porque al estar en la primera línea de atención cada día viven temerosas de no llevar el virus a sus hogares. Las mujeres gestantes, de igual forma, temen al contagio que podría complicar su embarazo y se ha dificultado el acceso a sus controles prenatales.

Como Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) hemos evidenciado, en múltiples oportunidades, cómo las mujeres tienen limitaciones para ejercer su salud sexual y reproductiva, que depende de la aprobación o no de sus parejas a la hora de decidir cuándo y cuántos hijos tener, bajo la creencia de que las mujeres deben sacrificar su salud, su sexualidad y su vida para ser madres. Por eso, en el Día de la Madre, en tiempos de COVID-19, reflexionemos sobre la importancia de exigir menos abnegación a las más de 2 millones de madres bolivianas y más ejercicio de sus derechos, entre ellos, sus derechos sexuales y reproductivos.

Celia Taborga Velarde, representante adjunta y oficial a cargo del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) en Bolivia.