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No hay peor enemigo que el de tu oficio

Observo con cuidado y serenidad los distintos movimientos y gestos públicos del periodismo, de algunos periodistas y de varios opinadores en estos tiempos de gobierno de transición, con una Presidenta que quiere pasar de accidental a electa merced a su auto-habilitación como candidata para las elecciones que deben realizarse, sí o sí, este 2020. Y constató que hay unos que pelean consigo mismos por convencerse de que lo que se produjo hace seis meses no fue un golpe de Estado. Otros se han desmarcado, con el silencio, de su abierta simpatía por lo que fue el gobierno de Evo Morales. Y algunos más chapalean sus grises teclados para decir obviedades en plan maniqueo y aburrido.

Mientras sucede todo esto, me encuentro en la antesala de la publicación de un libro que, con el título Reportaje a la democracia, Bolivia 1969 – 2019, estuvo listo para salir a las calles el 10 de noviembre, pero que pititas, militares y policías estaban ocupando. Y nos vimos obligados a posponer la distribución de esta edición que incluye 24 entrevistas con personajes de nuestra política (desde Antonio Aranibar Quiroga, pasando por Hugo Banzer y Gonzalo Sánchez de Lozada, hasta Luis Arce Catacora), y que consigna una prehistoria democrática con menciones a dictaduras y presidencias atípicas y dignas como la de Luis Adolfo Siles Salinas.

Por si acaso, en este libro de 175 páginas y formato grande no se encontrará una sola palabra sobre las elecciones del 20 de octubre y la posterior caída del masismo, debido a que la experiencia enseña que las muy calientes coyunturas son los peores momentos para evaluar hechos que se proyectarán con inevitable trascendencia histórica.

En esas andaba, escribiendo y editando, cuando la temperatura electoral se hacía inaguantable y un 8 de noviembre tuve que dar por cerrado mi programa “Ácido y sulfúrico” en radio, y dedicarme a asuntos familiares dadas las amenazas, ultimátums y las persecuciones de fotógrafos aficionados que me registraban con sus celulares, y se encargaban de publicar o amplificar colegas a los que alguna vez les abrí las puertas laborales en un diario y en la televisión estatal. Me preguntaba cuál sería el motivo de sus inmanejables resentimientos, cuando años atrás habíamos compartido tareas. Y llegué a la penosísima conclusión de que se había instalado en Bolivia un trauma que padecen estos enfermos de importancia, exclusivamente avocados a escribir contra Evo y su gobierno, clausurando la multifacética territorialidad del periodismo.

Los ajetreos que nos tenían enfrascados en lo urgente me impidieron saber que la ex zarina contra la corrupción del gobierno de Carlos Mesa, Lupe Cajías de la Vega, en una columna publicada en la Agencia de Noticias Fides (ANF), entre otros sitios, me atribuye tareas “político mediáticas” en Abya Yala Televisión y que, según ella, estaba dedicado a manejar “un equipo para hacerle (la) guerra sucia a Comunidad Ciudadana”. Fue entonces que recordé que su señor padre, quien fuera presidente de la Corte Nacional Electoral (CNE) y mi profesor de Ética periodística, jamás habría incurrido en afirmaciones sin verificación previa. Huáscar Cajías era una persona seria.

Así de alocado es ese periodismo boliviano al que se le atribuye madera para el oficio y experiencia. Y esto porque el antievismo ha convertido ciertos espacios de publicación en lugares para decir cualquier cosa, como las afirmadas por Cajías de la Vega, quien no se enteró que fueron una exministra y un exministro masistas obsesionados con retornar al gabinete los que me echaron de manera infundada de dicha estación televisiva en marzo de 2017, y que jamás trabajé en ningún equipo político de campaña, pues apenas soy periodista y editor, sin calificación ni talante para guerras electorales, y menos para trabajar en equipos anónimos cuando a esas alturas ya había impugnado a Carlos Mesa en mis distintos espacios, de acuerdo con mi estilo, a cara descubierta.

Me provoca una tremenda incomodidad la autorreferencia a la que me he visto obligado a acudir para dejar establecido que, a pesar de haber sido injustamente maltratado por varios personeros de las (tres) administraciones gubernamentales de Evo, nunca, hasta ahora, me había referido a estos hechos, porque más allá de mi situación laboral y personal, creí, y sigo creyendo, que entre 2006 y 2019 se han producido cambios estructurales trascendentes para la vida de Bolivia, lo que significa que me obligué a diferenciar los asuntos que me afectaban en lo personal con los acontecimientos que hicieron del país un Estado Plurinacional en construcción.

El refranero popular dice que el peor enemigo es el que ejerce nuestro mismo oficio, y lamentablemente “así nomas había sido”, como decía el Tano Llobet. Los años me han enseñado a tomar ciertas actitudes, irresponsables y mentirosas, con liviandad. Algún día, cuando la calma visite a estos afiebrados articulistas, llegarán a la conclusión de que su sello es el de la bronca y la animadversión personal nada más por el hecho, como ellos mismos repiten, de  “pensar distinto”. El postevismo se ha convertido en un asunto de diván.

Julio Peñaloza Bretel, periodista.