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¿Volver a la normalidad?

Las medidas de desconfinamiento que se inician hoy, aunque en los hechos hayan comenzado hace semanas de la mano de personas necesitadas de trabajar para ganar el sustento diario, y que son comunes a muchas ciudades del orbe, hacen pensar a muchos en que podríamos estar en puertas de un “retorno a la normalidad”; sin embargo, esa idea no es más que una ilusión.

Por una parte, es poco razonable creer que luego de más de dos meses en cuarentena, las cosas puedan volver a ser “normales”, especialmente en vista de la crisis económica que se anuncia tan severa como inevitable, luego de casi 10 semanas con el aparato productivo casi completamente paralizado. El que sea “normal” que en estas condiciones haya una crisis económica que sumará sus costes a los de la crisis sanitaria que vive el mundo entero, no significa que se trate de una normalidad deseable o siquiera aceptable.

Por otra parte, lo que muchas personas entienden por “normalidad” implica un estilo de vida basado en la completa ignorancia de los costes presentes y futuros de un modelo de consumo sin límites, con crecientes cantidades de desperdicio y, lo que es peor, que descansa sobre el uso de energía fósil. El resultado es el desastre ambiental que ya se está viviendo en prácticamente todo el mundo, y que por unos días parecía haberse detenido a la par que se detenía la actividad humana por la pandemia.

En ese sentido discurre una reflexión publicada en nuestra edición impresa el viernes y que lleva la firma de la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Alicia Bárcena, y del director regional para América Latina y el Caribe de Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA), Leo Heileman, quienes luego de ofrecer un preocupante diagnóstico para la región, señalan la importancia de “tomar medidas de reactivación económica sostenibles y ‘a prueba del clima’; no las usuales”.

Para el efecto proponen como horizonte la Agenda 2030 de la ONU y la “recuperación verde” a través de varias iniciativas: acudir a las energías renovables y eficiencia energética; transporte público y de última milla electrificado, con uso de litio; soluciones basadas en la naturaleza para la producción agrícola y ganadera, a la gestión del agua y a los ecosistemas; restauración de ecosistemas con orientación científica y pagos por servicios ecosistémicos; ampliación de la infraestructura sanitaria básica (agua y saneamiento) y la producción de materiales bajos en carbono para la construcción.

Sin duda es una agenda tan deseable como difícil y conflictiva para quienes orientan la práctica política a la satisfacción de intereses parciales, pero eso no debe significar que no es necesario orientar la actividad pública hacia ella. Quienes desean convertirse en gobierno en el corto plazo bien podrían prestar atención a esta agenda e incluirla en su propuesta programática.