Tanatofobia
Hoy en día, la tanatofobia y La Parca circulan, sin distancia social, por todo el mundo
Hoy en día revivimos miedos primitivos y arcaicos como el miedo a la muerte. Empezamos a contar muertos y a vivir tragedias causadas por un virus que se ensaña con todos sin excepción de clases, razas o religiones. Y todo el drama lo vivimos a lo grande, a full color, gracias al morbo interminable de la prensa y la televisión, que pasan y repasan tétricas estadísticas globales y nacionales cebando el temor ciudadano. Y espantados nos encerramos, lavamos, desinfectamos, asoleamos y escapamos a contactos dudosos. Hoy en día, la tanatofobia y La Parca circulan, sin distancia social, por todo el mundo.
Este miedo sempiterno viene asociado a otros, igual de siniestros, como la necrofobia y la hipocondría. Tengo amigos, machos alfa, que dicen no tener miedo a la muerte, pero temen enfermarse. Tragan como posesos decenas de píldoras de vitaminas y minerales como el genio americano Ray Kurzweil, quien también se píldorea en su carrera por vencer a la muerte: necesita tiempo para “trasladarse” a una máquina.
Y para desatar una necrofobia generalizada con consecuencias nefastas para la salud y el sueño colectivo, los canales y las redes sociales nos abruman con imágenes dantescas de fosas comunes, cadáveres tirados en las calles, y personas agonizando en las puertas de los hospitales. Ergo: el menú completo para que las fobias (y no el virus) nos exterminen.
Por ello, debemos encontrar consuelo. Y si no te reconforta religión alguna (animismo, cristianismo o marxismo) aconsejo, como terapia emocional, la mirada sensible de los artistas sobre las epidemias y muertes. Por ejemplo, la película Muerte en Venecia, de Visconti, basada en el libro homónimo de Tomas Mann. Si hasta dan ganas de morirse junto al protagonista en ese atardecer en playas venecianas, viendo al joven Tadzio como la representación de la belleza atemporal, y con Mahler de banda sonora. También pueden escuchar las profundas conversas entre Antonius Block y la Muerte, en la película El Séptimo Sello, de Ingmar Bergman. Antonius, el protagonista, desafía a la Muerte al ajedrez para postergar su partida y encontrar respuestas trascendentales al sentido de la vida. Una obra de arte estructurada por un guión exquisito y con diálogos soberbios que fue alabada hasta por agnósticos y ateos; esos materialistas que dudan de sus no-creencias cuando ven caminar a sus nietos.
“Todos somos diferentes en vida, pero seremos iguales en la muerte”, reza el dicho popular. Sin embargo, y más allá del consuelo de un “comunismo post mortem”, es imperativo encontrar sosiego ante las fobias globales que vivimos porque –y siento mucho decirlo– se viene lo peor.
Carlos Villagómez, arquitecto