La “revolución de las Pititas” es el nombre general con el que se quiere hacer una historia inmediata del acontecimiento vivido entre octubre y noviembre de 2019. Después de seis meses de los hechos acaecidos, ya se escribieron varias publicaciones al respecto, queriendo narrar una “historia oficial” de los hechos desde la lógica de la clase media conservadora, racista y clasista (Pititas).

En todas las publicaciones que se realizaron, entre libros y artículos de opinión, se tiene una narración común de los acontecimientos y se maneja el discurso de que los hechos suscitados fueron por la lucha de “recuperación de la democracia” contra una “dictadura”, por una “revolución”, en contra de la “corrupción”, por la conquista de la “libertad de expresión”, en contra de un “fraude electoral”, y que la participación policial fue para unirse a esa “revolución” llevad adelante por los sectores urbanos representados por una clase media-alta que había quedado relegada del poder político por más de 13 años.

Dentro de este discurso oficial de historia inmediata narrado desde los Pititas, se quiere hacer creer que hubo una “revolución” y que las movilizaciones (bloqueos, marchas y cabildos en las principales ciudades capitales), encabezadas por sectores urbanos representados por una clase media-alta fueron una “revolución” de 21 días. No obstante, las revoluciones que se suscitaron en la historia produjeron varios cambios para toda una población o nación.

En ese sentido, entendemos por revolución a un cambio o transformación trascendental en el ámbito social, económico, cultural y religioso para toda una nación. Dentro de esta definición y revisando la historia, podríamos poner de ejemplo las grandes revoluciones que se produjeron en la historia, tal es el caso de la Revolución Francesa, la Revolución Industrial, la Revolución Soviética, la Revolución Mexicana para el contexto latinoamericano, o la Revolución de 1952 para el contexto boliviano.

Por lo tanto, los acontecimientos de octubre y noviembre de 2019 no tuvieron nada de revolución, porque no beneficiaron a toda la población boliviana, solo fue un movimiento de una parte de la población, teniendo en cuenta que la población mayoritaria en Bolivia sigue siendo indígena y que el sector movilizado fue encabezado por el sector urbano que representó a la clase media y alta en general, que culminó con el cambio de un gobierno transitorio.

Entonces no podemos hablar de revolución ante un movimiento de élites que pregonaba el discurso de defensa de la democracia, lucha por la libertad de expresión, contra una dictadura, corrupción, tiranía, nepotismo; y que en el fondo tuvo un plan estratégico de asalto al poder político por parte de los sectores conservadores, racistas y clasistas que ostentaban hambre de poder, porque este les había sido arrebatado por un indígena hace más de 13 años.

De la misma forma, no hubo cambios económicos para la población boliviana, más al contrario el gobierno transitorio está quebrando la economía boliviana con los casos de ENTEL, YPFB, BOA y el caso de los respiradores. Tampoco hubo un cambio social, sino un cambio de poder político, lo que si quería imponerse es la religión católica, no respetando el estado laico que rige en la constitución política boliviana.

Por ende, no fue revolución lo que pasó en octubre y noviembre de 2019 en Bolivia, más al contrario, fue un asalto al poder político por parte del sector conservador, racista y clasista, que utilizó al movimiento de los Pititas con el apoyo de grupos paramilitares, la parcialización de la Policía y participación de las Fuerzas Armadas. En consecuencia, los Pititas están representados por un gobierno transitorio, que en su accionar está haciendo todo lo que criticaban en su momento al gobierno anterior y que está lleno de corrupción en poco tiempo. Desmitificando uno de los mitos, podría afirmarse que no hubo revolución, más bien hubo un asalto al poder político para batir un récord de corrupción.

Ángel Cahuapaza Mamani es historiador