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Feliz Día del Maestro Boliviano

Un homenaje a la profesión que busca crear sed de conocimiento en las nuevas generaciones

/ 8 de junio de 2020 / 06:30

El 6 de junio conmemoramos el Día del Maestro mediante Decreto Supremo de 1924, bajo la presidencia de Bautista Saavedra, el que realza dos hitos históricos. Por un lado, la creación de la primera escuela de educación fundada en Sucre en 1909, en homenaje a los 100 años de la gesta libertaria de 1809 y, por otro, el homenaje al “padre de la educación boliviana”, Modesto Omiste Tinajeros, quien nació el 6 de junio de 1840 en Potosí.

No siempre resulta sencillo esbozar líneas que permitan expresar aquellas virtudes y bondades tan especiales que encarna al “ser” que eligió la más noble y honorable profesión, cual es la de educar y enseñar.

Los maestros no solo se dedican a enseñar conocimientos disciplinares plasmados en una currícula, pues en ocasiones —y casi siempre—, se convierten en ejemplos de vida de sus discípulos; en amigo, confidente y consejero que apoya e incentiva a descubrir las virtudes y potencialidades de sus aprendices, a quienes nunca olvidará y los tendrá siempre presentes en sus recuerdos y memorias acumuladas en sus años de trabajo honesto, digno y tesonero.

De ahí que me resulta difícil hallar un maestro carente de principios y altos valores morales y éticos que, a modo de atributos, engalanan su actuación cotidiana guiada con responsabilidad y compromiso profesional, cumpliendo honrosamente ese ilustre “ministerio de enseñar” que le ha sido otorgado por una comunidad académica.

Tanto el Estado y la sociedad le han confiado la más delicada e importante labor de transmisión de cultura y conocimiento científico, tan vitales para engrandecer la patria bendita; la formación de hombres y mujeres de bien, que además de contribuir al desarrollo y progreso regional y nacional, se conviertan en la fuerza creativa y dinamizadora de la liberación, el cambio y las profundas transformaciones sociales políticas, económicas y culturales, tan esenciales para afrontar los desafíos de este mundo impensado.

Estos ideales son perfectamente resumidos por el filósofo y médico inglés John Locke (1632-1704), quien tácitamente afirmara que el «trabajo del maestro no consiste tanto en enseñar todo lo aprendible, como en producir en el alumno amor y estima por el conocimiento».

Los maestros representan esa genuina reserva moral y ética, puesta a prueba continuamente en su diario vivir, dado que su labor y actuación no terminan en el aula, pues también queda registrada y efectivizada fuera de ella. Más aún, si tomamos en cuenta que la educación es un hecho y una práctica social que debe ser comprendida en un marco contextual complejo que, al ser histórico, político y económico, no la restringe a un lugar o escenario cristalizado de un espacio físico (el aula); pues abarca un conjunto de relaciones de poder, de concepciones ideológicas confrontadas; de procesos y transformaciones profundas que emergen a raíz de la dinámica sociocultural histórica.

No existen palabras para proclamar en su verdadera dimensión, la inmensa gratitud reconocimiento y agradecimiento sincero al desempeño de todos aquellos educadores, cual nobles sembradores de conocimiento, fe, amor y esperanza, generosamente invitan a sus estudiantes a escudriñar el vasto campo del conocimiento y la ciencia; haciendo efectiva y vigente, aquella manifestación que indica: “se predica con el ejemplo”. De ahí que todos y cada uno de sus actos —a modo de caja de resonancia—, repercuten ampliamente en su desarrollo y formación.

Celebro este sentido homenaje a los maestros y educadores que aportan y aportaron con ese “granito de arena” a forjar nuestras vidas, brindándonos sus enseñanzas con amor y sensibilidad fraterna que guía esa labor de inmaculada pureza, integridad y solvencia de quien enseña; la paciencia y comprensión para desvelar las inclinaciones innatas y, especialmente, estar conscientes que esta “distinguida profesión”, lejos de ser mercancía es, ante todo, un verdadero oficio divino.

¡Feliz día del maestro boliviano!

Marcelo Chinche Calizaya
es Docente e investigador.

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Duras lecciones del coronavirus

Nunca se logró comprender la magnitud de la escalada de contagios y decesos que deja el COVID-19

/ 29 de junio de 2020 / 06:30

La presencia del coronavirus en el país ha puesto en evidencia la fragilidad del Gobierno, la indolencia de una clase política y a una ciudadanía que definitivamente no está contribuyendo a ralentizar las cifras de contagio y muertes registradas a nivel nacional.

Estos actores nunca lograron comprender la verdadera magnitud de la escalada de contagios y decesos que va dejando a su paso el COVID-19. Desgraciadamente, también revela la ausencia de una administración gubernamental transparente e idónea en el uso de recursos para la gestión de la epidemia, cuyo resultado no necesariamente conduce a vislumbrar eficazmente buenas prácticas; una clase política enfrascada en antagonismos intrascendentes y superfluos que groseramente desnudan las miserias humanas.

Y, por último, una ciudadanía que, con su indocilidad a la hora de cumplir protocolos obligatorios, la utilización de barbijos y el distanciamiento social recomendados, contribuye peligrosamente a la propagación y contagio del virus. La construcción de imaginarios equívocos y malintencionados, sumados a la falta de voluntad de incorporar nuevas reglas de relacionamiento social y ritos convencionales —cual dogmas religiosos— de hábitos de higiene que exigen apelar en todo momento a la sensatez, conciencia, responsabilidad individual y colectiva, para protegernos los unos a los otros y así preservar la vida como el bien más preciado.

El desempeño del Gobierno en la gestión de la pandemia da cuenta de la ineficacia en la lucha contra el COVID-19, la improvisación y tardía reacción de alerta temprana que prioriza la inversión en equipamiento sanitario y médico; la lentitud en la selección y adopción de políticas públicas para afrontar la pandemia; el análisis incorrecto de mecanismos de cálculo y evaluación de la gestión política con los criterios sanitarios y epidemiológicos; la endeble coordinación con los distintos niveles de gobierno departamental y municipal, al igual que los efectos sociales y económicos negativos de la declaratoria de cuarentena nacional.

Por otra parte, la conducta de la clase política ante la emergencia sanitaria del coronavirus no ha sido la más acertada, pues han primado en ella las reyertas e incompatibilidades partidistas, los insufribles debates y el afán de promover “boicots mediáticos” a la gestión y atención del COVID-19 por parte de la Asamblea Legislativa controlada por el MAS. Dada su limitada lectura de la gravedad de la pandemia, tardíamente modificaron consignas equívocas acerca de la presencia del virus en el país.

De ahí que la crisis sanitaria permite aflorar egoísmos y mezquindades donde, al parecer, es más importante obstaculizar, criticar y perjudicar, lejos de contribuir, viabilizar y favorecer la ejecución de políticas de salubridad para afrontar la lucha contra el coronavirus. Cuán difícil se hace vislumbrar desprendimientos sinceros y honestos en aquella pléyade de legisladores que abanderan “retornos añorados” de un populismo decadente e ineficiente que funcionan a control remoto, siguiendo órdenes del nefasto caudillo cocalero refugiado en Argentina, cuyas acciones desestabilizadoras no tienen límites.

Respaldados en su mayoría parlamentaria, finalmente impusieron la realización de comicios generales para el 6 de septiembre sin contemplar criterios técnicos, logísticos y científicos respecto al comportamiento y proyección epidemiológica nacional que muestra que julio y agosto serán los meses con mayor cantidad de contagios, por lo que es de alto riesgo para la salud de la población realizar las elecciones fijadas en plena pandemia y que movilizará más de 6 millones de personas en un día.

No se trata de rehuir la necesidad urgente de celebrar comicios generales para elegir democráticamente a nuevas autoridades nacionales, resultantes de la voluntad del soberano para enfrentar la crisis política, económica, social y sanitaria. Sin embargo, resulta más importante preservar la salud y el bienestar de la población.

Marcelo Chinche Calizaya
es catedrático universitario e investigador.

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