El 5 de junio fue el Día Mundial del Medio Ambiente y nos encontró, en algunos lugares del país, bajo cuarentena dinámica por COVID-19, mientras que, en otros los hogares, están aún en cuarentena total o aislados. A pesar de ello, la exuberante naturaleza de nuestro país viene a la mente, porque ella también está experimentando efectos, tanto negativos como positivos a causa de la pandemia.

La naturaleza en Bolivia es mega biodiversa y alberga especies únicas en el mundo, privilegio que muy pocos países tienen. Hoy se siguen descubriendo nuevas especies, pero también muchas otras están en peligro de extinción.

Esta riqueza biológica responde a la configuración altitudinal del país (90 a 6542 m.s.n.m.) que alberga 7 biomas, 36 regiones ecológicas y 205 ecosistemas; en Bolivia están presentes 66 de los 112 (58%) ecosistemas existentes en todo el mundo y tiene más de 60 áreas protegidas y 22 parques nacionales que representan aproximadamente el 17% del territorio nacional. Asimismo, en estos territorios viven más de treinta pueblos indígenas que hacen a la riqueza de nuestro capital y tradición cultural.

La pregunta que debemos hacernos respecto de lo descrito es: ¿Cuál es el estado actual de este capital natural? la respuesta no es muy alentadora. Muchos de nuestros ecosistemas están degradados y las áreas de bosque en ecosistemas frágiles sufren una creciente deforestación. Ríos y lagos registran fuertes niveles de contaminación por metales pesados vertidos de aguas servidas domésticas e industriales. La salud de estos ecosistemas tiene una relación directa con la salud de la población, animales y plantas que habitan en ellos, así como con la del sistema de ciudades, donde la mayoría de la población se concentra. La degradación del capital natural, también se evidencia en la migración campo-ciudad y el aumento de la presión a las ciudades traducido en el incremento del riesgo de desastres en áreas periurbanas y la demanda adicional para la provisión de vivienda y servicios básicos.

A esto se añaden los impactos frecuentes y consecutivos del cambio climático expresados en inundaciones, sequías, incendios forestales y otros, de los cuales no logramos recuperarnos y por tanto quedamos con una tendencia creciente de vulnerabilidad, aumento de pobreza y desigualdad. Según el Forest Global Watch, Bolivia es el cuarto país, a nivel mundial, que más bosque perdió en 2019 debido a los incendios forestales masivos.

Hoy se suma la necesidad de enfrentar a la COVID-19, cuya afectación es diferenciada a nivel local, pero con evidentes impactos en la región amazónica (Beni y Santa Cruz), que hasta ahora registra la mayor incidencia en el país. Esto nos muestra también una relación entre el virus y el cambio climático que se manifiesta a través de la presión que generamos en los hábitats de especies animales que portan distintos tipos de virus y que al migrar las transmiten a los humanos, de hecho, distintas investigaciones indican que el 75% de las nuevas enfermedades provienen de animales. Vale la pena resaltar que mientras el efecto en humanos es negativo, en la naturaleza más bien ha sido positivo ya que ha permitido una recuperación de la biodiversidad.

El abordaje de este desafío no es simple y requiere de soluciones innovadoras y multidimensionales. Países como Costa Rica, Colombia y Ecuador han aplicado el concepto de soluciones basadas en la naturaleza, un enfoque combinado de aprovechamiento y conservación como modelo de negocio, el manejo de sistemas de información y monitoreo de ecosistemas en tiempo real, la transición a economías verdes, así como el diseño de políticas públicas integrales que articulen actores públicos, privados, academia, sociedad civil y comunidades.

Bolivia podría aprovechar éstas y otras experiencias para resolver los dilemas de uso sostenible de los recursos naturales, generando bienestar para las personas y lograr que nadie se quede atrás.

Rocío Chain es oficial de Programas del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)