¿Hay tratamiento para la COVID-19?
La diferencia entre uno y otro es tecnológica.
Mientras arrecia en el país la implacable acometida de la COVID-19, hemos podido comprobar cómo afloran todas las carencias que nuestro sistema sanitario arrastra desde siempre y también cómo, junto a voces autorizadas y sensatas que recomiendan y ponen en práctica terapias adecuadas, basadas en criterios científicos desarrollados a medida que avanzaba la pandemia; van apareciendo expertos en “tratamientos” inverosímiles. Desde el uso de fármacos y cócteles de medicamentos sin ninguna base farmacológica, médica o científica, al consumo de alcohol; antibióticos y potingues de toda clase o incluso sugerencias de tratamientos, dictadas como “mensajes divinos” al oído de lunáticos, que garantizan “curas milagrosas”, son propuestas curativas para la COVID-19.
Si algo debe quedar claro es que, a día de hoy, no hay cura específica para la enfermedad; la casi totalidad de los medicamentos indicados y administrados a pacientes que la padecen, son terapias en cierta forma experimentales. Aun así, deben estar sostenidas por bases científicas, farmacológicas o genéticas. Por otra parte, cada fase de la COVID-19 precisa diferentes enfoques. Con resultados modestos y en fase temprana de la enfermedad, se indican antivirales de uso común en el tratamiento de otras patologías como el ébola o el VIH. La cloroquina y su derivado la hidroxicloroquina se han mostrado ineficaces en todos los estudios realizados hasta ahora, aunque sin aumentar las complicaciones como se dijo en alguna revista médica de prestigio. La Ivermectina solo actúa in vitro, es decir fuera del organismo, y a concentraciones imposibles de alcanzar en personas vivas.
Respecto al “suero hiperinmune”, la última panacea tras la cual van a la caza personas que buscan alguna esperanza de cura para sus seres queridos, que se sepa, no está disponible en Bolivia. Sí lo está, aunque de manera limitada, el suero o plasma de personas convalecientes. Ambos, el “suero hiperinmune” y el plasma de convalecientes, en teoría también serían útiles pero solo en fase inicial ya que actuarían neutralizando el virus. La diferencia entre uno y otro es tecnológica. El suero o plasma hiperinmune proviene de la sangre de personas que han pasado la COVID-19 y que, como consecuencia de ello, han desarrollado anticuerpos protectores neutralizantes del virus. Es un preparado a partir de plasma de varias personas tras un proceso de separación de la parte líquida y celular de la sangre. Una vez obtenido dicho plasma sin células, de varios donantes, se procede a inactivar cualquier virus, bacteria o patógeno que pudiera contener y a continuación la porción de plasma con anticuerpos se somete a procesos de purificación y concentración hasta conseguir un producto de alta pureza con concentración de anticuerpos titulable o conocida. No requiere determinación de tipos sanguíneos por lo que puede administrarse a pacientes con cualquier grupo sanguíneo. La dosis de suero hiperinmune es de 2 a 10 mililitros.
La otra opción, la terapia con plasma de convalecientes, sigue el mismo proceso inicial del plasma hiperinmune, se separan las células y la parte líquida de la sangre de un solo donante seleccionado según protocolo. El escrutinio de posibles enfermedades del donante como hepatitis B o C, varicela, VIH (sida), sífilis o cualquier otra enfermedad transmisible normalmente se hace antes de la donación. Las unidades obtenidas no suelen ser sometidas a procesos de reducción de patógenos. Además, para poder ser administrado, siempre se debe respetar la compatibilidad sanguínea de plasma y receptor. Cada donante tiene una concentración diferente de anticuerpos y la dosis de plasma de convaleciente suele ser de 200 ml. Se desconoce la eficacia del uso de estos preparados, tanto del plasma de donante como del suero hiperinmune, siendo una vez más, consideradas terapias experimentales.
En fase avanzada de la enfermedad, cuando la replicación viral desciende, el problema grave ya no es el virus sino la “tormenta inflamatoria” que produce el sistema inmunológico del paciente en respuesta al virus. En esta fase, el uso de inmunomoduladores o inmunosupresores como los corticoides, proscritos en fase temprana, o medicamentos biológicos usados en la artritis reumatoide para suprimir el sistema inmunitario, podrían ayudar a controlar la respuesta inflamatoria.
Las autoridades tienen la obligación de parar la interminable serie de despropósitos que son los tratamientos que ponen en peligro la salud y la vida de nuestros compatriotas. El ensimismamiento con sus propios problemas y proyectos de poder, no justifican la falta de protección a la ciudadanía ni la no intervención con medidas adecuadas para evitar daños al pueblo.
Alfonso Bilbao Liseca, médico anestesiólogo