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La ETIC y el analfabetismo digital

Todos coinciden en que la crisis del COVID-19 está poniendo a la luz del día notables carencias y graves deficiencias en la gestión pública de nuestros países. En el gran tema de la salud, ni qué se diga, las lecciones a recoger tendrían que ser profundas y duraderas. Pero en otros rubros también se plantean similares observaciones, por ejemplo en la cuestión de las nuevas tecnologías de información y comunicación, las famosas TIC, de las que se viene hablando desde hace casi dos décadas. Incluso el sistema de las Naciones Unidas le dedicó al tema uno de esos megaeventos, la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información realizada en dos grandes etapas: Ginebra 2003 y Túnez 2005. Ver: http//www.carlos soriag.com/category/dossiers/

Las inquietudes de un grupo de personas e instituciones permitieron avanzar hacia una significativa propuesta. Estamos hablando de la Estrategia Boliviana de Tecnologías de la Información y Comunicación para el Desarrollo, entonces conocida como ETIC. Su elaboración en casi dos años estuvo a cargo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y de la Agencia para el Desarrollo de la Sociedad de la Información en Bolivia (ADSIB). En el proceso participaron más de 3.000 personas, representando a unas 700 instituciones del Estado y de la sociedad civil, reunidas en 15 talleres a lo largo y ancho del país. Vaya consuelo: la ETIC boliviana fue considerada en ese momento como un modelo de elaboración participativa y consensuada. El pequeño detalle es que no sirvió para maldita la cosa.

La desgracia de la ETIC fue haber nacido en el vértice del cambio: diciembre 2005, enero 2006. El gobierno transitorio de Rodríguez Veltzé no tuvo ni el tiempo ni las condiciones para ponerla en práctica. La nueva administración que asumió en enero de 2006 no tuvo la amplitud de criterio para encontrarle utilidad; predominó el prejuicio, siendo una propuesta que venía del pasado automáticamente había que desecharla; en vez de apropiársela para perfeccionarla, prefirió echarla al canasto y seguir inventando la pólvora con resultados que al final nos llevaron a la actual situación deficitaria.

Quisimos acceder al texto íntegro de la ETIC, pero curiosamente, hace varios años, ya no figura ni siquiera en los sitios web del PNUD y de ADSIB, lo que confirma que fue desechada en su totalidad. Tenía como ejes principales los siguientes:

  1. Conectividad e infraestructura. Condiciones técnicas y materiales necesarias para el acceso, generación, emisión, recepción de la información y el conocimiento (ENTEL afirma haber sembrado instalaciones para alrededor de 2.000 telecentros, pero nadie sabe si funcionan y si las autoridades locales se hicieron cargo de ellos).
  2. Sostenibilidad y financiamiento. Mecanismos de captación, administración y asignación de recursos públicos y privados y de otro carácter con criterios de sostenibilidad. El resultado es aún una nebulosa.
  3. Normativa y regulación. Actualizar y adecuar la normativa y regulación de las TIC. Algo se avanzó la Ley General de Telecomunicaciones (Nº 164, agosto 2011). Pero sus reglamentos no pasaron la prueba de la práctica.
  4. Contenidos y aplicaciones. Procesos participativos de generación e intercambio de información y conocimiento. Para constatar el atraso basta ver los sitios web de las instituciones estatales, incluidas las académicas, casi siempre incompletos y desactualizados. Además, la escasa presencia de aplicaciones y contenidos bolivianos en la red.
  5. Capacidad humana. Venciendo el analfabetismo digital, habilitar a las personas en el uso e intercambio de información y conocimientos a través de las TIC. Se nota a las claras que hemos avanzado poco y demasiado lento. Los ejemplos sobran, pero el de miles de maestros que no saben qué hacer con sus relucientes laptops, es el más aterrador.
  6. Si la ETIC se hubiese convertido en una política pública, aplicada y desarrollada creativamente por diversidad de actores y en diferentes instancias, el panorama actual sería bastante diferente. Por lo menos no tendríamos que lamentar que la brecha digital sea otra fuente de desigualdad y discriminación, especialmente en el sistema educativo. No vale la pena llorar sobre la leche derramada, es mejor exigir que ahora no se siga haciendo lo mismo, en gran escala y sistemáticamente.

Carlos Soria Galvarro
es periodista.