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Paso siguiente: colapso

“La libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos”. Este es un pensamiento que Hanna Arendt expresaba para agregar que solo con la discusión “humanizamos aquello que está sucediendo en el mundo y en nosotros mismos, por el mero hecho de hablar sobre ello; y mientras lo hacemos, aprendemos a ser humanos”. Esta claridad hoy ausente en el momento de crisis multisectorial que ha polarizado a nuestra sociedad hasta extremos de no admisión de la calidad humana del otro, impide establecer un diálogo liberado de adjetivos y asociaciones negativas para buscar comprender, sensatamente, nuestra situación sin caer en realidades paralelas.

Las crisis no son hechos epifenoménicos y menos aún complejidades estacionarias, expresan dinámicas en movimiento, siendo por lo tanto progresivas, que arriban a una etapa hasta agotarse y avanzar a un estadio superior. La fase continua a la crisis es el colapso. Bolivia se apresta a ingresar en un colapso extendido, que no solo será político sino también ético, producido por la agenda sanitaria al servicio de las pretensiones partidarias y personales.

Los españoles utilizan el término “desnortado” para referir a un gobierno extraviado y “desautorizado”. Este hecho que aplica en la coyuntura boliviana va configurándose en sensaciones de frustración que se instalan en la sociedad con una mirada a ocho meses perdidos. La carencia de una debida hoja de ruta, y el acudir a una visión esquizofrénica del conspiracionismo constante como recurso argumentativo final de una gestión que ha traspapelado su mandato único, le permite acreditar solo una alta capacidad para acelerar el paso de su gobierno hacia esta fase de desorden y desgobierno pleno.

Claramente, el colapso expresa la forma en la que el gobierno se relaciona con el hecho adverso. Este axioma, no meditado y considerado como variable esencial y, por lo tanto, pocas veces debatido, explica de forma evidente las diversas respuestas, no acertadas y contradictorias que da la actual administración ante la crisis multisectorial instalada. El colapso absoluto es la consecuencia constatada de procesos humanos junto a una sumatoria de acciones equívocas, de una conciencia ahistórica con la configuración socio económica y cultural del país y sus diversas sociedades, y decisiones con prioridades individuales y políticas, pero distantes de la urgencia colectiva. 

La capacidad de respuesta de los niveles gubernamentales y decisorios del país ha sido superada y las disposiciones que se van asumiendo evidencian una preocupante falta de preparación, esta carencia es la vía directa al colapso. Las respuestas reactivas evidencian lo improvisado de la gestión. Ante la amenaza, el miedo y el desconcierto, la decisión vuelve a ser el encierro y la reclusión, condenando a miles de bolivianos a días de hambre y violencia.

Entonces, muy dados los bolivianos a realizar miradas retrospectivas, algún día nos preguntaremos, dónde nos equivocamos con las acciones de freno a la pandemia y la respuesta será, posiblemente, que esa construcción que señalaba el paso de la cuarentena rígida (confinamiento, asilamiento, temor, fin de la normalidad y del mundo) a la cuarentena flexible (salidas controladas, cuidándose pero no tanto) mostró que la principal causa de la enfermedad fue el error humano en la gestión de la pandemia misma, y que conclusivamente, faltaron capacidades políticas y lealtad con los bolivianos hasta conducirnos al colapso absoluto.

Jorge Richter Ramírez es Politólogo