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El cuerpo del ciudadano, expresión de sentido

En los últimos artículos abordamos distintos hechos que suceden en estos tiempos y que nos revelan los cambios que vive la ciudad y especialmente su población, los cuales comenzaron a mostrarnos cada vez nuevas y distintas circunstancias que semejan a fotografías en las que la cotidianidad pareciera haber desaparecido. Una especie de imágenes en movimiento de decenas de cuerpos que se mueven mecánicamente, como si hubiesen perdido el espíritu bullicioso del ayer.

Hoy el ciudadano ha cambiado hasta el punto en que demuestra que ya aceptó este presente nebuloso que llegó con el coronavirus. Una realidad que deja en evidencia la gran ruptura en la vida y el hacer del habitante desde marzo, lo que ha conseguido desorientarlo y perjudicarlo en sus planes y sueños hacia el futuro.

En el centro urbano, por ejemplo, las personas van y vienen, se mueven con recelo, evaden o cruzan al frente con tal de no rozarse con aquel o aquellos personajes que pueden contagiarlo. Asimismo, si bien el temor al futuro es profundo, el transeúnte solo busca  seguir con vida y con el paso del tiempo reestructurar sus metas del mañana. No cabe duda de que hoy ese cuerpo está cargado de sentido no solo porque vive con incertidumbre, sino porque le invade la desesperanza respecto a la situación económica.

También es muy llamativo observar que las calles y avenidas por las que ayer se transitaba con cierta seguridad y hasta placer, hoy son recorridas con premura por la gente y los autos debido a la finalización de la hora de circulación. Así, la velocidad y el tiempo han tomado el primer plano de la cotidianidad.

Esa agitación nerviosa denota que la vida urbana de la ciudad de La Paz ha cambiado, pues el personaje principal, el ciudadano, ni siquiera se interesa en participar en ella. Sin embargo, su cuerpo ofrece lecturas distintas y en algunos casos hasta poco claras; por ejemplo, al ver a una persona cabizbaja y de caminar acelerado, una de las interpretaciones puede ser que lo hace forzada para cumplir algún hecho concreto.

Dada esa situación, todo disfrute del espacio público ha quedado en la memoria, por lo menos en esta etapa de riesgo de salud, que según algunos expertos se extenderá por tres años.

Un periodo complejo que por momentos produce desazón esencialmente por la ruptura del pasado con un presente que viene cargado de otras realidades. Empero, esto no quiere decir que las urbes no sigan abiertas a nuevos “fundamentos”, pues –como afirmaba Hilberte– llegará el momento en que necesariamente se tendrá que “exilar para siempre a la ciudad tradicional”, y eso significa imaginar una urbe llena de nuevas exigencias.

Por eso, es inobjetable que vivimos momentos singulares y que la visión de las ciudades ha cambiado, pues exige transformaciones en la medida de la nueva vida que lleva el habitante en estos últimos tiempos.

Resulta difícil entender la vacilación de aquellos cuerpos que, así como aparecen, desaparecen rápidamente, lo que nos demuestra que son la fuente misma de toda subjetividad, pero que hoy iniciaron un nuevo tiempo de objetividad, una especie de paradigma de evolución. En esa línea, filósofos como Merleau-Ponti ya aseveraban que “el cuerpo de una persona puede hablar, como la lámpara eléctrica puede volverse incandescente”.

Patricia Vargas, arquitecta