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‘No hay peor ciego que el que no quiere leer’

Hace algunos años, a tiempo de presentar su librito de cuentos, Estela Mealla Díaz relató la siguiente anécdota clásica:

En el siglo V el emperador de la China envió un mensajero a la casa de Li Po, el poeta, con la orden de que acudiera al palacio de inmediato. “Decidle al emperador —murmuró Li Po— que no puedo ir, estoy conversando con los espíritus”. Li Po estaba leyendo. “Acompaño la respuesta del poeta chino —añadió Estela— converso con los espíritus, los momentos más bellos de mi vida los he pasado en compañía de libros”.

Era vecina de la urbanización Los Sauces, aquí en la región de Río Abajo. La semana recién cumplida falleció. “Estelita”, como todos le decíamos, era amante apasionada de la literatura y hallaba verdadero placer en el acto de leer. Imposible no asociar a su recuerdo, el tema de los libros y la práctica de la lectura.

Y estas son cuestiones de gran importancia y tremenda actualidad en los tiempos actuales. La cuarentena nos obliga a muchos a “quedarnos en casa” y a todos a salir a la calle lo menos posible. “Aislamiento social” le llaman a eso. Está bien, posiblemente sea necesario que las cosas ocurran de ese modo. Pero los “espíritus” no transmiten el COVID-19, podemos dialogar e incluso pelearnos con ellos sin ningún peligro.

Podemos platicar cara a cara, teniéndolos a escasos centímetros de nuestros ojos, sin correr riesgos. Es decir, podemos leer un poco más en el ensanchado tiempo “libre” que disponemos.

Lamentablemente la lectura, para ganar algún espacio, debe competir con un montón de “pasatiempos” adictivos, menos constructivos y muy poco edificantes, especialmente los que vienen a cuenta de las nuevas tecnologías. Y no estamos proponiendo un rechazo en bloque, sino un aprovechamiento más consciente y crítico de las herramientas tecnológicas. No ir donde se nos quiere llevar, sino utilizarlas para llegar donde nosotros querramos ir. Diferenciar la información del mar de fake news que pululan en la red, encontrar accesos a ensayos y obras literarias (lo que implica de hecho leer en pantalla). Y en no menor medida, participar en debates sobre temas de nuestro interés a través de numerosas plataformas que los hacen posibles. Y casi lo mismo puede decirse de la televisión, la mayoría se ocupa de competir en payasada a cual más estúpida, se hace muy necesario el ojo crítico para seleccionar el menú de sus programaciones.

Y volviendo a los libros, cierta vez entrevistamos para la radio a José Roberto Arze, académico muy conocedor de la producción bibliografía, y le pedimos que señalara los diez libros bolivianos que, a su criterio, eran las más importantes. Esta, su respuesta:

  1. Bernardo Monteagudo, Diálogo entre Atahuallpa y Fernando VII
  2. Alcides d’Orbigny, Viajes por Bolivia
  3. Alcides Arguedas, Pueblo enfermo
  4. Franz Tamayo, Creación de la pedagogía nacional
  5. Jaime Mendoza, El macizo boliviano
  6. José Antonio Arze, Hacia una unidad de las izquierdas bolivianas
  7. Carlos Montenegro, Nacionalismo y coloniaje
  8. Martín Cárdenas, Manual de plantas económicas de Bolivia
  9. Jorge Ovando Sanz, Sobre el problema nacional y colonial de Bolivia
  10. Sergio Almaraz, El poder y la caída

Sobre gustos y colores no han hablado los autores. Cada quien puede confeccionar su propia lista para dialogar con los espíritus antes, durante y después de esta cuarentena.

Carlos Soria Galvarro
es periodista.