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Educación y futuro

Hace décadas que la educación en Bolivia no logra superar su atraso endémico. Para colmo de males estamos en medio de una tragedia nacional y debemos tomar decisiones trascendentales y apresuradas sobre nuestra educación. Una de las medidas es la implementación de la educación a distancia y/o virtual que se impuso en casi todo el planeta. Una decisión de enorme responsabilidad en un año que se va volando junto a miles de muertos.

De todo ese tema tan complejo deseo relievar una secuela de nuestra educación: la falta de creatividad e iniciativa en todos los estratos sociales. Resultado de una educación repetitiva, unidireccional, memorística, del “mi-mamá-me-mima”, los bolivianos fuimos formados para espantarnos ante la posibilidad de un cambio. Y, ante una innovación inminente, mostramos nuestras peores lacras: falta de creatividad, ninguna autocrítica y baja autoestima. Recordemos la declaración apresurada de un representante del magisterio que calificó como “un fracaso” la educación virtual sin experimentar siquiera un tiempo razonable; o el dislate de algún padre de familia que aún piensa, y en pleno siglo XXI, que la escuela presencial va a dar todo a su nene.

He conocido, como docente, personas de diferentes orígenes y clases con creatividad innata. Personajes tenaces que pudieron desarrollar ese talento a pesar de nuestra castrante educación y de vivir en una sociedad monotemática (“todo es política”). Existen, pero, la mayoría, somos víctimas de las lacras mencionadas.

Por ello (y otras 100 razones más), debemos financiar y lograr una educación virtual en paralelo a la tradicional, que sea incluyente y universal. Es algo imprescindible en este siglo porque desarrolla las llamadas competencias transversales, destrezas imprescindibles en un mundo donde desaparecerán muchas profesiones: creatividad, iniciativa, flexibilidad, trabajo en equipo, comunicación interpersonal, etc. Las nuevas generaciones deben formarse con esas habilidades para superar nuestra inaguantable baja autoestima y desarrollar iniciativa propia. Debemos dejar de ser pedigüeños en un futuro que será de espanto.

Un nene de cinco años aquí, en este país dependiente y atrasado, ya navega y juega en un celular. A sus 10 tendrá todo el saber enciclopédico en un tris. A sus 25 se instalará un chip en su neo-cortex cerebral para reemplazar el “pesado” celular. A sus 45, es decir el año 2050, tendrá relaciones en un mundo real-virtual.

Sí, inclusive aquí. Y, en estos meses de crisis múltiple, no somos una sociedad unida que trabaja el presente y planifica su futuro. Seguimos neciamente monotemáticos postergando una sociedad holística para todos.

Carlos Villagómez es arquitecto