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Teresa se llamaba dolor

Villa-Matas pega en el clavo: “no se escribe —contrariamente a lo que creen tantos— para entretener aunque la literatura sea una de las cosas más entretenidas que hay, ni se escribe para eso que se llama ‘contar historias’ aunque la literatura está llena de relatos geniales”. No. Se escribe, dice el catalán, “para atar al lector, para adueñarse de él, para seducirlo, para subyugarlo, para entrar en el espíritu del otro y quedarse allí, para conmocionarlo y conquistarlo”.

Réquiem por Teresa es la mejor novela que he leído en mucho tiempo. Han pasado varias semanas desde que levanté de ella la mirada y sigo conmovido, conquistado, seducido. Tuvieron que pasar meses para que el libro del guatemalteco Dante Liano llegara a mis manos (bien baratito, como debe ser, gracias al Fondo de Cultura Económica, al cambio, 20 bolivianos). Se puede publicar y tener éxito con literatura buena y accesible, señores y señoras.

En agosto del año pasado, Paco Ignacio Taibo II me recomendó Réquiem para Teresa en la Feria Internacional del Libro de La Paz. Fuimos al poderoso stand de México y la novela no había llegado.

Semanas después, mi hermana viajó desde Frankfurt a Guadalajara y me compró la encarecida recomendación. Tuve que esperar a las últimas navidades para la reunión familiar en Bilbao y aún la lectura se dejó esperar hasta que comenzó el encierro por pandemia en La Paz. Después, gozar y sufrir, con banda sonora de Elvis, ante un retrato que ya pintó el poeta mexicano Juan de Dios Peza: “El carnaval del mundo engaña tanto/ que las vidas son breves mascaradas/ aquí aprendemos a reír con llanto/ y también a llorar con carcajadas”.

Réquiem por Teresa narra un suicidio/feminicidio desde la perspectiva del hermano de la víctima. Es el monólogo del perdedor, el que vio cómo un obtuso militar guatemalteco apagó la llama vital de Teresa y le dio, cobarde, el soplido final. Es la confesión desgarradora frente a un remolino de recuerdos verdugos.

La narración alterna interlocutores y planos con lenguaje coloquial, a ratos localista, que se empalma con la poesía gracias a la amalgama del humor. Todo ocurre en una tarde de farra que deviene en una noche decadente durante la tocada del más famoso imitador de Elvis en Guatemala. Hay cerveza a chorros, hay rock, y hay un duelo —oscuro y constante— por la muerte de Teresa.

Réquiem por Teresa retrata la metamorfosis terrorífica de una chica lista y bonita (auto) destruida, sometida a los golpes por una estructura patriarcal que no perdona, abandonada en la isla de las soledades repleta de gente sorda y ciega. “En Guatemala tu deber de hombre es también ese: defender medievalmente a tus mujeres. Y si no, fallaste, mano, como fallé yo esa mañana angustiosa en la que la Teresa llamó llorando porque el Pirata le había pegado por primera vez”. En primera persona, el hermano escarba en la amargura por no haber hecho nada para evitar la muerte, una “culpa que se retuerce como sabandija en la culebra”.

¿Por qué los hombres necesitamos ingentes cantidades de trago para hablar de nuestros sentimientos? ¿Por qué la masculinidad más tóxica nos envenena con soberbia y violencia? Es el sino de un continente derrotado por el machismo asesino que genera dolores colectivos. Ese imitador grotesco, panzón, entrañable y decrépito parodia a un símbolo ajeno, consciente de su degradación. Es la misma degradación de Teresa, de Guatemala, de Bolivia y de América Latina. “Sangre, sudor y mierda, las lágrimas en este continente son un lujo”.

Ante el feminicidio y el dolor, es fácil caer en lo cursi, en la pornomiseria o en lo obsceno de la culpa. Liano se mete en el lodazal y sale a flote con una “novelita” de 135 páginas, ambientada en los años 80 de las dictaduras militares centroamericanas, tan pasmosamente parecidas a nuestros días en lo cobarde, en lo corrupto.

“Vámonos de esta mierda, vámonos por favor a algún lugar donde la mente se ponga en blanco, en donde todo sea como fue alguna vez, sin felicidad, sin ausencia”, dice el narrador que llora a Teresa. Un narrador que, a estas alturas se ha adueñado de este lector, ha entrado a su espíritu y allí sigue. Voy a agradecer a mi hermana, precisamente a ella, este gran regalo.

Ricardo Bajo
es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual
Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.