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Roberto Choque Canqui y las rebeliones indígenas

Quienes quisiesen gobernar Bolivia contra los indígenas, o de espaldas a ellos, mostrarían muy poco conocimiento de la historia del país.  De una manera un poco hiperbólica —digamos que “a la Fausto Reinaga”— se podría afirmar que la historia de Bolivia no es más que la sucesión de las rebeliones indígenas contra los abusos y los ninguneos de los blancos.

Claro que para llegar a ello tendríamos, de un modo también indianista, que considerar a los trabajadores mineros como indígenas —que el marxismo etiquetó como proletarios—.  Así, incluso a la Revolución Nacional y a las insurrecciones de principios de este siglo podríamos considerarlas movimientos indígenas que, en alianza y en simultánea contradicción con diversos sectores mestizos, se activaron para detener injusticias y remodelar realidades.

No solo la historia, entendida como “serie de grandes eventos”, sino la constitución misma de la sociedad nacional puede verse como el resultado de estas luchas, que nunca han terminado de triunfar ni tampoco de ser derrotadas. Bolivia también es lo que los indígenas han hecho secularmente desde las trincheras de su insubordinación. La lucha indígena ha configurado a sus participantes (generando el caudillismo, la desconfianza,  el disimulo, la infinita capacidad de sufrimiento de los indígenas) y a sus adversarios, alentando, entre otras cosas, el racismo de los blancos (lo pudimos ver en los sucesos posteriores a la caída de Evo Morales).

Se requiere de sabiduría para tratar de comprender a la gente que lucha. Digamos, por ejemplo, a las montoneras de Pablo Zárate Willka, que, en el último año del siglo XIX, asesinaron a los soldados conservadores y liberales al grito de “ahora sí, guerra civil” (bueno, algo parecido). Esto hubiera exigido a los blancos de la época revaluar sus acciones, que provocaron esa reacción en primer lugar. En otras palabras, les hubiera exigido desmontarse del privilegio, lo que no les resultaba fácil. Más práctico para ellos era tender, alrededor del privilegio, el muro del prejuicio racial: “Crueles y salvajes”, “serviles en el trato, terribles en la venganza”, o “se mataban entre sí; buscaban volar la planta y, con ella, la ciudad”.

Uno de los historiadores más destacados de las rebeliones indígenas acaba de fallecer. A Roberto Choque Canqui le debemos estudios sintéticos y a la vez comprehensivos de las “tempestades en los Andes”, como Historia de una lucha desigual o El indigenismo y los movimientos indígenas de Bolivia; así como monografías sobre luchas singulares, entre ellas, paradigmáticamente: Jesús de Machaca, la marka rebelde. Cinco siglos de historia.

Habiendo sido un historiador competente, Choque Canqui escribió, además, desde una perspectiva política. A diferencia de Reinaga —que, antes que buscar el proyecto indígena, lo derivó de su pensamiento y trató de imponerlo de arriba abajo—, Choque Canqui intentó inferir este proyecto de las luchas concretas de los indígenas a lo largo del tiempo.

Partió de que “las rebeliones indígenas fueron, son y serán un tema vigente mientras las condiciones de exclusión se mantengan”. Creyó que los indígenas debían conocer a sus héroes, a los personajes que habían sacrificado comodidad, libertad y vida por su causa. Y concluyó que “el indio, en el proceso histórico de su lucha social, política y cultural ha desarrollado una serie de resistencias contra la explotación del hacendado y las autoridades políticas de la oligarquía”. Y que estas resistencias componen el indianismo o “la ideología del indio que lucha, en todo el proceso histórico, por su liberación”.

Mi comparación entre Roberto Choque Canqui y Fausto Reinaga no es casual. Me parece que el historiador está, junto con el ideólogo, entre los cuatro o cinco mayores intelectuales bolivianos provenientes del mundo indígena. Tal es su estatura. La vigencia e importancia de su legado son, hoy que vivimos un proceso de “desindigenización” de la cultura nacional y de sus instituciones, más evidentes que nunca.

Fernando Molina es periodista