Voces

Tuesday 19 Mar 2024 | Actualizado a 06:02 AM

Crónica de una pandemia

/ 27 de julio de 2020 / 07:21

Esta columna hoy sale desordenada e incierta como está nuestro ánimo. Estas palabras son solo retazos de un tiempo de muerte. La prensa registra que, en un solo día, la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen ha levantado 72 cadáveres, la mayoría de personas fallecidas en sus domicilios con síntomas de coronavirus. El fin de semana he recorrido la ciudad en busca de oxígeno para el hijo de una amiga, quien pelea por su vida sin encontrar un sitio donde recibir cuidados intensivos. Allí he compartido la desesperación de los familiares de enfermos, dispuestos a pagar lo que les pidan por un tubo de oxígeno, frente a las puertas cerradas de los proveedores y sus letreros de “no tenemos carga ni botellones de oxígeno hasta nuevo aviso”.

Al recorrer la ciudad advertimos largas filas en las farmacias de personas que ruegan por ibuprofeno, omeprazol y azitromicina; o al menos vitamina C, vitamina D o “lo que tenga”, frente a las farmacéuticas que solo niegan con la cabeza, cansadas ya de decir que esos remedios hace días están agotados. En las puertas de las clínicas, rápidamente las personas desconocidas intercambiamos teléfonos para compartir información sobre donadores de plasma, médicos que atienden consultas en domicilios o un tanque de oxígeno que puede salvar una vida. Nos une la certeza de que la única salida es salvarnos entre nosotros frente a un gobierno extraviado y un sistema de salud colapsado.

Si en la calle impera el sálvese quien pueda, en las casas se desata otra guerra silenciosa con la exacerbación de la violencia. En lo que va del año se registran 67 feminicidios y 39 infanticidios; y ya no conseguimos llevar la cuenta de las denuncias de abuso sexual y violencia doméstica. En este tiempo, las víctimas están aisladas con sus abusadores, incrementando exponencialmente su riesgo de muerte. Y es que, desde hace siglos, las mujeres vivimos la amenaza permanente de la pandemia del machismo sin encontrar medidas de seguridad que nos protejan.  

Al final del día, nos sentamos frente a la televisión para escuchar una danza de números de nuevos contagiados que ya no tiene ningún sentido. Los cementerios están desbordados y algunos muertos son enterrados en fosas comunes sin que sus familiares sepan dónde ir a llorarlos.

La muerte del Dr. Óscar Urenda, secretario de Salud de la Gobernación de Santa Cruz, símbolo de la lucha contra el coronavirus, nos golpea como la pérdida de un familiar querido. Tantas veces lo vimos sereno y firme, tratando de enfrentar la crisis. Con su partida nos sentimos aún más desprotegidos, con la certeza de que estamos perdiendo la batalla.

Y así deben sentirse los vecinos de un barrio de la ciudad de El Alto que, en un acto desesperado, deciden cerrar sus calles con alambre de púas, inútil cerco frente a la amenaza del virus y frente al incremento de asaltos contra transeúntes a plena luz del día.

Y así nos acostamos cada noche buscando para conciliar el sueño, con el temor de que, al día siguiente, nuestros mensajes de celular nos anuncien la muerte de nuevos seres queridos, porque poco a poco las estadísticas de la televisión ya no son números, sino son amigos, familiares y compañeros de trabajo.

Son días oscuros que no parecen tener fin. El desgobierno no tiene límites y nuestro sistema de salud se revela en toda su miseria. La indignación y la rabia nos ahogan. Son tiempos frente a los cuales resuena la voz de César Vallejo: Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! / Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma… ¡Yo no sé! (…) Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; / o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Lourdes Montero es cientista social.

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Una pesadilla llamada crisis climática

/ 17 de marzo de 2024 / 00:07

Desde el año pasado, el mundo entero está experimentando anomalías climáticas que no tienen precedentes. En Bolivia, cada año nos preguntamos si sufriremos olas de calor, sequías, inundaciones o todo al mismo tiempo. El planeta lleva décadas sufriendo un calentamiento progresivo, pero este año los récords de eventos extremos se han disparado de una manera inesperada.

Hoy en La Paz y en varios territorios de Pando y Santa Cruz, vivimos lluvias torrenciales e inundaciones sin precedentes. Los investigadores previenen que, con el fenómeno de El Niño, la temperatura global este año podría rondar un aumento de 1,5ºC respecto a niveles preindustriales, un récord que en los acuerdos de París se planteaban como la llegada de la catástrofe. Esto no quiere decir que este aumento de temperatura es permanente, pero sí nos está mostrando cómo será un mundo que haya alcanzado ese grado y medio de calentamiento sin retorno.

Así, esta sería la “nueva normalidad”, con iguales o mayores inundaciones como las vividas en La Paz, o lo ocurrido en Cobija en el rio Acre, que creció hasta casi alcanzar los 16 metros. Un segundo efecto proyectado son las olas de calor y sequía, como las enfrentadas en Santa Cruz el pasado octubre, con 43,4 grados en la Chiquitanía, y las consecuencias en incendios forestales. Esa distopía que nos presentan las películas de ficción climática, cada vez más se plantea no solo como posible, sino temiblemente cercana.

A pesar de lo evidente que resulta esta crisis climática, los humanos y humanas tendemos a olvidar que nuestra civilización está sostenida por las condiciones naturales que nos acogen. Por ello, estos últimos años hemos agregado a nuestro estilo de vida hiperconsumista de recursos, la amenaza de la tercera guerra mundial con los frentes de Ucrania y Gaza. Todo esto suma para presentar un clima global de alta incertidumbre que tendrá efectos inmediatos en la economía.

Ya en 2006, el economista Nicholas Stern publicó un famoso informe en el que avisaba que el cambio climático produciría pérdidas en el PIB de entre el 5 y el 20% a nivel global. Bolivia no escapa a esta realidad, y según la investigadora Lykke Andersen, del Instituto de Estudios Avanzados en Desarrollo (Inesad), el cambio climático podría ocasionar una pérdida promedio del 8% del PIB para 2100, llegando al 16% con el incremento de inundaciones. La investigadora señaló que las inundaciones, en gran medida, se deben a la expansión de la frontera agrícola. Para un país como Bolivia este efecto negativo de una sucesión de eventos climáticos extremos puede ser catastrófico. En cierta medida, estos anómalos 2023 y 2024 que estamos viviendo nos pueden ofrecer la oportunidad de poder ver cómo va a ser un año normal en dos décadas. Este primer trimestre del año, en cierta medida, es una ventana al futuro.

Hace tiempo que sabemos lo que debemos hacer, pero preferimos mirar hacia otro lado. Por una parte, adaptación, pensando en que todas las inversiones estatales en infraestructura deben ser adecuadas a la realidad venidera, lo cual en muchos casos implica un costo financiero superior. Para ello, nuestras voces sobre daños y pérdidas dirigidas a demandar responsabilidades por el modo de desarrollo del norte son imprescindibles. Por otro lado, debemos encarar la mitigación, y la hoja de ruta en Bolivia parece muy clara: frenar la deforestación a causa de la ampliación de la frontera agrícola y pensar un futuro basado en una economía no exclusivamente extractiva.

Esa será una agenda central de discusión para las próximas elecciones. Hoy más que nunca debemos recordar que cuando llueve, nos mojamos todos.

Lourdes Montero es cientista social. 

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La noche oscura del parlamento

/ 3 de marzo de 2024 / 00:50

La semana pasada, la agenda informativa nos ha sometido a un ejercicio de paciencia sin límites. Las bochornosas escenas en la Cámara de Diputados exponen un parlamento que, más que espacio para debatir ideas, se ha trasformado en un cuadrilátero de lucha libre. Este capítulo de la pulseta entre el bloque arcista (que exige debatir primeramente siete créditos externos) y el ala evista, que con CC y Creemos pretenden dar prioridad a las leyes antiprórroga, no tiene la más mínima empatía sobre la sensibilidad cotidiana de las personas. “Los políticos nos tienen hartos” fue la sentencia que más he escuchado estos días.

¿Qué época estamos viviendo? ¿Qué sentido tiene? Con estas jugadas de la política, ¿qué ganamos realmente las mujeres, los jóvenes, los jubilados, los desempleados? Nuestra indignación ¿acaso importa? Y ese es el espíritu que hoy se vive en las calles: el hartazgo de tanta desfachatez. Hay mucho silencio en todos los frentes. Ya nadie discute horizontes de futuro, reformas audaces, cambios posibles… ya todos prefieren seguir su camino, cabizbajos, afanados por llegar a casa, resistiendo para no perder lo ganado, lo ahorrado, ese pequeño mundo de comodidad que 15 años de Estado Plurinacional nos ha brindado.

Se nos presenta un tiempo de lucha contra el despojo y la violencia que, de manera sistemática, amenaza con dejarnos sin ilusiones. ¿Por qué a pesar de tantos esfuerzos para transformar, hoy vivimos un presente del absurdo y un futuro incierto? Toda la energía desplegada en la Asamblea Constituyente se desdibuja hoy frente a la confrontación de todo un ejército de liderazgos chatos, deslucidos; como un conjunto de renacuajos que brotan por la lluvia y amenazan con convertirse en sapos buscando votos en las próximas elecciones.

Mientras tanto el horizonte económico se cierra para favorecer a unos cuantos; y frente al temor del desempleo, cada vez se aceptan sueldos más bajos, condiciones más precarias y extensión de las horas de trabajo. Y la poca transparencia estatal solo genera mayor incertidumbre. La desactualización de la información financiera en la página web del Banco Central de Bolivia, la escasa información sobre el desempeño de las empresas públicas y la opacidad en los contratos del litio nos mantienen en vilo.

Y la vida cotidiana transcurre al margen de ese teatro del horror en que se ha transformado la Cámara de Diputados. Preferimos cambiar de canal para no verles las caras (u otras cosas) y buscamos información sobre hechos importantes, como la conmovedora campaña en redes sociales de guardaparques de todo el país en apoyo a Marcos Uzquiano y Raúl Santa Cruz, enjuiciados por el cooperativista minero Ramiro Cuevas Echave. «En un mundo donde la naturaleza se encuentra amenazada, existen héroes silenciosos que día a día luchan para cuidar nuestras áreas protegidas. Sin embargo, su valentía y dedicación son cuestionadas y se enfrentan a juicios injustos por cumplir con su deber», es la voz de Beatriz Quispe, una de las pocas mujeres “guardas” del país.

Y nuestra atención ahora está en Cobija, que sufre la peor inundación de su historia. El desborde del río Acre ha sobrepasado los 15 metros y más de 900 familias han sido evacuadas a zonas seguras y albergues. Por la magnitud de esta inundación, la Alcaldía de Cobija declaró el miércoles a su municipio como una zona de desastre y la alcaldesa Ana Lucía Reis dijo que no tienen condiciones para enfrentar la etapa posinundación.

Son estos los temas que los diputados y diputadas deben considerar antes de dar un espectáculo que solo genera mayor indignación. En la sede de gobierno, cada vez más nos acercamos a compartir la peligrosa certeza que hace unos años acompañó al pueblo argentino: es mejor “que se vayan todos”.

 Lourdes Montero es cientista social.

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Alasitas y bloqueo de caminos

/ 4 de febrero de 2024 / 04:38

En pleno despliegue de la fiesta de la abundancia, vivimos un bloqueo de caminos que amenaza dejarnos sin pollo, sin gasolina y sin carnaval. Como yo confío plenamente en los poderes sobrenaturales de ese hombrecito con sombrero, bigote y barriga; a las 12 en punto del día 24 me compré una bolsa llena de pequeños politiquitos.

Sí, no hay error de imprenta en el párrafo anterior. En la fiesta de la miniatura, en lugar de llenarme los bolsillos de dólares como dicta la razón, gasté todo mi dinero en comprar y challar lo que hoy el país necesita con mayor desesperación: políticos que den la talla para resolver la pulseta de turno en el campo político. Los compré de todas formas y tamaños; con ternos, polleras y chamarras, y los hice challar con alcohol, flores y hojas de coca. Invoqué a los Achachilas para que me traiga buenos políticos, que puedan ver la realidad más allá de sus círculos de llunkus.

Es que el país necesita como nunca políticos que dialoguen, encuentren consenso, convenzan al adversario político y lleguen a un acuerdo que permita devolvernos la certidumbre de que elegimos bien quien nos gobierne.

Todos sabemos que lo que está en juego en la actual medida de presión no es solamente la indignante “autoprórroga” de los magistrados del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP), sino la inhabilitación de Evo Morales como candidato presidencial para los comicios del 2025. Y también sabemos que la política en manos de la justicia (y los abogados) sólo puede traer muy malas noticias.

Mientras tanto, en las calles, la irritación ciudadana va en aumento. Las ambiciones electorales de Evo Morales y Luis Arce amenazan con llevarse por delante el frágil equilibrio de nuestra economía e incluso arrasar con todos los logros de 15 años del Estado Plurinacional. Y por ello el enojo es repartido en partes iguales hacia los dos liderazgos. Eso explica por qué las encuestas actuales den a ambos los niveles más bajos de popularidad. Según encuestas de Diagnosis, Morales y Arce (juntos) suman un pírrico 31%, muy lejos de los índices de apoyo que el MAS ha logrado en su historia política.

Por ello, muchas y muchos reaccionan con bronca y escepticismo a cualquier discurso que convoque a consignas de lo nacional popular, o de avanzar en la industrialización, o incluso de la democracia —valores que antes nos unían en torno al proyecto Plurinacional— pues en el fondo la imagen que predomina es la confrontación de dos machos tóxicos por el control del instrumento político. Ante esa realidad, toda la reyerta discursiva de ambos bandos cae en saco roto.

Hasta hoy, este desafío se ha mostrado demasiado grande para los políticos bolivianos y no importa con quien hables (simpatizante oficialista u opositor), la rabia de las personas va en aumento. Todos refieren a la insensibilidad con que los políticos asumen la brecha entre el mundo real de la vida cotidiana y el cuadrilátero de confrontación donde se dirimen los intereses políticos.

Yo solo confío en el Ekeko, y en este tiempo de intercambio de dones, y por ello este fin de semana sumaré a mis compras un país (democrático), un acuerdo político firmado para las elecciones judiciales y una papeleta electoral con todos los candidatos que la población boliviana tiene derecho a votar.

Lourdes Montero es cientista social

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El corto verano de la anarquía

/ 21 de enero de 2024 / 00:15

Inicia el nuevo año con un inesperado optimismo en las calles. Con la alegría del reencuentro, luego de las fiestas de fin de año que ponen en suspensión las angustias, las personas expresan una moderada convicción de que tenemos que seguir remando para mantenernos navegando.

Y este corto verano del optimismo parece ser producto de que las personas han optado, por salud mental, desconectarse del campo político. “Hace un año que no leo periódicos”; “he desconectado Twitter de mi celular”; “me niego a hablar de política”, entre otras, parecen ser las estrategias que muchos han optado para mantenerse a flote. La opción es conjurar la amenaza del derrumbe de la economía y la política saliendo a trabajar con ahínco todos los días. Usualmente, este espíritu nos acompaña hasta carnavales, cuando el halo del desamparo nos inunda.

Por ello, el título de esta columna refiere a la novela histórica del escritor Hans Magnus, quien describe la revolución social española de 1936 como un momento de ficción colectiva, durante la cual los trabajadores realizaron y defendieron la autogestión en numerosos sectores industriales y agrícolas durante varios meses. Con ese mismo optimismo y sentido de autogestión de la vida, hoy podemos ver restaurantes y cafés llenos de gente; afanosos comerciantes que te ofrecen sustitutos de productos, pues tu marca favorita “no está llegando por la falta de dólares”; publicidad en redes sociales de nuevos emprendedores que ponen rostro a interesantes iniciativas mientras los soyeros y cooperativistas mineros hacen más dinero que nunca, y nuevos proyectos inmobiliarios prometen cambiar nuestra forma de vida. Es como si no pasara nada en un tiempo previo al desastre, en un terrible desacople entre la gobernabilidad del campo político y la vida cotidiana de la gente.

Y es que estamos viviendo tiempos de pensar la política como el escenario del absurdo. La maraña política/judicial llena de insólitas jugadas nos hace pensar que hay un permanente conflicto entre la racionalidad humana que guía la vida cotidiana de la gente y un universo irracional que gobierna el campo de lo político. Escenario kafkiano es como lo nombra el columnista Armando Ortuño, donde circulan confusas resoluciones judiciales que permiten que cada quien entiende lo que quiere y, por tanto, acate lo que le conviene.

Mientras tanto, en la base identitaria del votante medio boliviano se mantiene un 40% de apoyo a la gestión gubernamental, haciendo la vista gorda al grave conflicto al interior del oficialismo; y también se ratifica, en los mundos opositores, el 40% de adhesión. Esta aparente estabilidad, sin embargo, lleva la revolución por dentro puesto que ambos bloques experimentan una notable insatisfacción con las dirigencias que pretenden representarlos.

El MAS vive el momento como la metáfora de una familia disfuncional donde sus líderes viven al borde del divorcio y, en las rencillas cotidianas, exigen a los miembros de la familia tomar partido. Los hijos más influenciables eligen un bando y se apasionan en la batalla, pero los más sabios se mantienen al margen, pues saben que saldrán perdedores si la dupla “se abuena” y encuentra el camino para la reconciliación. También se preparan en silencio frente a la posibilidad de un rompimiento definitivo, que implicará un cambio radical en sus vidas.

El campo opositor sigue soñando con el héroe salvador que los unifique en un periodo similar a las guerras medievales donde los señores feudales, afincados en el control de sus territorios, desgastan su dinero y energías en permanentes batallas, pero sin lograr definir el liderazgo final.

Así pues, vivamos este corto verano de la anarquía mientras lo viejo no termina de morir y lo nuevo todavía no se vislumbra.

Lourdes Montero es cientista social.

 

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Liderazgo de mujeres en el mundo empresarial

Según se describe en la publicación, la edad promedio de esas mujeres en el mundo de los negocios está en los 45 años.

/ 24 de diciembre de 2023 / 00:20

Esta semana, Bolivian Business nos presentó la novena edición de la Guía de Alta Gerencia, un documento que recoge “quién es quién” en la dirección ejecutiva de las más importantes empresas e instituciones de Bolivia. Se trata, según el editorial del documento, de las y los líderes de las 100 empresas más importantes en sus rubros.

Un dato que llama nuestra atención en la publicación es que revela la tendencia de que más mujeres ocupan lugares en la alta gerencia. Este año, el porcentaje se ubica en 38%, superior al del año anterior (33%). Por supuesto, las mujeres se ubican más en las empresas medianas, sobre todo en rubros estratégicos como comunicación, turismo y publicidad. Pero también se observa el liderazgo de mujeres en el rubro de alimentos y farmacéuticas, sectores de gran crecimiento en las últimas décadas.

Según se describe en la publicación, la edad promedio de esas mujeres en el mundo de los negocios está en los 45 años, y tienen en general un promedio laboral de 21 años de trabajo. Si bien la muestra que Bolivian Business nos presenta no puede ser asumida como un estudio a profundidad, es una interesante fotografía que nos permite celebrar algo que ya intuimos en nuestra experiencia cotidiana: a pesar de la violencia multidimensional de una sociedad patriarcal como la boliviana, las mujeres avanzan con buen paso en el mundo empresarial.

La información que nos comparte Bolivian Business permite recordar una serie de conceptos que aluden a los desafíos que viven las mujeres y explican las brechas salariales, así como la segregación horizontal y vertical que vivimos.

El primer concepto es “piso pegajoso”, en referencia a las dificultades para despegarse “de la base”. Varios estudios aluden a las dificultades que tienen las mujeres en comparación con los hombres para abandonar los puestos de trabajo más precarios, con mayor temporalidad o con peor remuneración. En este problema es central las tareas de cuidado que recaen de manera injusta sobre las mujeres, pero también influyen los estereotipos de género reproducidos en la familia, escuela, medios de comunicación y en la sociedad, que dirigen a las mujeres a los oficios feminizados y usualmente peor pagados.

Un segundo concepto denominado “escaleras rotas” se refiere a que las mujeres que ya están insertas en el mercado laboral, tienen problemas para ascender porque, de manera figurativa, los escalones que las sostienen son débiles. Las interrupciones laborales por embarazo influyen, aunque no es propiamente el problema. Tal vez lo que pesa más en este eslabón es la demanda empresarial de disponibilidad 24/7 para avanzar en tu carrera, demanda que las mujeres no logran cumplir. Así, el mercado laboral muchas veces exige a las mujeres decidirse entre su vida profesional y familiar, cuando nunca ha sido un dilema para los hombres.

Y el último concepto es “paredes y techos de cristal”, como la expresión de una segregación laboral horizontal (trabajos para hombres y trabajos para mujeres) y la conocida segregación vertical que nos muestra que la cúpula de líderes empresariales usualmente está ocupada por hombres (blancos y heterosexuales). Y cuando las mujeres no están suficientemente representadas, carecen de la influencia necesaria para alterar la cultura del lugar de trabajo, y el círculo vicioso del predominio masculino se perpetúa.

Para ascender en la carrera profesional hay que estar disponible en todo momento y lugar, así lo considera la gran mayoría de las empresas en el país, y por ello el avance de las mujeres en Bolivia es todavía limitado. Sin embargo, una cultura empresarial que considere la vida de los humanos y las humanas en todas sus dimensiones seguramente generará mayor productividad y lo que es más importante, una sociedad de personas más felices.

Lourdes Montero es cientista social.

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