Desencanto urbano
Creo que el triunfo de las ciudades proclamado por Edward Glaeser está en entredicho. Lo puso en cuarentena un virus que transformó el avance arrollador de las ciudades en un paroxismo global, en un encierro atroz y en un distanciamiento social sin precedentes.
La ciudad es la obra cultural más grande y el mecanismo de todo el desarrollo humano. Los seres humanos tenemos la genética para vivir en sociedad, para amarnos y, también, para odiarnos hasta la muerte. Somos gregarios, una facultad que nos enaltece como especie, y también nos rebaja a condiciones larvarias.
Glaeser glorificaba las ciudades como un mecanismo, capitalista por cierto, de generar riqueza y bienestar universales; de crear cultura y esparcimiento sin límites; y, en los papeles, de cumplir con salud y educación para todos, incluidos los “pobres de la tierra”. Para un economista urbano que visitó ciudades prósperas y el lumpen urbano de todo el mundo esto era una verdad sin retaceos. Pero, cuando el tablero se movió hacia un juego pandémico, las dudas saltaron incluso en el mundo desarrollado donde la ciudad tampoco es igual para todos. Sales del centro turístico y gentrificado de muchas ciudades del norte y llegas a zonas depauperadas y hacinadas que son tierra de nadie. La ciudad, si la ves en su totalidad, ya no es tan encantadora.
¿Cuál, entonces, es el tamaño ideal de una ciudad para no caer en ese pozo de espanto al que nos empuja este siglo XXI? Y, más aún, ¿considerando nuestra incapacidad y desmadre político, cuál sería nuestra escala ideal para absorber tragedias y desastres de manera razonable? Es un tema para los especialistas. La expansión y la densificación urbanas deben ser analizadas y planificadas en concordancia con cada realidad social, geográfica y económica. No podemos seguir sin reacción ante los nefastos efectos del sistema. ¿Existe una solución? Los especialistas, por el momento, no tienen más ideas que las llamadas ciudades intermedias o la metropolización. Y, dicho al margen. Los ideólogos-devotos deben saber que tampoco se logra algo virando hacia el modelo de los otros imperios. Los fracasos de Rusia o China en hacinamiento, desastre medioambiental y segregación urbana son evidentes, con índices muy rojos.
Para que entiendas la importancia de las densidades y el hacinamiento urbano tomo el trágico ejemplo del penal de San Pedro. Ese predio tiene la mayor densidad poblacional de toda la ciudad de La Paz: 2.500 habitantes por hectárea. Una barbaridad inhumana que, por esta cruel pandemia, tiene la mayor cantidad de decesos de la ciudad: más de 25 muertos en solo un manzano.
Carlos Villagómez Paredes es arquitecto.