Orfandad y extravío
Al momento en que la agenda pública del fin de esta terrible semana transita entre la difusión en internet de un video denigrando a una autoridad, la solicitud de la Procuraduría a la CIDH para que le quiten un “Me gusta” a un tuit y un comunicado de la Cancillería acerca de un supuesto robo de dos envases de shampoo, existe un innumerable número de compatriotas que acuden a sus redes más cercanas de familiares, amistades y conocidos en busca de un tanque de oxígeno. Cuando logran conseguirlo a precios exorbitantes y luego de múltiples llamadas, caen en cuenta que le falta un accesorio y empieza esa otra angustiante búsqueda. Otros compatriotas, mientras tanto, están buscando medicinas en las farmacias, un espacio en algún hospital, una médica, un enfermero, una aspirina. También están los que, simultáneamente, se pasan datos para conseguir gas, otro tanto hace filas para adquirirlo. El fin de semana de encierro se acerca y hay casas donde comer ha sido una maniobra esta semana, encontrar trabajo una utopía.
Cada vez que una conferencia de prensa es convocada por alguno de los poderes nacionales es para hablar de elecciones, procesos judiciales, marchas, bloqueos, acusaciones, chantajes. Nadie sale a decir dónde están las soluciones, no hay quién dé la cara en vivo, solo quedan las promesas de hace una, dos, tres semanas. Uno, dos, tres meses atrás. Entonces al menos señalaban que el equipamiento estaba en camino, UTI, respiradores, medio millón de pruebas que llegaban a mediados de julio, así como se debía inaugurar el Hospital del Sur en La Paz. Hoy ya ni eso. Nada abastece, nada llega.
En sus declaraciones no parecen saber que apenas tenemos las noticias con algo de volumen en las casas mientras en realidad estamos tratando de cuidar de nuestro entorno: en la cena, en la puerta, en el barrio, en el teléfono. Ahí, en los noticieros, se dice cada noche que los Sedes se encargan de las pruebas y que nos brindan datos para saber cómo estamos. Pero todo eso ya parece una leyenda urbana, el mercado de pruebas privadas corre por debajo, de mensaje en mensaje; a ver si hay suerte. Claro, para quien pueda darse el lujo. Los que no, a la cola de la mítica instancia. La gente que desde un inicio propositivamente había intentado trabajar con los datos empieza a bajar los brazos al saber que no nos hablan de la realidad. Ya no es un secreto que los reactivos escasean, no todos los laboratorios funcionan.
Esta se ha vuelto nuestra realidad cotidiana y todo compatriota bien lo sabe porque la tiene cerca. Hoy es más urgente escribir mirando a la calle que mirando los datos. Esta desastrosa realidad está cerca de nosotros y parece que lejos, bien lejos de nuestras autoridades nacionales que aparecen de tanto en tanto para alguna condolencia porque también a diario muere o se enferma alguien que sí importa.
¿Cómo llegamos hasta acá? No faltará quién señale primero los 500 años, luego los 14 y finalmente los ocho meses. Y, lo peor, si en este panorama se osa preguntar en palestra pública qué demonios estamos haciendo parados en este abismo, no faltará quién empiece a agredir, a insultar o a calificar tal alevosía. Lo cierto es que mientras seamos una sociedad herida al punto de que la enfermedad o muerte ajena nos produzca algo que no sea dolor y respeto seguiremos estando al borde del abismo, espalda contra espalda. Necesitamos con urgencia curarnos colectivamente y no solo del COVID-19. Y, huérfanos y extraviados, no pareciéramos estar listos para ello.
Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka