La polarización daña al país
La atmósfera de incertidumbre y temor que está presente en el país tiende a agravarse con cada día que pasa, debido a la polarización política creciente y sus repercusiones en los cuatro frentes de crisis: la propagación del contagio del COVID-19; la caída de las principales variables que miden el desempeño económico; el aumento del desempleo y las nuevas manifestaciones lacerantes de la pobreza, y la confrontación entre los principales órganos del Estado. Se trata ciertamente de cuatro aspectos interconectados, que constituyen en su despliegue una única crisis nacional, que se inició en realidad bastante antes de la aparición de la pandemia a comienzos de marzo pasado.
En cuanto a la crisis sanitaria, debe señalarse que las cifras oficiales de contagios y fallecimientos han crecido en julio mucho más rápido que en los meses anteriores, y es altamente probable que lo sigan haciendo en agosto. Esta evolución trae consigo percepciones de desamparo, agravadas por la evidencia de que las medidas adoptadas por el Gobierno en los últimos cinco meses de muy poco han servido para fortalecer el sistema de salud y evitar el colapso de hospitales y clínicas, así como para asegurar el abastecimiento al público de los medicamentos recomendados para el tratamiento del COVID-19. Siendo las personas de menores ingresos las más afectadas por la crisis sanitaria resulta una irresponsabilidad enorme poner en riesgo la salud de la gente en grandes concentraciones que demanden la realización de elecciones el 6 de septiembre.
Por el contrario, la postergación del evento electoral resulta razonable, no obstante todos los inconvenientes políticos que trae consigo; a condición por cierto de que el Órgano Electoral garantice para entonces todas las medidas de seguridad sanitaria para el conjunto de participantes en las elecciones: los propios electores, los jurados, los delegados de mesa y los observadores, entre otros.
La contracción económica, por su parte, se manifiesta en una caída de la producción, las exportaciones, los ingresos fiscales, las remesas de los trabajadores emigrados y otros indicadores relevantes. Puesto que la dictación de la cuarentena y sus disposiciones complementarias han sido impuestas por el Gobierno, es el Gobierno el que tiene la responsabilidad de proporcionar los recursos para limitar el desempleo ocasionado por el confinamiento, por una parte, y apoyar la reactivación de la economía, por otra. A tales efectos, es necesario —como ha ocurrido en todos los países— que el Gobierno realice esfuerzos fiscales extraordinarios, lo que implica sin duda la contratación de financiamiento externo en cuantía suficiente. Por eso resulta incomprensible que la Asamblea Legislativa pretenda bloquear el uso de los créditos obtenidos del Fondo Monetario Internacional (FMI), el BID y la CAF, sin proponer a cambio fuentes alternativas a las que pudiera acceder el país en forma expedita en las actuales circunstancias.
En consecuencia, la confrontación entre ambos órganos del Estado, ocupados cada uno por una fuerza partidaria ubicada en los extremos del espectro político e ideológico, es una clara manifestación de la polarización que se ha instalado en el país, y constituye por eso mismo el obstáculo mayor para aproximarse a una negociación racional que facilite soluciones eficaces para la realización de elecciones verosímiles y confiables en condiciones de seguridad sanitaria. Ese es el requisito esencial para encarar posteriormente las soluciones factibles a los diferentes frentes de la crisis nacional.
Conviene mencionar, por último, que la dañina polarización también se ha instalado en sectores sociales contrapuestos, en los medios de comunicación y en las redes sociales. El apaciguamiento no es por tanto asunto exclusivo de los políticos y sus seguidores.
Horst Grebe es economista.