Icono del sitio La Razón

Teoponte: la gente que no vino

El 19 de julio se cumplió el medio siglo del inicio de la guerrilla de Teoponte por el ELN, la que intentó seguir a pie juntillas la táctica y la doctrina del Che Guevara. Pasé años de mi vida investigando para conocer cómo 58 de los 67 integrantes de la columna en armas perdieron la suya, la gran mayoría ejecutados cuando se hallaban prisioneros de las tropas militares.

Hacer historia del tiempo presente es distinta que aquella que pertenece al tiempo largo, donde se enfrenta a la mudez de los añosos documentos intentando hacerlos hablar; en el primer caso, en cambio, el testimonio y la memoria del actor o actora, su verdad y su silencio se pasean con quien investiga y quiere ser partícipe de lo que escriba y que se ajuste a sus visiones particulares. No me fue pues fácil recorrer un camino sembrado de sufrimientos, muertes y utopías truncas y mantener un equilibrio emocional y una distancia para establecer qué pasó. El grupo internacionalista de Teoponte, y así lo escribí, parecía integrado fundamentalmente por bolivianos y chilenos, en cuyo país además y con el apoyo de militantes socialistas enrolados en el ELN, se había organizado la logística guerrillera. Años más tarde, con el libro ya publicado —y en verdad a causa de sus páginas que me abrieron otros escenarios— descubrí un nuevo hilo de la madeja.

El día que el Che fue asesinado en La Higuera, 60 de sus compatriotas se entrenaban en Cuba. Tras el fracaso en Bolivia retornaron a su país, pero un buen grupo de hombres y mujeres fue reconvocado para participar en la aventura con Inti Peredo al mando. En 1969, estructurados en columnas, desarrollaron varios operativos en el Gran Buenos Aires: quema de los supermercados del millonario norteamericano David Rockefeller, ataque frustrado a una estación policial de élite cerca del aeropuerto de Ezeiza, asalto a un banco en Quilmes. Debían venir a Bolivia a integrarse en la guerrilla, pero nunca llegaron. ¿Traición? ¿Miedo? Recorrí medio mundo para saberlo y hablar con los y las contados sobrevivientes de la noche del terror argentina. La muerte de Inti, la emergencia de movimientos de masas en la ciudades (“Cordobazo”), les hicieron dudar la efectividad de “foco” rural, condenado a perecer aislado y fuera del foco de las bullentes masas insurgentes que por miles tomaban las calles y las fábricas y no el camino al monte con el uniforme verde olivo. Fueron las primeras críticas internas al guerrillerismo; luego, tras el fracaso de Teoponte, vendrían muchas más desde la propia militancia asentada en Bolivia, Cuba y Perú.

 A inicios de 1970, una delegación argentina vino a La Paz para a hablar con la dirección del ELN. Volvieron desencantados por el crudo militarismo y la improvisación que observaron. “Así nos van matar a todos”, sintetizó Eduardo Finito Streger al decidirse a integrarse al PRT-ELN, en cuyas filas combatiendo moriría. Otra parte fundarían las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), que el 30 de julio de 1970 coparían el pueblo de Garín, como para establecer que su rumbo era la lucha urbana y no en la montaña selvática. En 1973 se fusionarían con los peronistas Montoneros, revalorizando su experiencia histórica y buscando ir al encuentro con el movimiento popular en sindicatos, calles y universidades para organizarlo y bregar con ellos. Un paso que ni el Che ni el ELN habrían dado por considerarlos ambiguos, “populistas” y no declaradamente socialistas.

Si alguna vez reabro antiguas notas, papeles y grabaciones y reelaboro mi ya largo texto sobre Teoponte, habrá un espacio para los argentinos y las argentinas que por razones fundadas tomaron un quiebre conceptual, político y militar y no vinieron a morir en las húmedas selvas de la provincia Larecaja.

Gustavo Rodríguez Ostria es historiador.