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Bolivia: saqueo y muerte

Se acerca la conmemoración patria y Bolivia vive otro momento dramático de su historia. No fue el único. Entre los años 1878 y 1879, una sequía coincidió con el tifus que diezmó calamitosamente a la población. Un cronista de El Heraldo, al momento de evaluar las secuelas de ese año aciago, a inicios de 1879, escribió: “¡Adiós año 1878 con tu cortejo de peste, hambre, muerte, luto y orfandad! ¡Salve año 1879! Al pronunciar tu nombre huyen del lacerado espíritu la amargura y el dolor. El corazón se llena de ilusiones y esperanzas”.

A pesar de las esperanzas del cronista, el 14 de febrero de 1789, tropas chilenas arribaban a Antofagasta, luego significó uno de los hechos más dramáticos de la historia boliviana: la Guerra del Pacífico y la pérdida del acceso marítimo. Como hoy, en aquella época, las calamidades convergieron poniendo en vilo al país.

A fines del siglo decimonónico, la crisis sanitaria y la guerra fueron utilizados por los liberales para instaurar un orden oligárquico. Esa visión elitista descansó en aquellos patrones de exclusión y saqueo de los recursos naturales que permaneció intacto en el decurso republicano. Así, las élites gobernantes condenaron al país a un verdadero retraso descomunal. Desde siempre, este accionar patrimonialista de las élites pusieron a Bolivia en los peldaños más bajos del crecimiento económico que se reflejó, además, como efecto colateral, en una desigualdad social. 

Las élites siempre se imaginaron a Bolivia como su hacienda. Nunca pensaron en los intereses nacionales. Quizás, a esta élite era criolla/mestiza no les interesaba el bienestar de la mayoría, es decir, lo indios. Si ellos no fueran la mayoría, como ocurrió en Argentina o Chile, las élites seguramente hubieran exterminado a los indios. Pero, optaron por domesticarlos a las buenas, vía educación, o a las malas, mediante masacres.

Desde 2006, un gobierno de indígenas, como no ocurrió antes en Bolivia, estaba revirtiendo la historia. La consolidación del Estado Plurinacional, una forma de resarcir la eterna exclusión social al incorporar los derechos de los pueblos indígenas en la Constitución en pro de un Estado inclusivo y diverso fue un paso decisivo. Y, la política soberana de la recuperación de los recursos naturales, vía nacionalización de las empresas estatales, enarbolando el discurso antimperialista, fue determinante. En el saqueo de los recursos naturales, las élites locales fueron satélites de los Estados Unidos.

Quizás aquí están algunas razones para la cruzada desestabilizadora, postelecciones presidenciales de 2019, que respondió a una acción conspirativa de los sectores conservadores para la restauración oligárquica. Sectores de clases medias movilizados en las urbes con consignas racistas se sintieron salvadores de la patria, se desagarraron las vestiduras por la patria envilecida por la dictadura populista e indígena, luego desembocó en un golpe de Estado. Hoy, el gobierno restaurador de Jeanine Áñez, producto de ese golpe, intenta prorrogarse a costa de la democracia arguyendo a la pandemia como pretexto para seguir vaciando las arcas de erario nacional y someter a Bolivia al FMI.

La sincronización perversa del Gobierno golpista con la pandemia hizo a Bolivia en uno de los peores países del mundo que manejó atrozmente la crisis sanitaria. Mientras tanto, varios bolivianos, infectados con COVID-19, mueren cotidianamente, entre otras cosas, por la indolencia gubernamental. Hoy, la historia de saqueo y muerte, una vez más, se repite en la Patria, gracias a la oligarquía voraz y corrupta de siempre.    

Yuri F. Tórrez es sociólogo.